La historia no tan feliz de Colette

Por Maye Primera y Christian Locka*

Colette huyó de la guerra en Camerún con sus dos hijas pequeñas, gastó sus ahorros, y después de casi un año de un viaje que no quiere recordar, llegó a Odenton, Maryland, a cumplir su sueño americano, pero éste no ha resultado tan feliz.

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Un migrante sostiene en sus manos el pin con la insignia de la bandera de Camerún.

Fotografía: Salvador Meléndez

Colette huyó de la guerra civil a la peste. Olvidó el día exacto que salió de Camerún en 2017 pero recuerda que el 19 de julio de 2018 llegó a casa de su hermana en Estados Unidos, tras recorrer en un año América, casi entera. La fecha le quedó grabada porque aparece en su solicitud de asilo y no porque el reencuentro que soñó por meses tenga un lugar importante en su memoria. “Fue un día normal. Con todo el sufrimiento, la emoción ya se había ido. De tanto pensar ‘no puedo esperar a verla’, la emoción se fue muriendo”. Se fue del país después de pasar un año encerrada en casa con sus dos niñas pequeñas, mientras las calles de su ciudad ardían. Vivía en Bamenda, en el noreste, uno de los territorios anglófonos de Camerún.

“En 2016 comenzó la crisis y los niños estuvieron en casa todo ese año antes de que nos fuéramos en 2017. La guerra era una locura: no había escuela, los asesinatos, los tiroteos, la cantidad de personas que hemos perdido...”, recuerda Colette durante una entrevista en febrero de 2020, con Univisión, integrante de la alianza periodística que investigó Migrantes de Otro Mundo. La ofreció con la condición de mantener su nombre real bajo anonimato. La guerra que libran actualmente el ejército del presidente Paul Biya y los grupos separatistas armados de habla inglesa ha dejado más de 3 000 muertos, alrededor de 60 000 refugiados en la vecina Nigeria y 700 000 desplazados internos, según organizaciones de derechos humanos. También ha empujado a miles de cameruneses a emprender un largo y peligroso viaje a través de América Latina, con la expectativa de llegar a Estados Unidos o Canadá y pedir asilo, como lo hizo Colette.

La violencia recrudeció en noviembre de 2016, cuando los maestros y abogados anglófonos protestaron en el noreste para exigir mejores condiciones de trabajo y fueron brutalmente reprimidos. En octubre de 2017, movimientos secesionistas autoproclamaron la independencia en ese territorio, que llaman la Ambazonia, y el Ejército del presidente Paul Biya les declaró la guerra. Fue entonces cuando Colette partió con sus hijas rumbo a Estados Unidos para pedir asilo y reunirse con una hermana mayor en Maryland.

Ahora vive en Odenton, encerrada por causa del coronavirus desde principios de marzo, en un townhouse de dos habitaciones que comparte con la hermana, el cuñado, dos sobrinos y sus dos hijas, que ya cumplieron 4 y 6 años.

El sinuoso trayecto

El viaje de Colette duró casi un año y fue tan traumático que no recuerda cuándo comenzó: “Tengo problemas con las fechas. Ese periodo de mi vida está perdido. Como cuando un año pasa sin que tú te des cuenta. Es un recuerdo muy doloroso para guardar”. Sin embargo, tuvo más fortuna que la mayoría de los africanos que hacen el mismo recorrido y nunca llegan a Estados Unidos, su destino final; o que al llegar, son detenidos y deportados.

Colette y sus hijas atravesaron 11 países —Nigeria, Brasil, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala y México— en avión, en bus, en bote y caminando para llegar a Estados Unidos. Las niñas tenían dos y cuatro años cuando el viaje comenzó.

El mayor número de migrantes africanos que cruzaron las Américas en 2019 eran cameruneses, según datos oficiales de distintos países, recabados por esta alianza periodística transfronteriza para la investigación Migrantes de Otro Mundo.

Muchos provenían de las zonas de guerra o eran anglófonos que huían de la discriminación y la quiebra económica, como Colette. Los anglófonos, que son el 20% de una población de 25 millones, se quejan de ser tratados por la mayoría de habla francesa como ciudadanos de segunda clase, desde que ambos territorios fueron unificados en la década de 1960. Actualmente tienen poca representación política, menos oportunidades económicas y ninguna consideración por parte del régimen de Paul Biya, de 87 años de edad y con 38 años en el poder.

Muchos inmigrantes cameruneses tienen conexiones en Estados Unidos: familiares, gente de su villa, de su tribu. Las comunidades más grandes de cameruneses en el país están en el área de Washington DC, en los condados de Prince George y Montgomery del estado de Maryland. También hay comunidades grandes en las ciudades texanas de Houston y Dallas, y en algunos pueblos de Minnesota. La mayoría es gente bien educada, algunos con varios títulos universitarios: estudiantes con becas o profesionales que han emigrado desde la década de 1960 en distintas oleadas para buscarse un futuro en su propia lengua.

La hermana de Colette se mudó a Estados Unidos hace 18 años porque se casó con un camerunés de Washington y porque en Camerún no conseguía un buen trabajo. “Tiene un máster en contaduría y no le daban trabajo y era la cuarta mejor alumna de su promoción. Los trabajos son para los francófonos, ellos tienen las mejores posiciones”.

Colette estudió decoración de interiores y antes de que comenzaran las protestas de los maestros y abogados, tenía su propia empresa de decoraciones y comida para eventos en la ciudad de Duala, territorio francés. El negocio comenzó a decaer, ella lo atribuye a que los francófonos le daban menos contratos por ser anglófona, y poco antes de que estallara la guerra civil, regresó a Bamenda, donde vivían sus padres, que le daban una mano con el dinero y el cuidado de las niñas, mientras ella vendía ropa de bebé por internet.

Primero marchó con sus hijas a Nigeria con el plan de viajar a México y desde allí, a Estados Unidos. “Fuimos a Nigeria para obtener la visa de México, pero algunas cosas salieron mal. No pudimos conseguir la visa y allí nos dijeron que podíamos viajar a Bolivia y que desde allí sería más fácil. Pero para llegar a Bolivia, teníamos que volar a Brasil y allí pedir asilo. Pero todo era una mentira”, recuerda ella, que en aquel momento no sabía ubicar ninguno de estos países en el mapa.

ese trecho del camino iban acompañadas por una hermana y dos sobrinos y por el viaje de todos pagaron 15 000 dólares a una agencia de viajes que los estafó. Sin dinero suficiente, la hermana y los sobrinos regresaron a Camerún y ella continuó el viaje sola con las niñas.

Volaron a Brasil y al llegar Colette solicitó asilo, como se lo habían indicado en la agencia de viajes de Nigeria donde compró su boleto. “Estuve solo tres días en el aeropuerto. Como estaba con las niñas me trataron muy bien. Conocí gente que tuvo que esperar hasta una semana. Luego descubrimos que estábamos atrapadas en Brasil. Teníamos que quedarnos con el asilo e intentar buscar otra forma”, dice. Allí se quedaron mes y medio en el que se cruzaron con africanos de distintas nacionalidades, la mayoría del Congo.
De Brasil fueron a Perú en un viaje de autobús de cuatro días con continuas paradas en las que debía pagar extorsión. “Perú es tan inseguro, la gente que nos cruzamos fue tan deshonesta”. Luego atravesaron Ecuador y Colombia, hasta llegar al puerto de Turbo, donde debían tomar un bote hacia el pueblo de Capurganá, en la frontera con Panamá, para seguir avanzando a través de la selva del Darién. “En Turbo conocí a muchísimos cameruneses que no paraban de llegar. Nadie quería viajar conmigo porque tenía a las niñas (...) Hasta que llegó mi vecino en Camerún, Dios lo envió ese día”. 
Colette, las niñas, el vecino y otros 25 migrantes partieron entonces en bote y luego a pie con rumbo a Panamá y se internaron en el Darién. “Es la peor parte del viaje, no quiero pensar en eso (...) Panamá es el infierno en la tierra”, dice ella. Caminaron cuatro días a través de la selva y el río, que creció tanto y tan súbitamente que casi arrastra a Colette y a sus hijas. Para salvarse de la fuerza de la corriente, soltaron el poco equipaje que llevaban, con los pasaportes y el dinero de todos dentro.

Tras superar la selva, Colette y sus hijas permanecieron en Panamá un día más, cruzaron la frontera hacia Costa Rica, donde solo se quedaron dos días, y siguieron sorteando obstáculos a través de Nicaragua y Honduras. Durante la mayor parte del recorrido, Colette no tuvo ningún contacto con su familia en Camerún.

“Al principio, ni siquiera quería hacerles saber sobre el viaje porque nadie iba a aceptar que corriera este tipo de riesgo. Cuando estaba en Guatemala, fuera de peligro, les dije que ya estaba en México, porque no quería comenzar a explicar dónde está Guatemala, sé que mucha gente ni siquiera sabe dónde está. Entonces, les dije que ya estaba en México e iba a cruzar la frontera porque no quería que hicieran muchas preguntas”, recuerda Colette.

En México pasaron 12 días en un refugio de migrantes de Tapachula, en el estado de Chiapas, fronterizo con Guatemala. Una amiga que conoció en Colombia le dijo que la llamara cuando llegara allí, ella le aconsejó que cruzara la frontera hacia Estados Unidos en Texas y no en California y la puso en contacto que una organización de derechos humanos que le dio hospedaje en Ciudad Juárez por tres días.
Después de varios intentos fallidos, lograron cruzar la frontera entre México y Estados Unidos una madrugada. Caminaron unas 10 horas hasta que por fin pudieron entregarse a las autoridades y pedir protección. “Nos topamos con la policía cuando ya estábamos dentro de Estados Unidos. Los agentes de policía nos preguntaron ‘¿De dónde eres?’. Le dije que de Camerún y que queríamos pedir asilo”.

Colette y sus hijas estuvieron tres días en un centro de detención en El Paso, Texas, mientras las autoridades migratorias revisaban su caso y su documentación. “Después de tres días, nos sacaron. Nosotros sabíamos que en tres días estaríamos fuera. Recogimos nuestras cosas y nos llevaron a un lugar donde me pusieron un grillete electrónico en la pierna”. Cuando la liberaron, tomó un autobús de Texas a Maryland que su hermana ya había pagado.
El 4 de septiembre de 2019 las autoridades de Estados Unidos admitieron el caso de asilo de Colette y meses más tarde le otorgaron un permiso de trabajo, mientras las cortes de inmigración deciden su estatus, un proceso que podría tardar hasta tres años. El número de casos de asilo que esperan una resolución sobrepasó el millón en agosto de 2019, de acuerdo a datos del centro de análisis independiente TRAC (Transactional Records Access Clearinghouse) de la Universidad de Syracuse.

Un sueño no tan feliz

Colette trabajó primero en la panadería de un supermercado cercano a la casa de su hermana en Odenton, Maryland, al que podía llegar caminando. Luego consiguió un empleo por horas almacenando cajas en un centro de recepción de Amazon. Cobraba entre 1,000 y 1,100 dólares cada quincena, contando los descuentos de impuestos. 
“Si trabajas horas extras puedes ahorrar dinero, pero el trabajo no es fácil”, explicó Colette durante una entrevista en febrero de 2020. Trabajaba 36 horas cada semana, en tres turnos de 12 horas, en el horario de la medianoche para poder cuidar de las niñas durante el día. Su objetivo de mediano plazo era abrir una pequeña guardería de niños en la casa de su hermana, pero a principios de marzo la pandemia mundial de covid-19 alcanzó también a Estados Unidos y echó por tierra sus planes.
“Dejé de trabajar cuando el virus se puso serio”, dice Colette a través de un mensaje de Whatsapp en abril. A diferencia de otras empresas que paralizaron sus actividades, Amazon redobló sus operaciones de envíos de paquetes a todo el país. Los empleados que no trabajan, no cobran. Y ella consideró que era más seguro no volver al almacén para no poner en riesgo la salud de su hijas y sobrinos. 
Toda su familia en Camerún se mudó al lado francófono, a Duala, para evadir la violencia de la guerra: sus padres y las tres hermanas que aún quedan allá. La crisis de seguridad en territorio anglófono sigue golpeando fuertemente el sistema escolar: en noviembre de 2019, un mes después de que comenzara el nuevo año escolar, más de 855 000 niños estaban privados de educación y alrededor de 5 000 escuelas estaban destruidas o cerradas en el noroeste y el suroeste, según cifras de Unicef. Y la situación empeoró aún más con el cierre oficial de las escuelas por parte del gobierno para luchar contra el covid-19.
Sin embargo, aún antes de que la pandemia se agravara en Estados Unidos, cuando la vida era normal y ella tenía un empleo y las niñas iban a la escuela, Colette ya pensaba que la travesía con sus peligros no había valido la pena: “‘¡Vivir en Estados Unidos es tan duro! Es como si no tuvieras vida. Todo el sufrimiento, todo lo que pasamos, ¿para esto?”. 

*Migrantes de Otro Mundo es una investigación conjunta transfronteriza realizada por el Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP), Occrp, Animal Político (México) y los medios regionales mexicanos Chiapas Paralelo y Voz Alterna de la Red Periodistas de a Pie; Univision Noticias (Estados Unidos), Revista Factum (El Salvador); La Voz de Guanacaste (Costa Rica); Profissão Réporter de TV Globo (Brasil); La Prensa (Panamá); Semana (Colombia); El Universo (Ecuador); Efecto Cocuyo (Venezuela); y Anfibia/Cosecha Roja (Argentina), Bellingcat (Reino Unido), The Confluence Media (India), Record Nepal (Nepal), The Museba Project (Camerún). Nos dieron apoyo especial para este proyecto: La Fundación Avina y la Seattle International Foundation.

L’histoire pas si heureuse de Colette

Par Maye Primera y Christian Locka

Colette a fui la guerre au Cameroun avec ses deux petites filles. Elle a dépensé toutes ses économies. Après pratiquement un an de voyage, dont elle ne veut pas se souvenir, elle est arrivée à Odenton au Maryland pour vivre son rêve Américain. Mais celui-ci n’est finalement pas si heureux.

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Un migrant tient dans ses mains l'épinglette avec l'insigne du drapeau camerounais. Photographie: Salvador Meléndez

Colette est “tombée de Charybde en Scylla”. Elle a fui la guerre civile pour trouver la pandémie du coronavirus . Elle a oublié le jour exact où elle a quitté le Cameroun en 2017, mais se souvient que le 19 juillet 2018 elle est arrivée chez sa sœur aux États-Unis, après avoir parcouru pendant un an presque tous les pays du continent américain. Cette date est gravée dans sa mémoire, non pas parce qu’elle marque ses retrouvailles avec sa sœur -un moment qu’elle a attendu pendant des mois- mais parce qu’elle figure sur sa demande d'asile. « C'était une journée comme une autre. Après toute cette souffrance, je ne ressentais plus rien. Après avoir tant pensé "J'ai hâte de la voir", l'émotion avait disparu ».

Elle a quitté le pays après avoir été enfermée un an chez elle avec ses deux petites filles lorsque les rues de sa ville brûlaient. Elle vivait à Bamenda, dans le nord-est, un des territoires anglophones du Cameroun.

« En 2016, la crise a commencé et les enfants ont passé toute l’année 2017, avant notre départ, enfermées à la maison. La guerre, c’était la folie : pas d'école, les meurtres, les fusillades, le nombre de personnes que nous avons perdues... », se souvient Colette lors d'un entretien en février 2020, avec Univision, membre de l'alliance journalistique qui a mené l’enquête Migrants d'un autre monde*; entretien qu’elle a accordé à condition de rester anonyme.

Selon les organisations de défense des droits de l'homme, la guerre actuellement menée par l'armée du président Paul Biya et les groupes séparatistes armés anglophones a fait plus de 3.000 morts, environ 60.000 réfugiés au Nigeria voisin et 700.000 migrants à l’intérieur du pays. La guerre a également poussé des milliers de Camerounais, comme Colette, à entreprendre un long et dangereux voyage à travers l'Amérique Latine, dans l’espoir d’atteindre les États-Unis ou le Canada pour demander l'asile.

La violence s'est intensifiée en novembre 2016. Lorsque des enseignants et des avocats anglophones ont protesté dans le nord-est du pays afin d’exiger de meilleures conditions de travail, ils ont été brutalement réprimés. En octobre 2017, les mouvements sécessionnistes ont autoproclamé l'indépendance de ce territoire, qu'ils appellent Ambazonie. Suite à cette déclaration, l'armée du président Paul Biya leur a déclaré la guerre. C'est alors que Colette est partie avec ses filles pour les États-Unis afin d'y demander l'asile et rejoindre sa sœur aînée dans le Maryland.

Aujourd'hui, confinée à cause du coronavirus depuis début mars, elle vit à Odenton dans une maison de deux pièces qu'elle partage avec sa sœur, son beau-frère, deux neveux et ses deux filles, qui ont déjà 4 et 6 ans.

La route sinueuse

Le voyage de Colette a duré près d'un an et a été si traumatisant qu'elle ne se souvient plus quand il a commencé : « J'ai des problèmes avec les dates. J’ai du mal à me souvenir de cette période. Comme quand une année passe sans que tu t’en rendes compte. C'est un souvenir très douloureux à conserver ». Cependant, elle a eu plus de chance que la plupart des Africains qui font le même voyage. Certains n'atteignent jamais les États-Unis, d’autres sont détenus et renvoyés dès leur arrivée.

Colette et ses filles ont traversé 11 pays - Nigeria, Brésil, Pérou, Équateur, Colombie, Panama, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala et Mexique -en avion, en bus, en bateau et à pied- pour rejoindre les États-Unis. Les filles avaient deux et quatre ans lorsque le voyage a commencé.

Selon les données officielles de différents pays, recueillies par cette alliance journalistique transfrontalière pour l'enquête Migrants d'un autre monde, la majorité des migrants Africains qui ont traversé le Continent Américain en 2019 étaient des Camerounais.

Beaucoup venaient de zones de guerre ou, comme Colette, étaient des anglophones fuyant la discrimination et la faillite économique. Depuis l'unification des territoires anglophones et francophones dans les années 1960, les anglophones, qui représentent 20 % d'une population de 25 millions d'habitants, se plaignent d'être traités par la majorité francophone comme des citoyens de second rang. Ils ont actuellement une faible représentation politique, moins d'opportunités économiques et aucune considération de la part du régime de Paul Biya, âgé de 87 ans et au pouvoir depuis 38 ans.

De nombreux migrants camerounais ont des liens avec les États-Unis, par des membres de leur famille, des personnes de leur village ou de leur tribu. Les plus grandes communautés Camerounaises du pays se trouvent dans la région de Washington DC et dans les comtés de Prince George et de Montgomery au Maryland. Il en existe également d’importantes dans les villes texanes de Houston et Dallas et dans certaines villes du Minnesota. Pour la plupart, ce sont des populations d’un niveau d’éducation élevé, possédant souvent plusieurs diplômes universitaires. Elles sont composées d’étudiants boursiers ou d’actifs ayant émigré depuis les années 1960, en plusieurs vagues, cherchant un avenir dans un pays anglophone.

La sœur de Colette est partie aux États-Unis il y a 18 ans, après avoir épousé un Camerounais habitant à Washington. Malgré une maîtrise en comptabilité,, elle ne pouvait pas trouver au Cameroun un travail correspondant à son niveau d’études. « Elle est titulaire d'une maîtrise en comptabilité et ne pouvait pas trouver du travail. Elle était la quatrième meilleure élève de sa classe. Les emplois sont pour les francophones ; ils ont les meilleurs postes ».

Colette a fait des études de décoration d'intérieur. Avant que les manifestations des enseignants et des avocats ne commencent, elle avait sa propre entreprise de décoration et de traiteur dans la ville de Douala dans le territoire francophone. Quand les affaires ont commencé à ralentir, selon elle en raison de la diminution de la demande des francophones, qui ne voulaient pas travailler avec une anglophone, elle a dû retourner à Banameda chez ses parents. Ils lui apportaient un soutien financier et assuraient la garde de ses filles, pendant qu’elle s’occupait de vente par internet de vêtements de bébé.

Tout d’abord, elle est allée avec ses filles jusqu’au Nigeria avec l’intention de prendre un vol pour le Mexique, puis rejoindre les États-Unis. « Nous sommes allées au Nigeria en vue d’obtenir un visa pour le Mexique, mais nous avons eu des contretemps. Nous n’avons pas pu avoir le visa. On nous a dit qu’il serait plus facile de l’avoir en Bolivie. Pour y arriver, il fallait d’abord aller au Brésil et demander l’asile là-bas. Mais ce n’était que des mensonges », se souvient-elle. À l’époque, elle n’aurait même pas pu localiser un seul de ces pays sur une carte.

Durant cette première partie du chemin, elle était accompagnée d’une autre de ses sœurs et de deux de ses neveux. Ils avaient payé 15.000 dollars à une agence de voyages, qui les a arnaqués. Sans argent, sa sœur et ses neveux sont rentrés au Cameroun et Colette a continué son voyage seule avec ses filles.

Une fois arrivée au Brésil, Colette a demandé l’asile, comme on lui avait dit de faire, à l’agence de voyages du Nigeria où elle avait pris son billet. « Je ne suis restée que trois jours à l'aéroport. Comme j’étais avec mes filles, on m’a très bien traitée. J’ai rencontré des personnes qui ont dû attendre au moins une semaine à l’aéroport. Puis j’ai découvert que nous étions coincées au Brésil. Pendant ce temps, j’ai cherché un autre moyen pour continuer», dit elle. Durant le mois et demi qu’a duré cet asile au Brésil, elle a rencontré d’autres migrants Africains de plusieurs nationalités, principalement des Congolais.

Du Brésil, elle est allée au Pérou. Un voyage en bus qui a  duré quatre jours avec de nombreux arrêts, au cours desquels elle devait payer des « droits de passage ». « Le Pérou est si dangereux, les gens que nous avons croisés étaient si malhonnêtes. » Elles ont ensuite traversé l'Équateur et la Colombie jusqu’au port de Turbo, où elles ont pris un bateau pour la ville de Capurgana, à la frontière du Panama, et continué leur voyage à travers la jungle du Darien. "A Turbo, j'ai rencontré de nombreux Camerounais. Ils ne cessaient pas d'arriver. Personne ne voulait voyager avec moi parce que j'avais les filles (...) Jusqu'à ce qu’un de mes voisins au Cameroun arrive. Dieu l'a envoyé ce jour-là".

Colette, ses filles, le voisin et 25 autres migrants sont partis en bateau, puis à pied en direction du Panama et ils sont entrés dans la forêt du Darien. « C’est la pire partie du voyage, je ne veux même plus y penser (…). Le Panama, c’est l’enfer sur terre », dit-elle. Ils ont marché quatre jours à travers la forêt et la rivière. Quand celle-ci est montée soudainement, elle a failli emporter Colette et ses filles. Pour s’en sortir, elles ont dû lâcher leurs sacs qui contenaient leurs passeports et leur argent.

Une fois la forêt traversée, elles ont passé un jour au Panama. Elles ont traversé la frontière au Costa Rica, où elles sont restées deux jours, puis elles ont continué à braver des obstacles durant toute leur traversée du Nicaragua et du Honduras. La plupart, du temps, elle n’a eu aucun contact avec sa famille au Cameroun.

« Au départ, je ne voulais pas leur dire comment allait se dérouler le voyage parce que personne n’aurait accepté que je prenne de tels risques. Dès que je suis arrivée au Guatemala, hors du danger, je leur ai dit que j’étais déjà au Mexique. Je ne leur ai pas dit où se situait le Guatemala, sachant que peu de gens savent où ça se trouve. J’ai dit que j’allais traverser la frontière. Je ne voulais pas qu’on me pose trop de questions », se souvient Colette.

Au Mexique, elles ont passé douze jours dans un centre de rétention pour migrants à Tapachulas dans l’état de Chiapas à la frontière du Guatemala. Une fois arrivées, elle a appelé un amie qu’elle avait rencontrée en Colombie. Son amie lui a recommandé de traverser la frontière du Texas et non pas celle de Californie et elle l’a mis en lien avec une organisation des droits de l’homme qui l’a hébergée à Ciudad Juarez pendant trois jours.

Après plusieurs essais ratés pour traverser la frontière entre le Mexique et les États-Unis, un jour, à l’aube, elles y sont arrivées. Elles ont marché pendant 10 heures avant de pouvoir se rendre aux autorités et demander la protection. « Nous sommes tombées sur la police alors que nous étions déjà aux États-Unis. Les officiers de police nous ont demandé : "D'où venez-vous ?" Je leur ai dit que nous venions du Cameroun et que nous voulions demander l'asile ».

Colette et ses filles sont restées trois jours dans un centre de rétention à El Paso au Texas pendant que les autorités étudiaient leur dossier et les documents qu’elle avait apportés. « Après trois jours on nous a laissées sortir. Je savais que cela demandait trois jours. Nous avons pris nos affaires et on nous a amenées à un endroit où ils m’ont mis un bracelet électronique à la jambe ». Une fois en liberté, elles ont pris un bus, payé à l’avance par sa sœur, pour aller du Texas au Maryland.

Le 4 septembre 2019, les Autorités Américaines ont admis la demande d’asile de Colette et quelques mois plus tard lui ont accordé un permis de travail en attendant que les tribunaux d'immigration se prononcent sur son statut, procédure qui peut prendre jusqu'à trois ans. Le nombre de demandes d'asile en attente de résolution a dépassé le million en août 2019, selon les données du TRAC (Transactional Records Access Clearinghouse) de l'université de Syracuse.

Un rêve pas si heureux

D’abord Colette a travaillé dans la boulangerie d’un supermarché à Odenton dans le Maryland. C’était à coté de chez sa sœur et elle pouvait s’y rendre à pied. Puis, elle a trouvé un travail dans un entrepôt de stockage d’Amazon pour un salaire entre 1.000 et 1.100 dollars net toutes les deux semaines.

« Si tu fais des heures supplémentaires, tu peux faire des économies, mais ce n’est pas un travail facile » expliquait Colette pendant un entretien en février 2020. Elle travaillait 36 heures par semaine en trois jours de 12 heures. Elle travaillait la nuit pour pouvoir s’occuper de ses filles pendant la journée. Son objectif à moyen terme était d’ouvrir une petite crèche dans la maison de sa sœur, mais début mars la pandémie du Covid 19 est arrivée aux États Unis et a stoppé ses projets.

« J’ai arrêté de travailler dès que le virus est devenu une affaire sérieuse» dit Colette dans un message de Whatsapp en avril. A la différence des autres sociétés, qui ont cessé leurs activités à cause de la pandémie, chez Amazon la charge de travail a redoublé. Les employés qui ne travaillent pas ne touchent pas de chômage. Elle a cependant décidé qu’il était plus sûr de ne pas retourner à l’entrepôt pour ne pas mettre la santé de ses filles et de ses neveux en danger.

Toute sa famille au Cameroun, ses parents et les trois sœurs qui y sont encore, a quitté le côté francophone. Ils sont allés à Douala fuyant la violence de la guerre. La crise sécuritaire continue à impacter le système d’éducation dans le territoire anglophone. En novembre 2019, un mois après la rentrée des classes, plus de 855.000 enfants n’avaient pas accès à l’école et environ 5.000 écoles étaient détruites ou fermées dans le nord-est et le sud-est du pays selon l’UNICEF. Avec la fermeture officielle des écoles afin de faire face au Covid 19, la situation est encore pire.

Quand elle fait le bilan de son voyage, Colette ne peut s’empêcher de se demander si cette nouvelle vie valait tous ces sacrifices et tous les risques qu’elle a pris pendant son long trajet. Bien avant que la pandémie ne frappe les États-Unis, quand sa vie était encore normale, quand elle avait du travail et que ses filles allaient à l’école, Colette pensait déjà que sa nouvelle vie n’en valait pas la peine. « Vivre aux États-Unis est si dur ! C’est comme si tu n’avais pas de vie. Toutes ces souffrances que nous avons vécues ... pour ça ?

*Ce reportage fait partie d’une collaboration transnationale réalisé par Migrants d’un Autre Monde, une recherche journalistique du Centre Latino-américain des Recherches Journalistiques (CLIP), Occrp, Animal Político (Mexique) et les médias régionales Mexicaines Chiapas Paralelo y Voz Alterna, pour En el camino du réseau Periodistas de a Pie; Univisión digital (Etats-Unis), Revista Factum (El Salvador); La Voz de Guanacaste (Costa Rica); Profissão Réporter de TV Globo(Brésil); La Prensa (Panamá); Revista Semana (Colombia); El Universo (Equateur); Efecto Cocuyo (Venezuela); y Anfibia/Cosecha Roja (Argentine) en Amérique Latine. Ont aussi collaboré à ces recherches : The Confluence Media (India), Record Nepal (Nepal), The Museba Project(Cameroun) y Bellingcat (Royaume-Uni). Ce travail a pu compter sur le soutien de la Fundación Avina et la Seattle International Foundation