Las tumbas numeradas de Acandí tenían nombre

Por José Guarnizo. Con reportería de Juan Arturo Gómez, María Teresa Ronderos, Mary Triny Zea, Felipe Reyes Ramírez y Nathan Jaccard.*

Diez niños, nueve adultos y dos partes de cuerpos están enterrados desde hace un año en un cementerio chocoano al noroccidente de Colombia. Unas cruces de madera numeradas las identifican. Apenas se supo que eran viajeros que venían de países africanos y se ahogaron en el Golfo de Urabá tratando de llegar a Panamá. Durante diez meses investigamos para descubrir quiénes eran.

José Guarnizo
Cruces en el cementerio de Acandí, en el Golfo de Urabá, Colombia. Fotografía: José Guarnizo

El bebé tendría algo más de un año de nacido. Su cuerpo estaba boca abajo sobre la arena dorada. Al fondo, los riscos de piedra y la densa selva del trópico. Estaba vestido de chaquetica de jean, botas de caucho y solo, absolutamente solo, a 10 700 kilómetros de la República Democrática del Congo, donde, como lo sabría después, había nacido.

El bebé, porque era solo un bebé, no apareció en los noticieros de televisión. La imagen de su cuerpo abandonado no causó revuelo en Colombia ni se convirtió en un símbolo de la tragedia de los migrantes, como aquél pequeño que vieron los europeos ahogado en una playa turca en 2015. ¿Dónde estaban sus padres? ¿Habían muerto? ¿Habían sobrevivido?

De pie, frente a 21 cruces numeradas en el cementerio de Acandí, un pueblito de pescadores en el Golfo de Urabá, donde Colombia bordea con Panamá, Yolvys de la Cruz Morales, acucioso periodista local, recuerda que esa tarde del 29 de enero de 2019 sintió escalofrío y dolor en el pecho cuando vio a lo lejos el cadáver del niño tirado en playa Soledad, bamboleándose con las olas recias y verdosas del Caribe.

Ha pasado casi un año. Ahora el niño está allí en el cementerio improvisado, bajo la tierra arcillosa. Aún nadie ha sabido cómo se llamaba.

“¿En cuál de estas tumbas está el cuerpo de ese niño?”, le pregunté.

“Decirte ahora en cuál de esas fosas es complicado”, dice. “A cada una de las 21 tumbas se les puso un número por si algún día aparecía alguien a reclamar los cuerpos, o las partes de cuerpos que se encontraron”.

De la Cruz se queda en silencio un rato y se acurruca de cara a las cruces. “Sabemos que todos eran africanos, que salieron de sus países por extrema pobreza o violencia, entonces es bastante lejana la esperanza de que aparezca algún familiar a reclamarlos”.

A las cruces de madera se les han ido borrando los números. Algunas flores moradas han crecido entre la hierba.  Pienso en ese momento que este reportaje no tendría sentido si al final no sirve para encontrarle nombres a esas cruces. Que al menos sus parientes sepan dónde quedaron en este largo trayecto por medio mundo, atravesando una buena parte de América.

Felipe Reyes
Cruces en el cementerio de Acandí, en el Golfo de Urabá, Colombia. Fotografía: Felipe Reyes / Semana

La noche del naufragio

A eso de la una de la madrugada del lunes 28 de enero de 2019, una panga con 34 migrantes provenientes distintos países de África —14 niños y 18 adultos, entre ellos dos mujeres embarazadas— zozobró mientras navegaban entre Capurganá y Sapzurro, dos pueblitos costeros del Caribe que quedan en el límite con Panamá.

Las noticias de la tragedia en un principio fueron vagas. Cuatro embarcaciones habían salido a la madrugada desde la playa La Caleta, sector de La Brujita, de Capurganá, un punto no autorizado para el zarpe de lanchas. No hubo planillas con nombres de pasajeros ni controles por parte de autoridad alguna.

Se supo después que los migrantes iban a ser dejados en las playas de Armila en Panamá, para que continuaran a pie hasta la comunidad de Anachucuna. Ninguno de los extranjeros sabía a lo que se enfrentaba. Lo que se les venía. Desconocían que debían cruzar luego un río llamado Membrillo hasta la desembocadura de otro, el Chucunaque y que, más adelante, tendrían que internarse en la selva del Darién panameño por unos 50 kilómetros para ir a dar hasta un pueblo llamado Metetí; o continuar por el curso del Chucunaque hasta Lajas Blancas, donde buscarían después la carretera Panamericana. Nada de eso pasó.

En el pueblo se murmuraba que los motoristas de la lancha habían bebido durante la noche; que a ninguno de los pasajeros les habían dado chalecos salvavidas. Una fiscal, después, confirmó los rumores.

También corroboró que antes de abordar las lanchas, los viajeros habían tenido que pagarles a unos hombres 150 dólares por cabeza. A cambio, ellos les dieron el transporte a Panamá. El bote, que tenía un cupo máximo de 20 personas, iba con 34 pasajeros, sin contar el equipaje. En las maletas había ropa, enlatados, machetes, leche para bebé, mantas, fotos, pasaportes. Los dueños de las lanchas sabían que habían enviado a esas familias a la muerte, al lanzarlos a un mar bravío, en una panga repleta a media noche. Por eso hicieron lo posible por ocultar el accidente.

En dos horas nadie avisó a las autoridades sobre la fatalidad. Cada minuto que pasaba alejaba las posibilidades de rescatar a alguien con vida. Solo hasta las tres de la mañana, la Capitanía de Armada Nacional que patrulla el Golfo de Urabá, recibió el SOS. La capitana Raquel Elena Romero Quintero, comandante de Guardacostas, dice que de inmediato desplegaron lanchas de rescate hacia la zona. La noche, sin embargo, los devolvió sin noticias. No encontraron nada.

Luego se sabría que la embarcación se había partido en dos, y que durante aquella madrugada y parte del día siguiente, las personas tuvieron que luchar contra la fuerza descomunal de la marea que los empujaba contra esos peñascos afilados, tratando de proteger a sus niños. En enero el mar del Golfo suele estar particularmente picado y levanta olas hasta de tres metros que revientan contra las rocas en la costa. Nadie escuchaba sus gritos de auxilio.

José Guarnizo
Golfo de Urabá, Colombia. Fotografía: José Guarnizo

Los sobrevivientes cuentan poco

El lunes en la mañana comenzaron a aparecer algunos sobrevivientes por Capurganá, un pueblito de pescadores donde viven si mucho 1.500 habitantes, y al que llegan turistas por temporadas, atraídos por un mar verde cristalino y un paisaje exótico. Por la única calle larga del pueblo venían caminando los sobrevivientes, exhaustos. Aseguraban haber perdido hijos, esposas, hermanos, pero no a todos se les entendía porque no hablaban español. Entre los pocos que pudieron hablar con ellos estuvo el párroco del pueblo, Aurelio Moncada. Desesperado por dar la noticia a ver si se podían salvar a otros, hizo videos que comenzó a enviar por Whatsapp alertando sobre la catástrofe.

“En un principio creyeron que esto era algo inventado”, dijo el sacerdote, cuando lo entrevisté en noviembre pasado, en desarrollo de la investigación transfronteriza Migrantes de Otro Mundo, realizada por 18 medios periodísticos.

Con la luz del día, las autoridades organizaron un consejo de seguridad en Acandí, el pueblo principal del Golfo de Urabá, a unas dos horas en lancha de Capurganá, por la misma costa. Queda en el departamento del Chocó, el más pobre de Colombia, a 20 kilómetros de las playas de donde había salido la lancha que se hundió. En esa reunión estuvo la alcaldesa, Lilia Isabel Córdoba y funcionarios locales de Migración Colombia, de Policía y Armada. Fueron también representantes del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) que tiene un puesto de atención en una ciudad cercana.

Mientras duraba la reunión, los guardacostas seguían buscando a otros náufragos.

A esa reunión también fueron sobrevivientes. Los llevó el padre Aurelio, como le llama la gente. Allí, aún en shock, los extranjeros intentaron contar su historia. El periodista De la Cruz grabó algunos videos. Darwin García Pérez, un residente de Acandí, hizo de traductor. Entre los sobrevivientes estaba una señora joven con la mirada perdida, en silencio. Llevaba en sus piernas a una niña. Se veía desolada. Sus enormes ojos miraban ese cuarto atestado de funcionarios de la Alcaldía de Acandí, sin entender nada. Cuando fui al pueblo, meses después del accidente, varios contaron que ella se llamaba Memfi.

Habló en francés otra señora joven que dijo llamarse Fina, aseguró ser de Angola. Llegó a Colombia con cinco hijos. Cuatro acababan de morir. En Angola la situación ha venido mejorando un poco, pero siguen las ejecuciones extrajudiciales y, en 2018, el gobierno había expulsado a más de 400 mil refugiados originarios de la República Democrática del Congo (RDC), matando e incendiando sin piedad.

El que más habló en la reunión fue un extranjero en francés. Él contó de las barcas y lo que había pasado. Parecía más árabe que africano, pero no se supo de dónde era y su identidad no quedó en los registros que hizo la Alcaldía de Acandí.

En la cámara de De la Cruz quedó registrado además el pedido en francés de un hombre que se identificó como Didier Bikembo Fwetete, proveniente de la RDC, rodeado de varios migrantes que lucían mustios a la salida de la pequeña capilla católica de Capurganá. Pidió a las autoridades que le ayudaran a conseguir refugio en Canadá. Al parecer, nadie atendió su súplica.

García también ayudó a traducir sus testimonios luego, ante la Fiscalía colombiana.

En un acta de la Alcaldía de Acandí quedó registrado que ninguno de ellos quería solicitar refugio en Colombia, sino continuar su camino. Sólo pedían la colaboración del gobierno para llegar hasta Panamá de una manera segura. Imploraban por un poco de humanidad, después de lo que habían vivido. Esa ayuda jamás llegó.

Nadie hizo una lista de los sobrevivientes. En los documentos oficiales del municipio solo quedó consignado el nombre de una mujer que perdió en el naufragio a su esposo y a tres de sus niños. No era Memfi su identidad, como me habían dicho, sino Mifi Mulasa.

De estos sobrevivientes no se volvió saber nada por meses. Según se dijo en ese momento, ellos habían continuado su camino hacia Panamá por su propia cuenta.

Un pueblo acongojado

El martes 29 de enero se vieron los primeros cuatro cuerpos flotar en el mar. Fue el día en que apareció el bebé en la playa. Con ayuda de pescadores, soldados de la Armada y policías, rescataron los cadáveres y levantaron los cuerpos sin vida, según los protocolos oficiales. El miércoles enviaron a Acandí los restos de diez niños, nueve adultos y dos fragmentos de cuerpos. La cámara del reportero De la Cruz fue la única que estuvo allí para registrar la procesión de cadáveres envueltos en bolsas plásticas blancas que avanzaron sobre mulas hacia el pequeño cementerio.

Para un pueblo tan pequeño no fue fácil digerir la tragedia.

Durante ocho días no dieron clases en las escuelas. Hubo una especie de estupefacción general, sobre todo porque la mayoría de las víctimas eran niños. La municipalidad repartió tapabocas a todos los vecinos de la calle Miramar que da al frente del camposanto. El olor de la muerte se esparció por los aires y las calles de barro. Acandí no tiene cuartos fríos en la morgue. Y la morgue en realidad no cuenta con las condiciones de una morgue.

Tres días duró Eulises Martínez cavando los veintiún huecos en la tierra. Tiene 47 años, es albañil de oficio, hombre flaco, atlético y de piel madurada por el sol. Él mismo sirvió como ayudante en las necropsias que adelantaron tres médicos del Instituto Nacional de Medicina Legal que fueron desde Apartadó, la ciudad más grande de la región. Para llegar hasta allí debieron trasegar una hora por carretera y dos más por mar bordeando la costa.

“Yo nunca había visto toda esa cantidad de muertos, fueron tres días muy agitados, los cuerpos estaban bastante descompuestos, tenían las ropas roídas, fue doloroso… tantos niños”, dice el señor Martínez, parado al lado del derruido mesón sobre el que habían puesto entonces los cadáveres para arreglarlos. El cuarto, de paredes mohosas, no cuenta con instrumentos para las autopsias. El deterioro se nota en cada raíz que se ha venido metiendo por entre las ventanas sin vidrios.

La noticia del naufragio duró un par de días en los titulares de la prensa. Unos medios hicieron luego crónicas en los lugares. Hasta ahí llegó la historia.

Varios de los entrevistados para este reportaje en Acandí creen que el gobierno nacional no les ayudó a manejar una calamidad para la cual no estaban preparados. Diecisiete días después del naufragio fue hasta a Acandí, el entonces director de Migración Colombia, Christian Krüger. Y tres meses después fue Carlos Holmes Trujillo, el canciller de entonces. El 24 de abril de 2019, este último funcionario anunció desde allá un plan de choque para atender a los migrantes, que tenía como propósito que se respetaran sus derechos humanos. La visita del ministro terminaría siendo un canto a la bandera. No es difícil corroborar que el Estado en esta zona sigue siendo débil para atender las necesidades de los colombianos, mucho menos de los migrantes.

Darwin García, quien hizo de traductor para los sobrevivientes del naufragio de enero, nació en Capurganá y ha vivido allí gran parte de su vida. Es afrocolombiano, como casi todos en esta región. Él mismo fue inmigrante en Europa, donde aprendió francés. Sentado a la salida de la pequeña iglesia del pueblo dice que quiere que en este reportaje quede esta parte de su testimonio sin editar:

“A mí me duele lo inhumano que es este gobierno. No sé si es porque eran africanos o negros, pero nunca vinieron a ayudar a la alcaldesa, a mirar realmente qué pasó. Si los muertos hubiesen sido unos gringos, hasta las fuerzas de la Otan hubieran venido hasta aquí, todavía estuvieran buscándolos, pero como eran negros, como son nadie. (Entre los muertos) encontraron a una señora que se aferró a su hijo. Una embarazada. Un niño descuartizado. En este país se tratan a las personas por el estrato (económico). Y tanto nosotros como los migrantes somos como estrato cero. Si no importamos nosotros que vivimos en esta parte periférica, ahora van a importar unas personas que no son de aquí”.

El padre Aurelio cuenta que, como el gobierno no les ayudó para que pudieran pasar hasta Panamá en mejores condiciones, los sobrevivientes del naufragio tuvieron que seguir viaje a pie, selva adentro. (Un documental de los colegas de Semana cuenta el horror de esta caminata que puede durar hasta una semana).

No tuvieron otra opción que arriesgar de nuevo sus vidas. La alianza periodística que realizó esta investigación transfronteriza y colaborativa Migrantes de Otro Mundo, pudo documentar la muerte de 110 personas desde 2016 hasta abril de 2020 en esa travesía. Pero decenas de testimonios en todo el continente que describieron con espanto su paso por allí reflejan que han muerto muchos más. No hay quién no cuente que vio un cadáver o unos huesos abandonados. Viajeros a cada rato comparten videos con Juan Arturo Gómez, investigador de esta alianza y periodista que vive en el Golfo de Urabá. Las imágenes parten el alma. Muchos han muerto ahogados por las súbitas crecientes de los ríos selváticos. Los ha picado una rana venenosa, o una serpiente mapaná, o una rabo de ají. Les ha dado un infarto del esfuerzo de subir las lomas empinadas o del miedo de la oscuridad y los aullidos de los monos. Los han matado asaltantes para robarlos. Una madre no pudo atajar el resbalón de un niño hacia el abismo.

“El Darién es una selva que deberían declarar un camposanto”, dijo el padre Aurelio Moncada que sabe lo que ha pasado allí.

Pues bien, las autoridades no les dejaron otra a los náufragos que irse por “el camposanto”. No tendría que haber sido así. Los turistas aventureros pueden ir de paseo a Panamá. Desde Capurganá caminan un sendero ecológico de una hora, suben unas escaleras y bajan otras y ya están en La Miel en Panamá. O pueden ir en lancha desde Capurganá a Sapzurro, último pueblo colombiano, y ascender por las escaleras hasta que los recibe un puesto de control del Ejército panameño y de ahí, muestran el pasaporte, y los dejan bajar a las playas de La Miel.

¿Por qué no dejan a los migrantes hacer esos mismos trayectos seguros y fáciles? La mayoría lleva pasaporte y salvoconducto de Colombia, y Panamá les podía dar otro apenas llegan a Sapzurro. “No quieren dañar el turismo”, dijo una fuente. ¿Se vale esta política entre estados de derecho poner en riesgo extremo a tantas personas, a niños, a sobrevivientes de devastadores naufragios, por un prejuicio de que puede ahuyentar a los turistas?

El padre Aurelio también habla de la indiferencia del Estado colombiano. El gobierno, explica, se limita a ver pasar personas, al amparo de los coyotes que manejan el negocio del tráfico, a sabiendas de que van a seguir pasando por allí.

Un barco adecuado y pagado por los gobiernos de Panamá y Colombia bien podría llevar de manera segura a migrantes hasta un pueblito panameño llamado Puerto Obaldía, que queda a veinte minutos por mar desde Capurganá, propone el padre Aurelio, como una solución barata. Otra podría ser, dice, que salgan aviones desde la pista más cercana hasta Ciudad de Panamá. Si estas personas pudieran pasar de un país a otro de manera legal, se acabaría el negocio para los traficantes. Pero, sobre todo, dejarían de arriesgar sus vidas.

Al mismo padre Aurelio le consta cómo se encontraban dos mujeres sobrevivientes del naufragio. Contó de Mifi, de la República Democrática del Congo, en el centro de África, donde la represión y la violencia de facciones armadas financiada por la minería ilegal había forzado en 2018 a 130 mil ciudadanos a buscar refugio en otros países. A ella se le ahogaron tres niños y su marido. Solo le sobrevivió una pequeña de 10 años, a la que llama Alegría, y es quien sale sentada en sus piernas en el video de once segundos que grabó De la Cruz.

El padre dijo que Mifi había partido hacia Panamá. Por información del Servicio Nacional de Fronteras (Senafront) de ese país, que consiguió la colega en esta alianza de La Prensa de Panamá, supe meses después que su nombre completo era Mifi Mulasa Azaba, y que perdió a sus hijos Desimi Mbengo, de 7 años; Exauce Mbengo, de 5; y Emanuel Mbengo Vita, un bebecito de 2 años. También que al momento de la tragedia tenía 35 años y que Alegría, quien sobrevivió con ella, se llama Sonjisa Mbengo La Joie. Su esposo Vita Mbengo también murió ahogado ese día en el mar.

‘Agárrate bien del barco’

Un sobreviviente llamado Cedrik Sembuka dijo a autoridades de Estados Unidos que lo entrevistaron una vez llegó a Panamá, que en la panga que se hundió, iba una mujer llamada Gloria Bisa y que no sabía si se había salvado o estaba muerta. En ocho meses de estar investigando esta historia era la primera vez que escuchaba este nombre. Di con el testimonio de Sembuka tras conversar con la fiscal colombiana que investigó el caso. Ella confirmó que sí era una sobreviviente del naufragio de enero de 2019.

Intenté buscar a la señora Bisa pidiendo información a Migración Colombia, indagué en redes sociales, revisé bases de datos de migrantes que habían dejado su nombre en el muelle de Turbo, el pueblo de donde parten por mar hacia Capurganá. Una mañana de enero pasado, me entró una llamada desde la plataforma de Facebook. En la pantalla apareció su nombre: Gloria Bisa. Tuve que pararme de la silla. El cuerpo me reverberó, las manos me temblaron. Por fin aparecía, como venida de otro mundo al que creía irremediablemente perdido, una sobreviviente que estaba dispuesta a hablar.

Antes de la conversación telefónica vi en el muro de su Facebook una fotografía de un hombre y un niño publicada el 28 de enero de 2020, exactamente un año después del naufragio. Los comentarios de sus amigos y familiares, escritos algunos en francés, otros quizás en lingala, la lengua más común de los congoleses, eran de condolencias. Gloria llevaba un duelo a cuestas del que hasta ahora nadie le había preguntado.

La primera vez que hablamos se sorprendió. La tuvimos que volver a llamar con un colega de Occrp, socio de esta alianza, que entendía mejor el francés. Ella dijo que hasta ahora nadie se había preocupado por saber qué había pasado esa noche del 28 de enero de 2019. Siempre le causó desconsuelo que una tragedia de semejante magnitud hubiese pasado como si nada. Para ella el hundimiento de ese barco significaba la pérdida más grande de su existencia. Y la melancolía, que a veces sentía que era superior a sus fuerzas, la estuvo llevando en silencio.

Fue mi compañero quien le dio a Gloria las noticias. Ella no sabía que en el cementerio del pueblo colombiano de Acandí había 21 tumbas identificadas sólo por un número.

—Sí, soy Gloria Bisa.
—¿En qué parte del mundo está ahora?
—En Portland, Maine, Estados Unidos.

La señora Bisa tiene 26 años. Nació en Kinshasa, la capital de once millones de habitantes de la República Democrática del Congo. Allá se conoció con quien después sería su esposo, Basele Gaylord Mpati, nacido el 12 de febrero de 1986 según una foto de su pasaporte que me mostró por la video-charla. Tuvieron un hijo al que bautizaron como Exaucce.

Gloria y Gaylord pertenecían a un grupo de jóvenes con quienes solían salir a marchar en contra de la tiranía del gobierno de Joseph Kabila. El hombre se había instalado en el poder desde 2001 (antes había estado su padre) y su régimen seguía dilatando los intentos por convocar a elecciones. Las manifestaciones fueron reprimidas brutalmente: 30 civiles muertos, 60 heridos y más de 270 detenciones en el periodo más álgido de las revueltas.

A finales de 2018, la señora Bisa tenía seis meses de embarazo. Afuera, en las calles, la violencia hervía. Uno de esos días, su esposo salió a marchar y fue detenido. Al poco tiempo lo soltaron: estaba herido y con sus vestimentas roídas y sucias. Los militares que se lo habían llevado le dijeron que tenía suerte de que su mujer estuviera embarazada. Pero le advirtieron que si lo volvían a ver en las calles marchando, lo mataban.

El 20 de diciembre de 2018 en la noche, los esposos Basele vieron en las noticias que Kabila había cambiado nuevamente la fecha de las elecciones.

“Todo el mundo decidió que había que salir a manifestarse el 21 de diciembre”, contó Gloria Bisa. “Yo apoyé a mi esposo en esa decisión. Se fue para las calles solo y en la noche volvió a la casa, y me dijo: ‘nos tenemos que ir, esa gente me vio’”.

El 21 empacaron unas pocas mudas de ropa y junto con su hijo Exaucce, de 3 años, y una hermana de Gloria, Miresse Kitambala Makiese, de 16, salieron huyendo a Angola.

Se quedaron cinco días escondidos donde un pastor cristiano al que conocían de tiempo atrás. Unos soldados, recuerda Gloria, fueron a preguntar quiénes estaban en esa casa, pues tenían noticias de que ahí se escondían unos jóvenes activistas. Mientras escuchaban el murmullo de los oficiales, los Basele se lanzaron por una ventana y emprendieron la huida.

De ahí, viajaron al vecino país de Congo Brazzaville para ir a Pointe Noire, la segunda ciudad del país, sobre la costa occidental de África. Con otros jóvenes que estaban allá se embarcaron en un bote y cruzaron más de 5 500 kilómetros del Océano Atlántico, hasta llegar a Brasil. Gloria no recuerda bien a qué ciudad llegó, ni por dónde siguió el largo viaje. Solo logra identificar en el mapa el día en que apareció Ecuador y de ahí rememora un largo trayecto en bus. La familia atravesó de sur a norte casi todo el territorio colombiano, desde Rumichaca (el último pueblo del Ecuador) hasta Turbo, el puerto sobre el Caribe más grande del Golfo de Urabá.

“El chofer sabía cómo atravesar”, contó. “Nos tocaba pagar cada vez. Teníamos algunos ahorros, mi marido era vendedor. Cuando llegamos a Colombia (a Turbo), dijeron que teníamos que pasar por el mar a Panamá. Yo estaba obligada. Nos decían que por la selva era muy peligroso, porque los grupos armados nos podían disparar”.

El 26 de enero, la señora Bisa -con siete meses de embarazo-, su hermana, su esposo y el pequeño Exaucce arribaron a Capurganá. La misma organización que los llevó hasta ahí, coordinó con los locales para esconderlos en el hotel Los Girasoles. Les pidieron 150 dólares por cabeza para llevarlos hasta Panamá, en un trayecto en lancha que podía durar dos horas.

A la una de la mañana del 28 de enero salieron en cuatro botes hacia mar abierto.

“Mi marido llevaba al niño en sus brazos”, dice Gloria. “Yo iba adelante. Fue terrible. Al principio el agua estaba tranquila, pero después de 15 minutos, una mujer que estaba adelante dijo que empezó a ver que el agua se estaba metiendo en la embarcación. Había muchos bebés, hombres y mujeres. Yo estaba embarazada. Éramos más de treinta personas, eran cuatro barcos. No teníamos chalecos salvavidas, nada. Empezaron a botar gente al agua. El barco se hundió, yo quedé con tres mujeres, prendidas de una parte del bote. Por momentos me soltaba por las olas. Mi marido me dijo, ‘¡Gloria, agárrate bien del barco!’. Fue lo último que me alcanzó a decir”.

Los responsables

Por el Golfo de Urabá merodea un grupo de delincuentes que se hace llamar de diversos nombres: el clan del Golfo, los urabeños, los úsuga (por su jefe Dairo Antonio Úsuga) y también les dicen “paramilitares”, que era el nombre que tenían cuando pretendieron tener el poder político de esa y otras regiones de Colombia.

Su negocio principal es por supuesto el tráfico de drogas, pero por los caminos por donde pasa la cocaína, trafica también armas y cobra extorsiones a comercios e industrias alrededor. Ese grupo por momentos se ha ensanchado hasta llegar a tener gente en los 1 800 kilómetros de costa sobre el Golfo. Es difícil saber qué tanto está al mando del tráfico de migrantes, pero con seguridad, dijeron varias fuentes a esta alianza periodística, sus jefes saben quién los mueve e intervienen cuando las cosas salen mal, como cuando murieron los 21 migrantes, entre ellos diez niños.

David Alejandro Bolívar es señalado por la Fiscalía de Colombia de ser el jefe de la organización responsable de estas muertes. Se enteró del accidente el 28 de enero de 2019 a la 1:59 de la madrugada, cuando un hombre aún no identificado por las autoridades le avisó por primera vez del naufragio. Un mes después de esa llamada lo capturó la policía y la justicia lo acusó de concierto para delinquir, tráfico de migrantes y homicidio agravado.

En la llamada interceptada, los interlocutores mencionaron que alguien llamado Edwin iba manejando el barco que zozobró. La Fiscalía corroboró que se trataba de Edwin Viveros Hidalgo. Ese mismo día, Bolívar, preocupado, telefoneó a otro hombre para contarle lo sucedido y confirmó que la embarcación que se hundió era de un paisano suyo conocido en Capurganá como ‘El Gordo’. Su nombre es Nelson Martínez Villeros.

Por otra llamada interceptada, se supo que Martínez Villeros había conseguido que lo dejaran libre, alegando que le habían robado el bote. La Fiscalía luego determinó que Martínez sí había puesto a disposición su embarcación para transportar a los migrantes en horas no permitidas, con sobrecupo, sin chalecos salvavidas, sólo que intentó encubrirlo, alegando que le habían robado la lancha. Además, la autoridad judicial confirmó que Edwin Viveros y Amauri Núñez Medrano estaban borrachos mientras conducían la lancha con los 34 pasajeros.

En una llamada interceptada, cuando su cómplice le preguntó si habían salido a rescatar el bote, Bolívar le respondió “¡Si ese bote está hundido! Se quedó hundido en una parte que es hondísima. Y la Armada colombiana y la panameña fueron pa’ allá a ver si sale algún muerto de esos. Y los paracos (se refiere al clan del Golfo) están en una reunión esta mañana. (…) Van a cambiar a todos los paracos que están aquí y van a mandar unos paracos nuevos”.

La muerte de los migrantes prendía los focos hacia la zona y eso era lo que menos querían los “paracos” del clan del Golfo. Entre menos policías y menos “ruido”, mejor operan sus negocios. Al menos tres fuentes distintas entrevistadas por esta alianza periodística en la región corroboraron esta tesis.

No vive el clan del tráfico de migrantes, sino de sacar cocaína al extranjero. En 2019, la Fuerza de Tarea Naval, Marítima y Fluvial Orión decomisó 94,3 toneladas de cocaína en todo Colombia. El 80% de esa droga, dicen las autoridades, salió desde las costas Pacífica y Atlántica, por rutas del clan del Golfo, aunque no detallan cómo calculan esa cifra. En 2015, el gobierno colombiano creó una fuerza especial para combatir a esta organización, y capturó a 1 500 hombres. Sin embargo, desde 2019, cuando cambió el gobierno, se redujo la fuerza especial y el clan empezó a recuperarse, dijo un analista independiente que le sigue la pista a este grupo desde hace años.

En otras comunicaciones interceptadas, se conocieron más detalles. Los lancheros no sólo iban embriagados, sino que se quedaron dormidos dejando la lancha a la deriva. Ambos se salvaron y, una vez en tierra, huyeron. Un viajero cubano que iba en otra de las pangas que no se hundió esa noche, Ermes Antoliano Monteagudo Díaz, confirmó que así fue.

La investigación judicial aseguró que la dueña del hotel Los Girasoles, allí donde se hospedaron todos los migrantes que iban en la panga que se hundió era Ludys María Rivera González, a quiénes los migrantes llamaban “Mamá África”. Es el mismo apodo que los traficantes les dan de seña, de fácil recordación, a los migrantes para que identifiquen quién los va a alojar en un lugar. Migrantes de Otro Mundo encontró “Mamás África” similares en cerca a los albergues de migrantes en Costa Rica y en México.

Según la fiscalía, los hijos de la ‘Mamá África’ Rivera coordinaron con los lancheros las horas de salida de las embarcaciones desde Capurganá. Ellos eran Libardo de Jesús Muñoz Rivera y Walter Muñoz Rivera. Los tres, junto con Bolívar, Villeros y los lancheros Medrano y Viveros fueron capturados. No obstante, al cierre de este artículo, este último, responsable directo de las muertes, había quedado libre por vencimiento de términos. Y ninguno ha sido condenado aún, 15 meses después de la tragedia.

Las llamadas a la ‘Mamá África’ revelan su reacción cuando supo de la noticia del naufragio.

Rivera: ¿Qué sucedió papá, pero si el mar estaba bien?

Desconocido: Dicen que los motoristas estaban borrachos. De los niños que iban solo quedó vivo uno…y una cantidad ahogados.

Rivera: Ay Dios mío, esta mañana estaban diciendo que eso era mentira, ¿hay trece migrantes ahogados?

Desconocido: Y los ‘paracos’…eso se va a poner caliente.

Una vecina del barrio también llamó a Rivera, pensando que estaba presa. ‘Mamá África’ le respondió: “Estaban llorando y diciendo que se les ahogó la familia. (…) [La lancha] se volteó y se ahogaron los pobres ‘negritos’ (…) Yo ni estaba viendo noticias porque como había una cantidad de ‘negritos acá’, ay, yo estaba mas estresada, unos llorando, otros que su familia. (…) Ay Dios mío, padre santo”.

El día en que capturaron a Mamá África, la Fiscalía le encontró recibos de Western Union por más de 65 millones de pesos (16 000 dólares). El hotel Los Girasoles, una casona de fachada anaranjada que se asoma en una esquina del barrio Campo Alegre, tenía quince alcobas.

Antes del operativo, ella intentó sin suerte irse para Panamá. En cada una de las habitaciones, solían dormir africanos y asiáticos, apeñuscados, hacinados, esperando que la doña que los llamaba simplemente ‘negritos’ les dijera: “alístense que se van”.

“’Mamá Africa’ es una señora que les daba hotel barato a los migrantes para que durmieran y se pudieran bañar y cambiar, y después les prestaba su cuenta para que recibieran sus giros de las familias para seguir el viaje”, dijo monseñor Hugo Torres, obispo de Apartadó, a esta alianza, cuando lo entrevistamos en enero pasado.

Rivera está hoy presa, acusada de concierto para delinquir, tráfico de migrantes y homicidio agravado.

Fina Mayindo perdió sus cuatro hijos

La otra señora joven que filmó el reportero De la Cruz el día del naufragio era Fina, de Angola. Después, cuando pude acceder al testimonio que le dio a la Fiscalía en Colombia, justo después del accidente, supe que era de apellido Mayindo. En un corto video que conserva el padre Aurelio se ve ella con sus cuatro niños viajando en bus. A todos se les ve alegres. Tres de los pequeños que aparecen en las imágenes revoloteando y mirando el paisaje desde la ventana hoy están muertos. El video lo grabó Fina cuando iba con sus hijos rumbo a Colombia.

Ella había salido de Angola hacía tres años, y como muchos otros, intentó primero hacerse una vida en Brasil. Entre enero de 2018 y enero 2020, 897 angolanos habían pedido refugio en Brasil, pero solo a 27 se los otorgaron. La vida en Sao Paulo es dura para inmigrantes africanos, así que Fina Mayindo sacó sus ahorros, pidió plata prestada, y con su familia emprendió viaje al norte, el 12 de diciembre de 2018. Quería llegar a Canadá. Iba con Yoelma, de 1 año y ocho meses; Sofía, de 5 años; Alberto Emanuel, de 6 años; y Alberto, de 8.

En su declaración a la Fiscalía, la señora Mayindo dijo que había llegado en bus a Turbo, con sus hijos. Lo primero que le había impresionado fue ver a dos hombres que se bajaron de una moto con armas al descubierto. Uno de ellos le dijo que para ir hasta Capurganá tenía que pagar 300 dólares. Ella prefirió ir hasta la oficina de Migración, mostrar su pasaporte y pedir un salvoconducto para poder transitar libremente. El permiso le daba cinco días para salir del país.

Acudir a los coyotes era lo más expedito. Al final le cobraron 120 dólares por llevarla con sus niños en lancha hasta Capurganá. Esto es tres veces más caro de lo que pagamos los reporteros de esta investigación por ese trayecto, o de lo que le cobran a cualquier turista de paseo.

Una vez había cruzado el Golfo de Urabá, Fina comenzó a deambular hasta que le hablaron del hotel de ‘Mamá África’. Sin embargo, aquella noche tuvo que buscar otro hospedaje, pues el hotel de la señora Rivera estaba lleno.

Así contó lo que le sucedió esa noche:

“Él en persona nos llevó hasta un hotel, él tenia las llaves, allá nos quedamos tres días”, dijo Fina Mayindo al funcionario judicial que le tomó su declaración. “Una noche nos llevó a la playa para abordar las lanchas, pero nos devolvió porque dijo que había muchos controles de la policía. Regresamos al hotel, en la sala había muchos colchones. Nos quedamos unas 50 personas, entre haitianos, congoleses y angoleños. El 28 de enero, a la 1 de la mañana, ‘Tocayo’ nos dijo que era hora de irnos. Caminamos unos 20 minutos hasta llegar a una playa cerca del muelle. `Tocayo` empezó a hablar con los que manejaban las lanchas.

Vi cómo salieron las otras lanchas. Yo me monté en la número cinco. Éramos 19 adultos y puedo decir que iban 15 niños aproximadamente, incluso más. A los cinco minutos de salir, se acercó un bote más grande para proveernos de gasolina. Yo iba con mis cuatro niños adelante. Hubo un momento en que nos dijeron que los que tuviéramos bebés nos fuéramos para la parte de atrás. Recuerdo que el bote iba muy pesado, los demás migrantes dijeron en lengua lingala, que es del Congo y la entiendo bien, que el que iba manejando estaba tomado y fumado, pero yo no lo alcancé a ver porque fui de las últimas que se montó a la lancha. También oí que decían que íbamos con sobrecupo. Estábamos viajando bien, con calma. Recuerdo que miré hacia atrás y vi una ola muy grande, y el bote comenzó a hundirse y empezamos a caer al agua. Todo era un caos, una confusión total, yo estaba luchando por sobrevivir, por salvarle la vida a mis hijos. Logré agarrarme de un galón de gasolina con una mano. Un hombre de tez blanca tomó a mi hijo Alberto Emanuel y le salvó la vida. Nunca más volví a ver a ese señor, no sé si era colombiano o cubano, solo que era latinoamericano.

Los botes seis y siete venían atrás, se devolvieron para dejar a los migrantes en la playa y regresar a buscarnos. Del agua salimos seis adultos y dos niños. De los adultos sé que una mujer se llama Gracia; otra Mifi, que estaba también con una hija; y una mujer más, embarazada. En ese momento apareció ‘Tocayo’ en otra lancha. Cuando volvimos a la playa, él nos llevó a su casa, al día siguiente nos sacó de ahí. Éramos unas cuarenta personas, diez africanos y treinta cubanos. Nos escondieron en la selva.

Al igual que Fina, Mifi Mulasa había vivido en Sao Paulo, Brasil. Intenté localizarla, pues el padre Aurelio me dijo que tenía su contacto, pero que no lo compartía porque ella no quería hablar con nadie de lo que sucedió.

El Facebook de Mifi dejó de tener actividad desde la época del naufragio. Allí se quedaron las fotos familiares: las reuniones a la hora de la cena, las carcajadas del bebé Emanuel intentando dar sus primeros pasos; Exauce a la salida de su escuela en Brasil, Desimi posando. Y también ahí están las imágenes de Mifi, parada en la esquina de una calle cualquiera de Sao Paulo, sonriendo.

También como a Mifi Mulasa, a quien sólo le había sobrevivido la hija a la que apodaba Alegría, a Fina Mayindo sólo le quedó su hijo Alberto Emanuel de seis años.

La señora Mayindo le contó a la justicia que ella le había dicho a ‘Tocayo’ cuando la echó del hotel, que no tenía corazón. Al fin y al cabo, él le había matado sus hijos, dijo. Contó que otro coyote le pidió 40 dólares para llevarla por la montaña hasta un lugar de Panamá donde posiblemente podría buscar los cuerpos sin vida de sus hijos. Ella pagó, pero a la mitad del camino el hombre huyó. Ella se quedó sola en medio de selva con su niño Alberto Emanuel y cinco compañeros de viaje. Como pudieron, a los dos días llegaron a las playas de La Miel, en la frontera del lado panameño.

La policía panameña los devolvió. Ella contó que les dijo que si querían que la mataran, ya qué más daba. No se conmovieron y tuvo que volver a Colombia. Al final encontró al padre Aurelio que los llevó a Acandí y les consiguió alojamiento por unos días.

La Fiscalía encontró que ‘Tocayo’ se llamaba Angelmiro Velásquez Barbosa y lo acusó de los delitos de tráfico de migrantes, concierto para delinquir y homicidio agravado. Pero ya salió de la cárcel por gestiones de su abogado. Aún continúa vinculado en el caso, según me dijo la fiscal colombiana Gloria Isabel Lastra, pero en libertad.

A Fina le fue peor. Anduvo errante por Colombia durante varios meses, según me contaron fuentes de la iglesia católica. La Pastoral Social, una organización eclesial sin ánimo de lucro, la alojó en Bogotá unos días. Dijo el obispo Torres de Apartadó que él sabía que sin apoyo nadie, ella volvió a cruzar el Darién quién sabe cómo y que probablemente pudo llegar a Canadá. Colegas de esta alianza periodística la buscaron en los registros migratorios y con organizaciones que atiende a migrantes en ese país, pero no la encontraron.

La vida nueva de Gloria Bisa

A Gloria Bisa, quien había salido de viaje desde la República Democrática del Congo con su marido, su hijo de tres años y embarazada del segundo, y que esta alianza pudo entrevistar en Portland, Maine, Estados Unidos, continuó contando de travesía. Había quedado, en su último recuerdo del naufragio, ella agarrada a un pedazo del barco que flotaba.

Veinte minutos después de que Gloria viera por última vez a su esposo y a su hijo perderse en la oscuridad, asomaron las luces de dos embarcaciones de los mismos coyotes que venían a rescatar a quienes seguían vivos luchando con la espesura del mar.

“Salvaron a solo seis personas: cuatro mujeres, un muchacho, un niño y yo”, relató ella en una video charla de marzo pasado. “El niño estaba agarrado al pelo de la madre, tenía pedazos de pelo en sus manos. Era de noche, como la una de la madrugada”.

Una vez en tierra, los coyotes se llevaron a algunos de los sobrevivientes para sus casas en Capurganá. No les decían nada. Allí Gloria se encontró con su hermana Miresse y su cuñado, que iban en otra de las tres pangas que terminaron devolviéndose a la playa, tras el accidente de la primera. Recuerda que no paró de llorar y fue incapaz de pronunciar palabra. No saber nada de su marido, ni de su hijo de tres años fue como un si un hurgón le estuviera quemando la garganta y dejándola sin habla.

Antes de que amaneciera, les dijeron que no se podían quedar en el pueblo y los pusieron a caminar selva adentro, escalando los riscos, resbalándose por las sendas de barro. Caminó durante siete días. El Darién es una selva megadiversa. Cualquiera que la cruce podría encontrarse con bosques y manglares, ranas venenosas, serpientes mapaná y rabo de ají, dantas, tigrillos, zorros y grandes lagartos. La fauna de esta parte del planeta puede llegar a ser un mundo extraño y oscuro para alguien que se hace camino a tientas. Los quejidos de los monos aulladores y los destellos de luz de las mariposas azules del Darién son parte siempre del paisaje.

Águilas y gualas y muchas otras aves planean en espirales por los cielos de esta selva. Buscan frutos para recargar energía y continuar su viaje hacia el norte. Nadie se queda en el Darién. Por allí cruzan los traficantes de coca. Y también por esa selva se van los africanos, asiáticos y miles de haitianos y cubanos que caminan durante jornadas buscando llegar a Panamá y, si es que acaso sobreviven, continuar por Centroamérica impulsados por el sueño de una vida en la que puedan valer como seres humanos y no como mercancías de cambio.

Es difícil saber por donde llevaron a Fina Mayindo exactamente. Pero el trayecto más común se demora siete u ocho días. Esta ruta es la más larga y peligrosa del Darién. Sobre todo, por los abismos y las crecientes del río Tuquesa. En la madrugada del 23 de abril de 2019, unos veinte migrantes murieron ahogados en esas aguas y el 23 de diciembre del mismo año otros doce tuvieron el mismo final. Los registros de estos muertos fueron escasos, apenas reseñados vagamente por la prensa gracias a videos de celular que los mismos familiares de las víctimas enviaron. Estos hechos fueron confirmados por Leonardo Altamiranda, oficial de la Defensoría del Pueblo de Colombia, que conoce bien la región.

El camino por donde llevaron a Gloria Bisa es la de los viajeros que menos pagan. Y entre ellos casi siempre están los africanos, los haitianos y los cubanos. Los migrantes asiáticos, según pudieron constatar los periodistas de esta alianza, suelen pagar por adelantado en su país de origen el viaje hasta Estados Unidos. A ellos los suelen llevar por una ruta más corta, de apenas tres días.

Gloria nos contó que caminó por esa selva como una loca, huida de sí misma, balbuceando frases inentendibles que sonaban a lamentos. No importaba el hambre o la sed. La sostenía el anhelo de su bebé en su vientre y la esperanza de que su esposo y su hijo se hubiesen salvado. Todavía hoy, después de un año de no saber de ellos, quisiera creer que aún viven.

“Llegamos a Panamá, donde mi hija vino al mundo”, contó. Del centro de migrantes la llevaron a un hospital y el 8 de febrero de 2019 nació la niña por cesárea, sietemesina, de dos kilos. “Se llama Helena Basele. Me dieron algunos documentos en el hospital, pero se me perdieron en el camino”.

Con apenas cuatro días de descanso, siguieron camino a Costa Rica. La señora Bisa le daba pecho a la niña. “Solo Dios estaba conmigo”, dice.

Pasaron por Honduras, Guatemala y México, allí estuvieron un mes. Y finalmente, el 10 de abril de 2019 entraron a Estados Unidos.

“Los de migración nos dejaron pasar como a 20 personas por un puente”, cuenta. “Estuvimos cuatro días en un centro y nos dieron un permiso temporal de un año”.

Está tramitando su asilo. Recibe algunas ayudas, y comparte con vecinos congoleños. Quiere quedarse, asegurar el futuro de su hija, trabajar por ella, seguir con sus estudios. “La niña está bien, gracias a Dios”, dice.

Pero Gloria duró noches en vela cuando se cumplió un año del naufragio. Pensaba en su hijito hasta que amanecía y siempre se le aparecía ese último instante en que vio al niño abrazado a su papá.

Dice que no ha tenido ninguna noticia de Colombia, de ninguna autoridad ni nada. No sabía que había un proceso judicial, ni que existían 21 tumbas ni que habían aparecido cuerpos después del naufragio.

A Gloria le gustaría algún día regresar a Colombia y Panamá para seguir buscando noticias de Gaylord y Exaucce.

Si alguna vez va, ojalá después de este reportaje, pueda ver sus nombres en las tumbas que hoy sólo tienen números borrosos. No estarán los de todos los 21 que se ahogaron esa noche. Pero sí estarán los de la familia de Mifi Mulasa, los de los hijos de Fina Mayindo, y los miembros de su familia. Son 11 migrantes muertos que antes aparecían como anónimos y que ahora tienen nombre. Quizás al leer esta historia, lectores de muchos países nos ayuden a encontrar los otros once. Sus tumbas merecen un nombre. Merecen ser recordados para que las cosas cambien.

FIN.

Anexo:

Listado que se logró construir en esta investigación

Fallecidos:

  1. Desimi Mbengo. Congo. Hijo de Mifi Mulasa.
  2. Emanuel Mbengo Vita. RD.Congo. Hijo de Mifi. El bebé de la familia.
  3. Exauce Mbengo. Congo. Hija de Mifi.
  4. Mbengo Vita. Congo. Esposo de Mifi y padre de los cuatro niños.
  5. Sofía Mayindo Stopira, 5 años, hija de Fina Mayindo. Angola.
  6. Yoelma Mayindo, hija de Fina Mayindo, 1 año y seis meses. Angola.
  7. Alberto Stopira, hijo de Fina Mayindo.
  8. Basele Gaylord Mpati, RD. Congo. Padre de Exaucce Gaylord Mpati (también falecido) y de Gloria Bisa (sobreviviente).
  9. Exaucce Gaylord Mpati, hijo de Bisa Gloria. RD Congo.
  10. Grace Mumpe, Angola. (Fallecida).
  11. Aisha Soraya, Angola, 6 meses de nacida, hija de Grace.

Sobrevivientes:

  1. Mifi Mulasa Azaba, 35 años. Congo.
  2. Sonjisa Mbengo La Joie (conocida como Algería), 10 años. Congo. Hija de Mifi.
  3. Fina Mayindo. Angola.
  4. Alberto Emanuel Stopira, de 6 años, hijo de Fina Mayindo.
  5. Didier Bikembo Fwetete. Congo.
  6. Gloria Bisa, Congo.
  7. William Mendes, Angola. (Esposo de Grace, no viajó a Colombia).
  8. Sembuka Kiseba Cedrik, Congo.
  9. Katambala Makiesse Mirisse, Congo, hermana de Gloria Bisa.
  10. Solange Monseka Tondo, (Sobreviviente, confirmado por la Fiscalía de Colombia).
  11. Bandal Kisshasa, Congo.

*Migrantes de Otro Mundo es una investigación conjunta transfronteriza realizada por el Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP), Occrp, Animal Político (México) y los medios regionales mexicanos Chiapas Paralelo y Voz Alterna de la Red Periodistas de a Pie; Univision Noticias (Estados Unidos), Revista Factum (El Salvador); La Voz de Guanacaste (Costa Rica); Profissão Réporter de TV Globo (Brasil); La Prensa (Panamá); Semana (Colombia); El Universo (Ecuador); Efecto Cocuyo (Venezuela); y Anfibia/Cosecha Roja (Argentina), Bellingcat (Reino Unido), The Confluence Media (India), Record Nepal (Nepal), The Museba Project (Camerún). Nos dieron apoyo especial para este proyecto: La Fundación Avina y la Seattle International Foundation.

Les tombes numérotées d’Acandi avaient des noms

Par José Guarnizo. Avec des reporting de Juan Arturo Gómez, María Teresa Ronderos, Mary Triny Zea, Felipe Reyes Ramírez y Nathan Jaccard.*

Dix enfants, neuf adultes et deux morceaux de cadavre sont, depuis un an, enterrés dans un cimentière de la région du Choco au nord ouest de la Colombie. Ils sont identifiés par des croix en bois numérotées. On savait juste qu’ils étaient originaires des pays d’Afrique et s’étaient noyés dans le golfe d’Uraba en route vers le Panama. Pendant neuf mois, nous avons enquêté pour découvrir qui ils étaient.

José Guarnizo
Croix dans le cimetière Acandí, dans le golfe d'Urabá, Colombie. Photographie: José Guarnizo

Le bébé devait avoir un peu plus d'un an. Son corps était couché sur le ventre sur le sable doré. En arrière-plan, les falaises de pierre et la dense forêt tropicale. Il était vêtu d’une veste en jean, de bottes en caoutchouc et il était tout seul, absolument seul, à 10.700 kilomètres de la République Démocratique du Congo, où, comme je l'apprendrai plus tard, il était né.

Le bébé, parce qu'il n'était qu'un bébé, n'est pas apparu au journal télévisé. L'image de son corps abandonné n'a pas fait sensation en Colombie, ni n'est devenue un symbole de la tragédie des migrants, comme le petit garçon que les Européens ont montré, échoué sur une plage turque en 2015. Où étaient ses parents ? Étaient-ils morts ? Ont-ils survécu ?

Devant les 21 croix numérotées du cimetière d'Acandí, un petit village de pêcheurs sur le golfe d'Urabá, où la Colombie est à la frontière du Panama, Yolvys de la Cruz Morales, un journaliste local passionné, se souvient :  Dans l'après-midi du 29 janvier 2019, il a ressenti un frisson et une douleur dans la poitrine lorsqu'il a vu le corps d’un petit garçon allongé sur la plage de Soledad, se balançant dans les vagues rugueuses et verdâtres des Caraïbes.

Près d'un an s'est écoulé. Maintenant, l'enfant est là, dans ce cimetière de fortune, sous la terre argileuse. Personne n'a encore appris son nom.

"Dans quelle tombe se trouve le corps de ce garçon ?" lui ai-je demandé.

"A l’heure actuelle, vous dire dans quelle tombe est compliqué", dit-il. "Chacune des 21 tombes a reçu un numéro au cas où quelqu'un se présenterait pour réclamer les corps, ou les parties de corps qui ont été trouvées."

De la Cruz reste silencieux pendant un moment et se recroqueville devant les croix. "Nous savons qu'ils étaient tous Africains, qu'ils ont quitté leur pays en raison de l'extrême pauvreté ou de la violence, de sorte que l'espoir qu'un parent vienne les réclamer est assez lointain.

Le temps a effacé les chiffres des croix en bois. Quelques fleurs violettes ont poussé dans l'herbe. Je pense à ce moment-là que ce reportage n'aurait aucun sens si, finalement, il ne servait pas à inscrire des noms sur ces croix. Au moins, leurs proches pourraient savoir où ils ont échoué à la fin de ce long voyage à l'autre bout du monde, après avoir traversé une grande partie de l'Amérique.

Felipe Reyes
Croix dans le cimetière Acandí, dans le golfe d'Urabá, Colombie. Photographie: Felipe Reyes / Semaine

La nuit du naufrage

Le lundi 28 janvier 2019, vers 1 heure du matin, une chaloupe avec 34 migrants de différents pays africains - 14 enfants et 18 adultes, dont deux femmes enceintes- a chaviré alors qu'elle naviguait entre Capurganá et Sapzurro, deux petites villes côtières des Caraïbes à la frontière du Panama.

Les informations sur la tragédie étaient initialement vagues. Quatre bateaux étaient partis à l'aube de la plage de La Caleta, dans le secteur de La Brujita à Capurganá, un point de départ non autorisé pour les bateaux. Il n'y avait pas de listes répertoriant les noms des passagers ni de contrôles par une quelconque Autorité.

On a appris par la suite que les migrants devaient être débarqués sur les plages d'Armila au Panama et continuer à pied jusqu'à la ville d'Anachucuna. Aucun des occupants ne savait à quoi s’attendre ni ce qui allait leur arriver. Ils ne savaient pas qu'ils devraient naviguer sur un fleuve appelé Membrillo jusqu'à l'embouchure d'un autre, le Chucunaque, et ensuite, qu’ils devraient s'enfoncer dans la jungle panaméenne du Darien sur une cinquantaine de kilomètres pour atteindre une ville appelée Meteti. Ils pouvaient aussi continuer sur le Chucunaque jusqu'à Lajas Blancas, où ils chercheraient alors la route panaméricaine. Rien de tout cela n'est arrivé.

Dans le village, des rumeurs ont circulé selon lesquelles les pilotes du bateau avaient bu pendant la nuit, et qu'aucun des passagers n'avait de gilet de sauvetage. Une procureur a par la suite corroboré ces informations.

Elle a également confirmé qu'avant de monter à bord des bateaux, les passagers avaient dû payer à des passeurs 150 dollars par personne. En échange, ils ont pu partir vers le Panama. Le bateau, qui avait une capacité maximale de 20 personnes, en transportait 34, sans compter les bagages. Dans les valises se trouvaient des vêtements, des boîtes de conserve, des machettes, du lait pour bébé, des couvertures, des photos, des passeports. Les propriétaires des bateaux savaient qu'ils avaient envoyé ces familles vers la mort en se jetant dans une mer agitée, au milieu de la nuit, dans une embarcation de fortune bondée. Ils ont donc tout fait pour cacher l'accident.

Deux heures après, personne n'avait prévenu les Autorités. Chaque minute qui passait diminuait les chances de sauver quelqu’un. Ce n'est qu'à 3 heures du matin que le bureau du capitaine de la Marine Nationale, qui patrouille dans le golfe d'Urabá, a reçu un SOS. Le capitaine Raquel Elena Romero Quintero, commandant des garde-côtes, nous a dit qu'ils ont immédiatement envoyé des bateaux de sauvetage dans la zone. Cependant, la nuit passée, ils n’ont pas eu de nouvelles. Ils n’avaient rien trouvé.

Plus tard, on a appris que le bateau s'était cassé en deux. Durant la matinée et une partie de la journée suivante, les gens ont dû lutter contre la marée montante qui les poussait contre les rochers pointus, en essayant de protéger leurs enfants. En janvier, la mer dans le Golfe est particulièrement agitée, avec des vagues allant jusqu'à trois mètres qui s'écrasent contre les rochers le long de la côte. Personne ne pouvait entendre leurs appels au secours.

José Guarnizo
Golfe d'Urabá, Colombie. Photographie: José Guarnizo

Les survivants comptent pour peu

Le lundi matin, quelques survivants ont commencé à arriver à Capurganá, un petit village de pêcheurs de 1.500 habitants, où les touristes arrivent en saison, attirés par une mer verte cristalline et un paysage exotique. Les survivants marchaient, épuisés, dans la seule longue rue du village. Ils disaient avoir perdu des enfants, des épouses, des frères, mais ils n'étaient pas compris car ils ne parlaient pas espagnol. Parmi les rares personnes qui ont pu leur parler, il y a le curé de la ville, Aurelio Moncada. Désespéré, pour diffuser l’information et savoir si d'autres personnes pouvaient encore être sauvées, il a réalisé des vidéos qu'il a envoyées par le biais de Whatsapp afin d’alerter sur la catastrophe.

"Au début, ils pensaient que c'était une invention, une fausse nouvelle", a déclaré le prêtre, lorsque je l'ai interviewé en novembre dernier, dans le cadre de l'enquête transfrontalière Migrantes de Otro Mundo, menée par 18 médias.

Pendant la journée les Autorités ont organisé un conseil de sécurité à Acandí, la principale ville du golfe d'Urabá, à environ deux heures de bateau de Capurganá, sur la même côte. Elle se trouve dans le département du Chocó, le plus pauvre de Colombie, à 20 kilomètres des plages où le bateau qui a coulé a été mis à l'eau. La maire, Lilia Isabel Córdoba, et les responsables locaux de l'immigration colombienne, de la police et de la marine assistaient à cette réunion. Des représentants du Haut Commissariat des Nations Unies pour les Réfugiés (HCR), ayant une antenne dans une ville voisine, étaient également présents.

Pendant que se tenait la réunion, les garde-côtes ont continué à rechercher d'autres naufragés.

Des survivants étaient également présents à la réunion. Ils ont été pris en charge par le père Aurelio, comme on l'appelle ici. Toujours sous le choc, ils ont alors tenté de raconter leur histoire. Le journaliste De la Cruz a fait quelques vidéos et Darwin García Pérez, habitant d'Acandí, a servi de traducteur. Parmi les survivants se trouvait une jeune femme au regard perdu, silencieuse. Elle tenait une petite fille sur ses genoux. Elle avait l'air affligé. Ses yeux hagards fixaient cette salle bondée, remplie de fonctionnaires de la ville d'Acandi, n’y comprenant rien. Quand je suis retourné au village, des mois après le naufrage, plusieurs personnes m'ont dit qu'elle s'appelait Memfi.

Une autre jeune femme, qui a dit s'appeler Fina, s'est exprimée en français et a affirmé être originaire d'Angola. Elle est arrivée en Colombie avec quatre enfants ; trois étaient morts. En Angola, la situation s'est un peu améliorée, mais les exécutions extra-judiciaires se poursuivent et, en 2018, le Gouvernement avait expulsé plus de 400.000 réfugiés de la République Démocratique du Congo (RDC), tuant et brûlant sans pitié.

Celui qui s’est le plus exprimé lors de la réunion était l’un des étrangers échoués, il parlait français. Il a parlé des bateaux et de ce qui s'était passé. Il paraissait plus arabe qu'africain, mais on ne savait pas d'où il venait et son identité ne figurait pas sur les registres établis par le bureau du maire d'Acandi.

La caméra de De la Cruz a également enregistré, à la sortie de la petite chapelle catholique de Capurganá, l’appel en français d'un homme qui s'est identifié comme Didier Bikembo Fwetete, également originaire de RDC, entouré de plusieurs migrants qui semblaient désespérés . Il a demandé aux Autorités de l'aider à trouver refuge au Canada. Personne n’a, semble-t-il, répondu à son appel.

Plus tard, Garcia a également aidé à traduire leurs témoignages, devant le Bureau du Procureur colombien.

Un compte rendu de la Mairie d'Acandi constate qu'aucun d'entre eux ne souhaitait obtenir l’asile en Colombie, mais que tous voulaient poursuivre leur route. Ils demandaient simplement l’aide du gouvernement pour atteindre le Panama en toute sécurité. Ils demandaient un peu d'humanité, après ce qu'ils avaient vécu. Cette aide n'est jamais venue.

Il n’y a pas de liste des survivants. Sur les documents officiels de la municipalité, on trouve seulement le nom d'une femme qui a perdu son mari et trois de ses enfants dans le naufrage. Ce n'était pas Memfi, comme on me l'avait dit, mais Mifi Mulasa. Nous n’avons pas eu de nouvelles de ces survivants pendant des mois. À l'époque, il était dit qu'ils avaient continué seuls leur chemin vers le Panama.

Une ville en détresse

Le mardi 29 janvier, les quatre premiers corps ont été repérés flottant sur la mer. C'était le jour où le bébé est apparu sur la plage. Avec l'aide de pêcheurs, de soldats de la Marine et de policiers, ils ont repêché des corps, et ils les ont levé selon les protocoles officiels. Mercredi, ils ont transporté les restes de dix enfants, neuf adultes et deux morceaux de corps à Acandi. La caméra du reporter De la Cruz était la seule présente pour enregistrer la longue file de corps enveloppés dans des sacs en plastique blanc qui s'avançait à dos de mulets vers le petit cimetière.

Pour un si petit village et ses habitants, il a été difficile de se remettre de cette tragédie.

Pendant huit jours, les écoles ont été fermées. C’était la stupéfaction générale, surtout parce que la plupart des victimes étaient des enfants. La municipalité a distribué des masques à tous les habitants de la rue Miramar, qui fait face au cimetière. L'odeur de la mort se répandait dans l'air et dans les rues en terre. Acandi ne dispose pas de chambres froides à la morgue. En outre, la morgue n'en est pas vraiment une.

Eulises Martinez a passé trois jours à creuser vingt-et-une fosses dans le sol. Il a 47 ans, il est maçon de métier, mince, athlétique et sa peau est brunie par le soleil. Il a été assistant lors des autopsies pratiquées par trois médecins de l'Institut National de Médecine Légale vénus d'Apartadó, la plus grande ville de la région. Pour s'y rendre, ces derniers ont fait une heure de route et deux autres en mer le long de la côte.

"Je n'avais jamais vu autant de morts. C'était trois jours très perturbants. Les corps étaient très décomposés. Leurs vêtements étaient déchirés. C'était douloureux... tant d'enfants !", dit M. Martinez, debout à côté de la maison funéraire vétuste dans laquelle ils avaient alors placé les corps à autopsier. La pièce, aux murs moisis, ne possède pas les instruments appropriés. La décrépitude est visible : des racines ont traversé les fenêtres sans vitres.

La nouvelle du naufrage a fait les titres des journaux pendant quelques jours. Certains médias ont par la suite fait quelques reportages sur les lieux. Voilà tout !

Des habitants d’Arcandi, interrogés au cours de ces reportages, assurent que le Gouvernement du pays ne les a pas aidés à faire face à une catastrophe de ce genre, à laquelle ils n'étaient pas préparés. Dix-sept jours après le naufrage, Christian Krüger, alors Directeur de l’Immigration de Colombie, s'est rendu à Acandi. Et trois mois plus tard, c'était Carlos Holmes Trujillo, le Ministre des Relations Extérieures de l'époque. Le 24 avril 2019, ce dernier a annoncé un “plan choc” en faveur des migrants, ayant pour but le respect de leurs droits fondamentaux. La visite du ministre a été sans suite, se révélant être “un coup d’épée dans l’eau”. L'État, dans cette région, ayant déjà du mal à répondre aux besoins des Colombiens, il n’est pas difficile de penser qu’il aura encore moins la volonté de le faire pour les migrants.

Darwin García, qui a servi de traducteur pour les survivants du naufrage en janvier, est né à Capurganá et y a vécu une grande partie de sa vie. Il est afro-colombien, comme presque tout le monde dans cette région. Il a lui-même émigré en Europe, où il a appris le français. Assis devant la petite église du village, il veut que son témoignage soit inclus sans être édité dans ce rapport :

"Je suis peiné de voir à quel point ce gouvernement est inhumain. Je ne sais pas si c'est parce qu'ils étaient africains ou noirs, mais les Autorités du Pays ne sont jamais venues en aide au maire et n’ont jamais cherché à savoir ce qui s'était passé. Si les morts avaient été des “gringos”, l'OTAN serait sans doute venue ici et serait toujours à leur recherche. Mais parce qu'ils étaient noirs, ils “ne sont personne”. Parmi les morts, il y avait une dame enceinte qui tenait son fils dans ses bras, un enfant sans membres. Dans ce pays, les gens sont traités en fonction de leur classe sociale et économique, nous et les migrants sommes la “classe zéro”. Si nous, qui habitons dans une région périphérique et délaissée par l’état, n’avons aucune importance à leurs yeux, quelle importance vont avoir ces personnes, qui ne sont même pas d’ici.”

Le père Aurelio nous explique que, parce que le gouvernement ne les a pas aidés à se rendre au Panama dans de bonnes conditions, les survivants du naufrage ont dû poursuivre leur voyage à pied, à travers de la forêt. (Cf un documentaire de nos confrères de Semana raconte l'horreur de cette traversée qui peut durer jusqu'à une semaine).

Ils n'avaient pas d'autre choix que de risquer à nouveau leur vie. Migrants d'un Autre Monde, alliance au sein de laquelle ont collaboré des journalistes de différents pays, a pu recenser 110 personnes ayant péri au cours de ce voyage entre 2016 et avril 2020 . Mais, comme des dizaines de témoignages effrayants provenant de tout le continent décrivant leur traversée le montrent, beaucoup d'autres en sont morts. Tous ces témoins, à un moment ou un autre, racontent avoir vu un cadavre ou des os laissés sur place. Les voyageurs partagent constamment des vidéos avec Juan Arturo Gómez, chercheur au sein de cette alliance et journaliste vivant dans le golfe d'Urabá. Les images brisent l'âme. Beaucoup sont morts noyés dans les crues soudaines des rivières de la forêt. Ils ont été mordus par une grenouille venimeuse, ou un serpent mapaná, ou un serpent corail. Ils ont eu une crise cardiaque à cause de l'effort pour gravir les collines escarpées ou de la peur de l'obscurité et du hurlement des singes. Ils ont été tués par des voleurs. Une mère n’a pas pu attraper son enfant qui a glissé dans une rivière.

"Le Darien est une forêt qui devrait être déclarée un cimetière à ciel ouvert", a déclaré le père Aurelio Moncada qui connaît bien ce qui s’y passe.

Les autorités n'ont pas laissé d'autre choix aux naufragés que de traverser ce "cimetière à ciel ouvert". Il n'aurait pas dû en être ainsi. Des touristes en quête d’aventure peuvent faire une simple balade pour aller jusqu’au Panama. De Capurganá, ils n’ont qu'à suivre un sentier écologique pendant une heure. Après avoir monté et descendu quelques marches, ils arrivent à La Miel au Panama. Ils peuvent aussi prendre un bateau de Capurganá à Sapzurro, la dernière ville du côté colombien, monter les escaliers jusqu' au poste de contrôle de l'armée panaméenne. Une fois avoir montré leur passeport, ils peuvent continuer sur les plages de La Miel.

Pourquoi ne laissent-ils pas les migrants faire ces mêmes voyages faciles et sûrs ? La plupart d'entre eux ont un passeport et un laisser-passer de la Colombie. Le Panama pourrait leur en donner un autre dès leur arrivée à Sapzurro. "Ils ne veulent pas nuire au tourisme", a déclaré une source. Est ce qu’une telle politique, consistant à mettre en danger tant de personnes, d'enfants, de survivants de naufrages dévastateurs sous l’excuse d’un potentiel préjudice au tourisme, peut avoir lieu d’être dans un état de droit?

Le père Aurelio parle également de l'indifférence de l'État colombien. Le gouvernement, explique-t-il, se limite à voir passer ces gens, sous l’emprise des “coyotes” -ces trafiquants d’êtres humains qui ont le vrai contrôle sur ces flux- sachant qu'ils continueront à passer.

Le père Aurelio a une solution peu coûteuse : les gouvernements du Panama et de la Colombie pourraient se mettre d'accord et financer un bateau pour transporter les migrants en toute sécurité dans une petite ville panaméenne appelée Puerto Obaldía, à vingt minutes de mer de Capurganá. Une autre solution pourrait être, dit-il, que des avions partent de la piste la plus proche jusqu’à la ville de Panama. Si ces personnes pouvaient se déplacer d'un pays à l'autre en toute légalité, l'affaire des trafiquants serait terminée. Mais surtout, ils cesseraient de risquer leur vie.

Le père Aurelio peut aussi témoigner de l’état dans lequel se trouvaient deux femmes survivantes du naufrage quand elles ont été retrouvées. Il a parlé de Mifi, de la République Démocratique du Congo (RDC), en Afrique centrale, où la répression et la violence des groupes armées financées par l'exploitation minière illégale ont forcé 130 000 citoyens à se réfugier dans d'autres pays en 2018. Elle a perdu, noyés, ses trois enfants et son mari. Seule une fille de 10 ans, qu’elle appelle Alegria, a survécu au naufrage. C'est elle qui est assise sur ses genoux dans la vidéo de 11 secondes que De la Cruz a enregistrée.

Le père a dit que Mifi était partie au Panama. D'après les informations du service national des frontières de ce pays (Senafront), obtenu par la Prensa de Panamá -membre de cette alliance journalistique- j'ai appris quelques mois plus tard que son nom complet était Mifi Mulasa Azaba et qu'elle avait perdu ses enfants Desimi Mbengo, 7 ans, Exauce Mbengo, 5 ans et Emanuel Mbengo Vita, un petit garçon de 2 ans. Aussi, qu'au moment de la tragédie, elle avait 35 ans et qu'Alegria, qui a survécu avec elle, s'appelle Sonjisa Mbengo La Joie. Son mari Vita Mbengo s’est également noyé ce jour-là.

Accrochez-vous au bateau.

Un survivant nommé Cedrik Sembuka, interrogé par les Autorités américaines, une fois arrivé au Panama, a parlé d’une femme nommée Gloria Bisa. Il a déclaré qu’elle était sur la chaloupe mais qu'il ne savait pas si elle avait été sauvée ou si elle était morte. Au cours des huit mois d'enquête, c'était la première fois que j'entendais ce nom. J’ai trouvé ce témoignage après avoir parlé au procureur colombien qui a enquêté sur l'affaire. Celle-ci m’a confirmé que Mr Sembuka était bien un survivant du naufrage de janvier 2019.

J'ai essayé de retrouver Mme Bisa en m’informant auprès du Bureau d’Immigration de Colombie, en cherchant sur les réseaux sociaux, en consultant les bases de données répertoriant les noms des migrants qui avaient donné leur noms sur le quai de Turbo, la ville d'où ils étaient partis pour Capurganá. Un matin de janvier dernier, j'ai reçu un appel par la plateforme Facebook. Son nom apparaît à l'écran : Gloria Bisa. Je me suis levé de ma chaise ! Mon corps s’est cabré, mes mains tremblaient ! Enfin, comme si elle sortait d’un autre monde que j’avais perdu l’espoir de trouver, une survivante est apparue, prête à parler.

Avant ce contact téléphonique, j'ai repéré sur son compte Facebook la photo d'un homme et d'un garçon publiée le 28 janvier 2020, exactement un an après le naufrage. Les commentaires de ses amis et de sa famille, certains écrits en français, d'autres sans doute en lingala, la langue la plus parlée au Congo, étaient des condoléances. Gloria portait sur son dos le fardeau de ce deuil dont personne ne lui avait jamais demandé de parler.

La première fois que nous lui avons parlé, elle a été surprise. Nous avons dû la rappeler, aidés par un collègue de l'Occrp, partenaire de cette alliance, qui comprenait mieux le français. Elle a déclaré que, jusqu'à présent, personne n'avait pris la peine de se renseigner sur ce qui s'était passé durant cette nuit du 28 janvier 2019. Elle a toujours été stupéfiée qu'une tragédie de cette ampleur ait pu se produire sans que personne ne s’y intéresse. Pour elle, le naufrage de cette barque a été le plus grand malheur de sa vie. Ce malheur elle l’a porté seule, submergée dans une mélancolie qui parfois était plus forte qu’elle.

C'est mon partenaire qui a annoncé la nouvelle à Gloria. Elle ne savait pas que dans le cimetière de la ville colombienne d'Acandi, il y avait 21 tombes identifiées seulement par des numéros.

- Oui, je suis Gloria Bisa.

- Où vous trouvez-vous maintenant ?

- A Portland dans le Maine aux États-Unis.

Mme Bisa est âgée de 26 ans. Elle est née à Kinshasa la capitale de la République Démocratique du Congo, une ville de 11 millions d'habitants. Elle y a rencontré son futur mari, Basele Gaylord Mpati, né le 12 février 1986. Elle m’a montré la photo de son passeport lors du vidéo-chat. Ils ont eu un fils qu'ils ont nommé Exaucce.

Gloria et Gaylord appartenaient à un groupe de jeunes gens qui participaient régulièrement à des manifestations de protestation contre la tyrannie du gouvernement de Joseph Kabila. Succédant à son père, cet homme était au pouvoir depuis 2001 et son régime faisait tout pour retarder les élections. Les manifestations ont été brutalement réprimées : 30 civils tués, 60 blessés et plus de 270 arrêtés au plus fort du soulèvement.

Fin 2018, Mme Bisa était enceinte de six mois. Dehors, dans les rues, la situation était explosive. Un jour, son mari est parti manifester et a été arrêté. Peu après, il a été libéré : il était blessé et ses vêtements étaient déchirés et sales. Les militaires qui l'ont emmené lui ont dit qu'il avait de la chance que sa femme soit enceinte et l'ont prévenu que s'il était vu de nouveau en train de manifester dans les rues, ils le tueraient.

Dans la soirée du 20 décembre 2018, le couple Basele a vu aux informations que Kabila avait de nouveau modifié la date de l'élection.

"Tout le monde a décidé qu'il fallait sortir et manifester le 21 décembre", a déclaré Gloria Bisa. "J'ai soutenu mon mari dans cette décision. Il est sorti seul dans la rue et, la nuit, il est revenu à la maison et a dit : "Nous devons partir, ces gens m'ont vu.”

Le 21, ils ont fait leurs valises et, avec leur fils Exaucce, âgé de 3 ans, et la soeur de Gloria, Miresse Kitambala Makiese, âgée de 16 ans, ils ont fui en Angola.

Ils sont restés cinq jours cachés chez un pasteur chrétien qu'ils connaissaient depuis un certain temps. Des soldats, se souvient Gloria, ont demandé qui habitait dans cette maison, car ils avaient des informations selon lesquelles de jeunes militants s'y cachaient. Alors qu'ils entendaient les officiers murmurer, la famille Basele a sauté par une fenêtre et s'est enfuie.

De là, ils se sont rendus au Congo Brazzaville (une république différente de la République Démocratique du Congo), pour se rendre à Pointe Noire, la deuxième ville du pays sur la côte ouest de l'Afrique. Avec d'autres jeunes qui étaient arrivés là également, ils ont embarqué sur un bateau pour atteindre la Brésil, après une traversée de plus de 5.500 kilomètres sur l'Océan Atlantique. Gloria ne se souvient plus très bien dans quelle ville elle est arrivée, ni quelle route elle a suivi tout au long de ce voyage. La première date dont elle se souvient, c’est quand elle est arrivée à l’Equateur. Elle se souvient ensuite d'un long trajet en bus. La famille a traversé presque tout le territoire colombien du sud au nord , de Rumichaca (la dernière ville d'Equateur avant la frontière) à Turbo, le plus grand port dans le golfe d'Urabá.

Le chauffeur nous a dit qu’il connaissait les combines pour traverser. "Nous devions payer à chaque étape. Nous avions quelques économies. Mon mari avait un emploi de vendeur. Quand nous sommes arrivés en Colombie, à Turbo, ils nous ont dit que nous devions passer par la mer pour aller au Panama. Moi, je n'avais pas le choix. Ils nous ont dit que c'était très dangereux dans la jungle, parce que les groupes armés pouvaient nous tirer dessus.”

Le 26 janvier, Mme Bisa -enceinte de sept mois-, sa sœur, son mari et le petit Exaucce sont arrivés à Capurganá. L’organisation qui les avaient amenés là leur a trouvé, avec l’aide de la population locale, une cachette dans l'hôtel Los Girasoles. On leur a demandé 150 dollars par personne pour les emmener au Panama, un voyage en bateau qui pouvait durer deux heures.

Le 28 janvier à une heure du matin, ils sont partis en mer à bord de sept bateaux, comme l'a ensuite établi le Bureau du Procureur général de Colombie.

"Mon mari portait l'enfant dans ses bras", dit Gloria. "J'étais devant. C'était terrible. Au début, l'eau était calme, mais 15 minutes après, une femme à l’avant a dit qu'elle commençait à voir l'eau monter dans le bateau. Il y avait beaucoup de bébés, d'hommes et de femmes. J'étais enceinte. Nous étions plus de trente personnes. Nous n'avions pas de gilets de sauvetage, rien. Ils ont commencé à jeter des personnes dans l’eau. Le bateau a coulé. Je suis restée avec trois femmes, toutes les quatre accrochées à un côté du bateau. Parfois, j'ai lâché à cause des vagues. Mon mari me disait : "Gloria, accroche-toi au bateau !” C'est la dernière chose qu'il m'ait jamais dite.

Les responsables

Tout autour du golfe d'Urabá se cache un groupe de criminels que l’on appelle de différents noms : le clan du Golfe, les Urabeños, les Ussuga (du nom de leur chef Dairo Antonio Ussuga). Ils ont également été appelés "paramilitaires", nom qu’on leur donnait lorsqu'ils revendiquaient le pouvoir politique, dans cette région et dans d'autres régions de Colombie.

Leur activité principale est, bien sûr, le trafic de drogue, mais le long des routes où circule la cocaïne, ils font également du trafic d'armes et pratiquent l'extorsion de fonds auprès des entreprises et industries environnantes. Ce groupe s'est tellement élargi que, des fois, il a réussi à avoir une présence sur les 1.800 kilomètres de côtes du Golfe. Il est difficile de savoir à quel point ils interviennent dans le trafic de migrants. Mais, d’après ce qu’ont rapporté plusieurs sources de cette alliance journalistique, il est certain que leurs chefs connaissent les trafiquants et interviennent lorsque les choses tournent mal, comme dans le cas des 21 migrants, dont dix enfants, qui sont morts.

David Alejandro Bolívar est accusé par le Bureau du Procureur général de Colombie d'être le chef de l'organisation responsable de ces décès. Il a appris l'accident le 28 janvier 2019 à 1h59 du matin, lorsqu'un homme, non encore identifié par les Autorités, l'a averti en premier du naufrage. Un mois après cet appel, il a été arrêté par la police et accusé de conspiration en vue de commettre un crime, de trafic de migrants et d'homicide aggravé.

Dans l'appel intercepté, les enquêteurs ont noté qu'un certain Edwin pilotait le bateau qui a coulé. Le Bureau du Procureur a confirmé qu'il s'agissait bien d'Edwin Viveros Hidalgo. Le même jour, Bolivar, inquiet, a téléphoné à un autre correspondant pour l’informer de ce qui s'était passé et a confirmé que le bateau qui avait coulé appartenait à un de ses compatriotes connu à Capurganá sous le nom de "El Gordo". Son vrai nom Nelson Martínez Villeros.

Grâce à un autre appel intercepté, on a appris que Martínez Villeros avait réussi à se faire libérer, affirmant que son bateau avait été volé. Le Ministère Public a, par la suite, constaté que le bateau de M. Martinez avait effectivement servi à transporter des migrants, alors que c’était interdit, dans des conditions de surchargement, sans gilet de sauvetage, mais qu'il avait essayé de dissimuler ce fait, mettant en avant que son bateau avait été volé. En outre, l'Autorité judiciaire a confirmé qu'Edwin Viveros et Amauri Núñez Medrano étaient ivres alors qu'ils pilotaient l’embarcation avec les 34 passagers.

Au cours d'un autre appel qui a été intercepté, son complice lui a demandé s'il avait essayé de de se renseigner concernant le bateau. Bolivar a répondu "Oui, ce bateau a coulé ! Il a sombré à un endroit très profond. Ensuite, les Marines colombienne et panaméenne se sont rendues sur place pour voir si certains corps remontaient à la surface. Puis, les paracos (pour désigner les membres du Clan du Golfe) se sont réunis, ce matin-là. (...) et ils ont décidé de remplacer tous ceux qui étaient sur place par d’autres venus d’ailleurs.”

La mort des migrants avait attiré les regards sur la région, et c'était la dernière chose que voulaient les "paracos" du Clan du Golfe. Moins il y a de police et de bruit, mieux leur entreprise fonctionne.

Au moins trois sources différentes interrogées par cette alliance journalistique dans la région ont corroboré cette thèse.

Le clan ne vit pas du trafic de migrants mais de l'exportation de cocaïne. En 2019, la Force navale, maritime et fluviale Orion a saisi 94,3 tonnes de cocaïne dans toute la Colombie. Quatre-vingt pour cent de la drogue, selon l’Administration, provenait des côtes du Pacifique et de l'Atlantique, le long des routes des clans du Golfe, mais il n’est pas précisé comment ce chiffre est calculé. En 2015, le Gouvernement colombien a créé une force spéciale pour combattre cette organisation et a capturé 1.500 hommes. Cependant, depuis 2019, lorsque le gouvernement a changé, la force spéciale a été réduite et le clan a commencé à se relever, a déclaré un analyste indépendant qui suit ce groupe depuis des années.

D'autres communications ont été interceptées et nous avons obtenu plus de détails. Non seulement les passeurs étaient ivres, mais ils se sont endormis et ont laissé le bateau partir à la dérive. Ils ont été sauvés tous les deux et, une fois à terre, se sont enfuis. Un migrant cubain qui se trouvait sur une autre des chaloupes qui n'a pas coulé cette nuit-là, Ermes Antoliano Monteagudo Díaz, l’a confirmé.

L'enquête judiciaire a déterminé que le propriétaire de l'hôtel Los Girasoles, où logeaient tous les rescapés qui se trouvaient sur l’embarcation qui a coulé, était Ludys María Rivera González, que les migrants appelaient "Mama Africa". C'est ce surnom que les trafiquants donnent comme indice, facile à retenir, aux migrants afin qu'ils puissent identifier qui va les héberger. L’Organisation Migrants d'un autre monde a trouvé des "Mama Africa" identiques aux gîtes pour migrants au Costa Rica et au Mexique.

Selon le Bureau du procureur, les enfants de "Mama Africa" Rivera ont coordonné les heures de départ des bateaux de Capurganá avec les marins. Il s'agit de Libardo de Jesús Muñoz Rivera et de Walter Muñoz Rivera. Tous les trois, ainsi que Bolivar, Villeros et les marins Medrano et Viveros ont été capturés. Cependant, au moment où cet article a été clos, ce dernier, qui était directement responsable des décès, avait été libéré en raison de l'expiration des délais. Et aucun des deux n'a encore été condamné, 15 mois après la tragédie.

Les enregistrements des appels à "Mama Africa" révèlent sa réaction lorsqu'elle a appris la nouvelle du naufrage.

Rivera : Que s'est-il passé, papa ? La mer était-elle bonne ?

Inconnu : On dit que les pilotes étaient ivres. Parmi les enfants qui étaient là, un seul est en vie... les autres se sont noyés.

Rivera : Oh mon Dieu, ce matin ils disaient que c'était un mensonge. Il y a treize migrants noyés ?

Inconnu : Et les "paracos"... ça va chauffer.

Un voisin du quartier a également appelé Rivera, pensant qu'elle était en prison. “Mama Africa" a répondu : "Ils pleuraient et disaient que leur famille s'était noyée. (...) [Le bateau] a fait demi-tour et les pauvres "négritos" se sont noyés (...) Je ne regardais même pas les informations parce qu'il y avait beaucoup de "négritos" ici, oh, j'étais plus stressée, certains pleuraient, d'autres que leur famille. (...) Oh mon Dieu, Saint-Père".

Le jour où Mama Africa a été arrêtée, le Bureau du Procureur a trouvé des reçus de Western Union pour plus de 65 millions de pesos (16.000 dollars). L'hôtel Los Girasoles, une grande maison à façade orange située dans un coin du quartier de Campo Alegre, comptait quinze chambres.

Avant son arrestation, elle a tenté, sans succès, de partir pour le Panama. Dans chacune des chambres, des Africains et des Asiatiques logeaient, à l'étroit, entassés, attendant que la dame qui les appelait simplement "petits nègres" leur dise : "préparez-vous, vous partez".

"'Mama Africa' est une femme qui mettait à disposition des migrants un hôtel bon marché pour qu'ils puissent dormir, se laver et se changer. Par ailleurs, elle leur donnait accès à un compte bancaire pour qu’ils puissent recevoir des virements de la part de leurs familles afin de poursuivre le voyage", a déclaré à l’Alliance Monseigneur Hugo Torres, évêque d'Apartadó, lors de notre entretien avec lui en janvier dernier.

Rivera est aujourd'hui en prison, accusé d'association de malfaiteurs, de trafic de migrants et d'homicide aggravé.

Fina Mayindo a perdu trois enfants

L'autre jeune femme qu‘a filmée le reporter De la Cruz le jour du naufrage était Fina, originaire d'Angola. Plus tard, lorsque j'ai pu accéder au témoignage qu'elle a donné au Bureau du Procureur en Colombie, juste après l'accident, j'ai appris que son nom de famille était Mayindo. Dans une courte vidéo conservée par le père Aurelio, on peut la voir avec ses quatre enfants voyageant en bus. Ils ont tous l'air heureux. Trois des petits qui se trouvaient sur les images et qui regardaient par la fenêtre sont morts aujourd'hui. La vidéo a été prise par Fina alors qu'elle était en route pour la Colombie avec ses enfants.

Elle avait quitté l'Angola il y a trois ans et, comme beaucoup d'autres, elle a d'abord essayé de se faire une vie au Brésil. (Entre janvier 2018 et janvier 2020, 897 Angolais ont cherché refuge au Brésil, mais seuls 27 l'ont obtenu). Mais la vie à São Paulo est difficile pour les immigrants africains. Fina Mayindo a donc puisé dans ses économies, emprunté de l'argent et, avec sa famille, est partie pour le nord le 12 décembre 2018. Elle voulait se rendre au Canada. Elle était avec Yoelma, 1 an et 8 mois, Sofia, 5 ans, Alberto Emanuel, 6 ans et Alberto, 8 ans.

Dans sa déclaration au Bureau du Procureur, Mme Mayindo a dit qu'elle était arrivée à Turbo en bus, avec ses enfants. La première chose qui l'avait impressionnée était de voir deux hommes descendre d'une moto avec des armes visibles. L'un d'eux lui a dit que pour aller à Capurganá, elle devait payer 300 dollars. Elle a préféré se rendre au Bureau de l'Immigration, présenter son passeport et demander un permis de passage pour pouvoir voyager librement. Le permis délivré lui donnait cinq jours pour quitter le pays.

Aller voir les “coyotes” était plus concret. Finalement, ils lui ont fait payer 120 dollars pour l'emmener, elle et ses enfants, en bateau à Capurganá. C'est trois fois plus cher que ce que nous, journalistes qui avons effectué cette enquête, avons payé pour ce voyage, ou ce que paie n'importe quel touriste.

Après avoir traversé le golfe d'Urabá, Fina a commencé à errer jusqu'à ce qu'on lui parle de l'hôtel de Mama Africa. Cependant, cette nuit-là, elle a dû chercher un autre logement, car l'hôtel de Mme Rivera était complet.

C'est ainsi qu'elle a raconté ce qui lui est arrivé cette nuit-là :

"Toyaco nous a emmenés lui-même dans un hôtel ; il avait les clés. Nous y sommes restés trois jours", a déclaré Fina Mayindo à l'huissier de justice qui a pris sa déposition. "Une nuit, il nous a emmenés sur la plage pour embarquer sur les bateaux, mais il nous a ramenés parce qu'il a dit qu'il y avait trop de postes de contrôle de police. Nous sommes rentrés à l'hôtel, il y avait beaucoup de matelas dans la chambre. Avec nous, il y avait une cinquantaine de personnes, des Haïtiens, des Congolais et des Angolais. Le 28 janvier, à une heure du matin, "Tocayo" nous a dit qu'il était temps de partir. Nous avons marché pendant environ 20 minutes jusqu'à ce que nous atteignons une plage près du quai. "Tocayo" a commencé à parler aux personnes qui conduisaient les bateaux.

J'ai vu les autres bateaux partir. J'ai pris le numéro cinq. Nous étions 19 adultes et je peux dire qu'il y avait environ 15 enfants, voire plus. Cinq minutes après notre départ, un plus gros bateau est venu nous approvisionner en gasoil. J'étais en avant avec mes quatre enfants. À un moment donné, ils nous ont dit que ceux d'entre nous qui avaient des bébés devaient aller à l'arrière. Je me souviens que le bateau était très lourd, d’autres migrants, qui parlaient lingala -une langue du Congo que je comprends bien- disaient que celui qui conduisait était ivre et qu’il avait fumé, mais je ne l'ai pas vu parce que j'étais dans les derniers à monter sur le bateau. Je les ai aussi entendu dire que nous étions en surcharge. Le voyage se passait bien, tranquillement. Je me souviens avoir regardé en arrière et avoir vu une grosse vague. Puis le bateau a commencé à couler et nous avons commencé à tomber à l'eau. C’était le chaos, la confusion totale, je luttais pour survivre, pour sauver la vie de mes enfants. J'ai réussi à prendre un bidon d'essence d'une main. Un homme à la peau blanche a pris mon fils Alberto Emanuel et lui a sauvé la vie. Je n'ai jamais revu cet homme, je ne sais pas s'il était colombien ou cubain, seulement qu'il était latino-américain.

Les bateaux 6 et 7 étaient derrière nous. Ils ont fait demi-tour pour déposer les migrants sur la plage et venir nous chercher. Six adultes et deux enfants ont été sortis de l'eau. Parmi les adultes, je sais qu'il y avait une femme qui s'appelait Gracia, une autre Mifi, qui avait aussi une fille avec elle, et une autre femme qui était enceinte. À ce moment, "Tocayo" est arrivé sur un autre bateau. Quand nous sommes parvenus sur la plage, il nous a emmenés chez lui et le lendemain nous a fait partir. Nous étions une quarantaine de personnes, dix Africains et trente Cubains. Ils nous ont cachés dans la forêt.

Comme Fina, Mifi Mulasa avait vécu à Sao Paulo, au Brésil. J'ai essayé de la localiser. Le père Aurelio m'a dit qu'il avait son contact, mais qu'il ne le donnait pas parce qu'elle ne voulait parler à personne de ce qui s'était passé.

Le compte Facebook du Mifi est inactif depuis l'époque du naufrage. Les photos de famille y sont restées : les rencontres à l'heure du dîner, les rires du bébé Emanuel qui tente de faire ses premiers pas, Exaucce à la sortie de l’école au Brésil, Desimi qui pose. Et il y a aussi les images de Mifi, debout au coin d'une rue à Sao Paulo, en train de sourire.

Tout comme Mifi Mulasa, qui a perdu toute sa famille sauf sa fille qu'elle surnomme Alegria, Fina Mayindo n'a plus que son fils Alberto Emanuel, âgé de six ans.

Mme Mayindo a déclaré au tribunal qu'elle avait dit à Tocayo, lorsqu'il l'a jetée hors de l'hôtel, qu'il était sans cœur. Après tout, il avait tué ses enfants, dit-elle. Elle a dit qu'un autre “coyote” lui avait demandé 40 dollars pour l'emmener à travers la montagne jusqu'à un endroit au Panama où il pourrait éventuellement trouver les corps de ses enfants. Elle a payé, mais à mi-chemin, l'homme s'est enfui. Il l’a laissée seule au milieu de la jungle avec son fils Alberto Emanuel et cinq compagnons de voyage. Comme ils ont pu, ils ont atteint deux jours plus tard les plages de La Miel, à la frontière, du côté panaméen.

La police panaméenne les a renvoyés. Elle leur a dit qu’ils pouvaient autant la tuer, que c’était le même chose. Ils n'ont pas été touchés par sa souffrance et elle a dû retourner en Colombie. Elle a finit par trouver le père Aurelio qui les a conduit à Acandi et leur a trouvé un logement  pendant quelques jours.

Le Bureau du Procureur a découvert que "Tocayo" s'appelait Angelmiro Velásquez Barbosa et l'a inculpé pour trafic de migrants, association de malfaiteurs et homicide aggravé. Mais il a, depuis, été libéré de prison grâce aux efforts de son avocat. Il est toujours inculpé dans cette affaire, m'a dit le procureur colombien Gloria Isabel Lastra, mais il a été laissé libre.

Fina n’a pas eu autant de chance. Elle a erré en Colombie pendant plusieurs mois, d’après des sources de l'Eglise catholique. La Pastorale sociale, une organisation ecclésiastique à but non lucratif, l'a accueillie pendant quelques jours à Bogota. L'évêque Torres d'Apartadó a déclaré qu'il savait que, sans l’aide de quiconque, elle avait à nouveau traversé le Darien -qui sait comment ?- et avait probablement pu atteindre le Canada. Des membres de l’alliance journalistique l'ont cherchée dans les dossiers d'immigration et auprès des organisations qui s’occupent des migrants dans ce pays, mais ne l'ont pas trouvée.

La nouvelle vie de Gloria Bisa

Gloria Bisa, qui était venue de la République Démocratique du Congo avec son mari, son fils de trois ans et enceinte de son deuxième enfant, et que cette alliance a pu interviewer à Portland, dans le Maine aux États-Unis, a continué à raconter son voyage. Elle avait arrêtée son récit à son dernier souvenir du naufrage, accrochée à un morceau du bateau flottant.

Vingt minutes après que Gloria ait vu son mari et son fils pour la dernière fois se perdre dans les ténèbres, elle a vu apparaître les lumières de deux bateaux, faisant partie du même convoi de trafiquants venus sauver les quelques survivants se battant dans l’immensité de la mer.

"Ils n'ont sauvé que sept personnes : quatre femmes, un garçon, un petit enfant et moi", a-t-elle déclaré lors d'un chat vidéo en mars dernier. "Le petit enfant s'accrochait aux cheveux de sa mère, il avait des mèches de cheveux dans les mains. C'était la nuit, vers une heure du matin”.

Une fois à terre, les “coyotes” ont amené certains des survivants chez eux à Capurganá. Ils ne leur ont rien dit. C'est là que Gloria a rencontré sa soeur Miresse et son beau-frère, qui se trouvaient sur un des trois autres bateaux qui ont fini par regagner la plage après l'accident du premier. Elle se souvient qu'elle n'arrêtait pas de pleurer et qu'elle était incapable de dire un mot. Ne rien savoir de son mari ni de son fils de trois ans était comme une braise qui lui brûlait la gorge et la laissait sans voix.

Avant l'aube, on leur a dit qu'ils ne pouvaient pas rester au village et on les a fait marcher dans la forêt, grimpant des falaises, glissant sur des chemins boueux. Elle a marché pendant sept jours. Le Darien est une jungle extrêmement diversifiée. Quiconque la traverse peut rencontrer des forêts et des mangroves, des grenouilles venimeuses, des serpents Mapaná, des serpents corails, des tapirs, des ocelots, des renards et de grands lézards. La vie sauvage dans cette partie de la planète peut être un monde étrange et obscur pour quelqu'un qui se fraye un chemin à tâtons. Les gémissements des singes hurleurs et les éclats de lumière des papillons bleus du Darien font toujours partie du paysage.

Des aigles, des faucons et de nombreux autres oiseaux descendent en vrille dans le ciel de cette jungle. Ils recherchent des fruits pour reprendre de l'énergie et continuer leur vol vers le nord. Personne ne reste dans le Darien. C'est par là que passent les trafiquants de coca. C'est aussi à travers cette forêt que passent les Africains, les Asiatiques et les milliers d'Haïtiens et de Cubains qui marchent pendant des jours, cherchant à atteindre le Panama et, s'ils survivent, continuent à traverser l'Amérique centrale animés par le rêve d'une vie meilleure dans laquelle ils seront considérés en tant qu'êtres humains et non pas comme des marchandises.

Il est difficile de savoir exactement où ils ont emmené Fina Mayindo. Mais le trajet le plus courant prend sept ou huit jours. Cette route est la plus longue et la plus dangereuse du Darien surtout à cause des gouffres et des crues de la Tuquesa. Au petit matin du 23 avril 2019, une vingtaine de migrants sont morts, noyés dans ces eaux. Le 23 décembre de la même année, douze autres ont connu la même fin. Les archives relatant ces décès sont rares. Ils ont à peine été rapportés par la presse, grâce aux vidéos des téléphones portables envoyées par les propres parents des victimes. Ces faits ont été confirmés par Leonardo Altamiranda, un fonctionnaire du Bureau du médiateur colombien, qui connaît bien la région.

La route qu'ils ont empruntée, selon Gloria Bisa, est celle des voyageurs qui paient le moins ; et parmi eux, il y a presque toujours des Africains, des Haïtiens et des Cubains. Les migrants asiatiques, comme les journalistes de cette alliance ont pu le constater, paient généralement à l'avance, dans leur pays d'origine, le voyage aux États-Unis. Habituellement, on leur fait prendre un itinéraire plus court, à peine trois jours.

Gloria nous a raconté qu'elle a traversé cette jungle comme une folle, se fuyant elle-même, prononçant des phrases incohérentes qui ressemblaient à des lamentations. Peu importe qu'elle ait faim ou soif, elle tenait grâce à la volonté d’avoir ce bébé qui était dans son ventre et l'espoir que son mari et son enfant avaient été sauvés. Même aujourd'hui, après un an sans nouvelles d'eux, elle aimerait croire qu'ils sont toujours en vie.

"Nous sommes arrivés au Panama, où ma fille est venue au monde", dit-elle. Du centre pour migrants, elle a été conduite à l'hôpital le 8 février 2019, la petite fille est née par césarienne, prématurément, avec un poids de deux kilos.. "Elle s'appelle Helena Basele. On m'a donné des documents à l'hôpital, mais ils ont été perdus en chemin.

Après seulement quatre jours de repos, ils ont poursuivi leur route vers le Costa Rica. Mme Bisa allaitait son enfant. "Seul Dieu était avec moi", dit-elle.

Ils sont passés par le Honduras, le Guatemala et le Mexique, où ils sont restés un mois. Et enfin, le 10 avril 2019, ils sont entrés aux États-Unis.

"Les gens de l'Immigration ne laissent passer qu’une vingtaine de personnes sur le pont", dit-elle. "Nous sommes restés dans un centre pendant quatre jours et ils nous ont donné un permis temporaire pour un an”

Elle est en train de déposer sa demande d'asile. Elle reçoit de l'aide et partage avec ses voisins congolais. Elle veut rester, assurer l'avenir de sa fille, travailler pour elle, poursuivre ses études. "Ma fille va bien, Dieu merci", dit-elle.

Mais Gloria a passé des nuits blanches lors du premier anniversaire du naufrage. Elle pensait à son petit garçon jusqu'à l'aube et elle revoyait toujours le dernier moment où elle a vu le garçon s'agripper à son père.

Elle dit qu'elle n'a pas eu de nouvelles de Colombie, d'aucune Autorité ou de qui que ce soit. Elle ne savait pas qu'il y avait une procédure judiciaire, ni qu'il y avait 21 tombes, ni que des corps avaient été repêchés après le naufrage.

Gloria aimerait un jour retourner en Colombie et au Panama pour continuer les recherches concernant Gaylord et Exaucce.

Si elle y va un jour, espérons qu'après ce rapport, elle pourra voir leurs noms sur les tombes qui, aujourd'hui, n'ont plus que des numéros presque effacés. Il n'y aura pas ceux de la totalité des  21 personnes qui se sont noyées cette nuit-là mais il y aura ceux de la famille de Mifi Mulasa, des enfants de Fina Mayindo et des membres de sa famille. Onze migrants morts étaient auparavant inconnus ; ils ont maintenant des noms. Peut-être qu'en lisant cette histoire, les lecteurs de nombreux pays nous aideront à trouver les autres. Ils méritent que leurs tombes portent leur nom. Ils méritent qu'on se souvienne d'eux pour que les choses changent.

FIN.

Annexe :

Liste des résultats obtenus dans le cadre de cette recherche

Décédés

  1. Desimi Mbengo. Congo. Fils de Mifi Mulasa
  2. Emanuel Mbengo Vita. RD Congo. Fils de Mifi. Le bébé de la famille.
  3. Exauce Mbengo. Congo. Fille de Mifi.
  4. Mbengo Vita. Congo. Mari de Mifi et père des quatre enfants.
  5. Sofia Mayindo Stopira, 5 ans, fille de Fina Mayindo. Angola.
  6. Yoelma Mayindo, fille de Fina Mayindo, 1 an et 6 mois. Angola.
  7. Alberto Stopira, fils de Fina Mayindo.
  8. Basele Gaylord Mpati, RD. Congo. Père d’Exaucce Gaylord Mpati (également décédé) et Gloria Bisa (survivante).
  9. Exaucce Gaylord Mpati, fils de Bisa Gloria. RD Congo.
  10. Grace Mumpe, Angola. (Décédé).
  11. Aisha Soraya, Angola, 6 mois, fille de Grace.

Survivants :

  1. Mifi Mulasa Azaba, 35 ans. Congo.
  2. Sonjisa Mbengo La Joie (connue sous le nom d'Algérie), 10 ans. Congo. Fille de Mifi.
  3.   Fina Mayindo. Angola.
  4. Alberto Emanuel Stopira, 6 ans, fils de Fina Mayindo.
  5. Didier Bikembo Fwetete. Congo.
  6. Gloria Bisa, Congo.
  7. William Mendes, Angola. (Le mari de Grace, n'a pas voyagé en Colombie).
  8. Sembuka Kiseba Cedrik, Congo.
  9. Katambala Makiesse Mirisse, Congo, sœur de Gloria Bisa.
  10. Solange Monseka Tondo, (survivante, confirmé par le Bureau du Procureur colombien).
  11. Bandal Kisshasa, Congo.

*Ce reportage fait partie d’une collaboration transnationale réalisé par Migrants d’un Autre Monde, une recherche journalistique du Centre Latino-américain des Recherches Journalistiques (CLIP), Occrp, Animal Político (Mexique) et les médias régionales Mexicaines Chiapas Paralelo y Voz Alterna, pour En el camino du réseau Periodistas de a Pie; Univisión digital (Etats-Unis), Revista Factum (El Salvador); La Voz de Guanacaste (Costa Rica); Profissão Réporter de TV Globo(Brésil); La Prensa (Panamá); Revista Semana (Colombia); El Universo (Equateur); Efecto Cocuyo (Venezuela); y Anfibia/Cosecha Roja (Argentine) en Amérique Latine. Ont aussi collaboré à ces recherches : The Confluence Media (India), Record Nepal (Nepal), The Museba Project(Cameroun) y Bellingcat (Royaume-Uni). Ce travail a pu compter sur le soutien de la Fundación Avina et la Seattle International Foundation