Un Negocio Cruel

Por Ronny Rojas, con la reportería de Estevan Muniz, Suchit Chávez, José Guarnizo, Juan Antonio Gómez, Alberto Pradilla, Deepak Adhikari, Ushinor Majumdar, Manno Wangnao, Sebastián Ortega, Noelia Esquivel Solano, Mary Trini Zea, Paul Mena y Giancarlo Fiorella.

Darien-Felipe
Selva del Darién donde migrantes pasan clandestinamente de Colombia a Panamá. Fotografía: Felipe Reyes/ SEMANA

El martes 10 de mayo de 2016, la Policía Federal de Brasil interceptó una encomienda enviada desde una oficina de DHL en la calle Bela Cintra de São Paulo con destino a Johannesburgo, Sudáfrica. Al abrir el paquete, encontraron cinco hojas de pasaportes con visas falsas a nombre de dos ciudadanos de Kenia, dos de Somalia y uno de Eritrea, aparentemente estampadas por consulados brasileños en Mozambique, Etiopía, Zimbabwe, Arabia Saudita y la misma Sudáfrica.

Abdifatah Hussein Ahmed, ciudadano sudafricano residente en Brasil, fue quien envió los documentos falsificados. Ya había hecho dos envíos similares a finales de 2015, uno a un hombre en Angola y otro a alguien en Johannesburgo, según descubrió después la policía, que lo tenía en la mira por liderar una célula de tráfico de personas.

Los investigadores fueron siguiendo la pista de Hussein Ahmed hasta descubrir que tenía dos socios en el negocio de tráfico: Abdessalem Martani de Argelia y Mohsen Khademi Manesh, de origen iraní. Entre los tres, proveían a africanos de diversos países de pasaportes con visas espurias que les permitían entrar sin ser detenidos a Brasil, Bolivia o Venezuela. Ya con un pie en el continente, los migrantes emprendían su viaje de 8 000 o más kilómetros al norte, dependiendo de dónde empezaran, buscando llegar a Estados Unidos o Canadá.

Según la policía, Hussein Ahmed y su red movilizaron al keniano Abdi Yussuf Wardere y al somalí Mohamed Ibrahim Qoordheer, dos presuntos miembros de la organización armada islámica al-Shabaab, que comete actos de terror en Somalia y en Kenia. El diario The Guardian publicó en 2015 que Abdi Yussuf era, además, hermano de Mohamed Mohamud, autor intelectual del ataque en la Universidad de Garissa en Kenia, que dejó 147 muertos en abril de 2015.

En el caso de Qoordheer, la policía de Costa Rica lo detuvo en marzo de 2017, tras una alerta del gobierno estadounidense. Las autoridades lo deportaron a Zambia el 23 de junio de ese año, informó a CLIP la Dirección General de Migración y Extranjería costarricense. No hay evidencia de que Qoordheer haya sido acusado de algún delito de terrorismo en EEUU, según publicó el Instituto Cato.

Las sospechas de que hubiera ayudado a algún terrorista a entrar a Estados Unidos, además de la estela de evidencias que fue dejando tras de sí, hizo que Hussein Ahmed por fin cayera en agosto de 2019, cuando la Policía Federal brasileña lo arrestó por el delito de tráfico de personas, después de una investigación coordinada con el Servicio de Inmigración estadounidense (ICE).

El detalle de estas y otras operaciones salen a la luz tras la investigación periodística transfronteriza Migrantes de otro Mundo, que tomó nueve meses, del Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP), la organización periodística europea, Occrp, y otros 16 medios aliados de Brasil, Argentina, Venezuela, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, El Salvador, México, Estados Unidos, Gran Bretaña, India, Camerún y Nepal.*

El reportaje Un Negocio Cruel, específicamente, incluyó la revisión de numerosos expedientes judiciales, informes de inteligencia y entrevistas con autoridades internacionales, nacionales y locales, con académicos y expertos, coyotes locales y traficantes internacionales y con decenas de migrantes en América, África y Asia.

La colaboración pudo constatar que entre 13 000 y 24 000 personas de países de Asia y África cruzan América Latina anualmente, para entrar a Estados Unidos o a Canadá, y les producen ingresos a los traficantes que pueden oscilar entre 176 y 326 millones de dólares al año. (Ver nota explicativa abajo). Es un cálculo más ilustrativo que preciso, basado en las estadísticas oficiales de migración recabadas en diez países y en documentos y entrevistas que consiguió la alianza periodística. Pero como se trata de un negocio clandestino, y miles de personas pasan sin dejar huella ni registro en ningún país, es probable que estas cifras se queden cortas.

La alianza periodística también encontró que los contrabandistas de personas operan mediante complejas redes de testaferros, pequeñas empresas, hoteles y agencias de envío de dinero. Cuentan además con abogados, proveedores de documentos falsos en embajadas y consulados, y corrompen oficiales de Migración y Policía en aeropuertos, fronteras y aduanas, a veces por años antes de ser detectados.

Brasil, hub del tráfico

El caso de Hussein Ahmed refleja cómo Brasil es el núcleo de diversas redes criminales que coordinan pequeñas células a lo largo del continente americano. Sacan provecho económico de las fuerzas globales que empujan a migrantes asiáticos y africanos a salir de sus países: la guerra, la persecución política o la crisis económica.

Es un negocio cruel. Estos mercaderes de seres humanos les sacan a los migrantes y a sus familias hasta la última moneda de sus ahorros, con la promesa de abrirles las puertas del “sueño americano”. Los pasan de mano en mano, como si fuesen mercancías –hombres, mujeres y niños– de un país a otro, en avión, barco, bus y muchas veces, semanas a pie; los cruzan por territorios peligrosos, sin el equipo ni la preparación necesarias.

En años recientes, las bandas que trafican personas han visto su negocio crecer conforme emergen nuevas rutas hacia América, especialmente desde naciones como Nepal, India y Bangladesh. Políticas dispares en América Latina, con unos gobiernos que por años instauraron políticas migratorias más abiertas, como Brasil, Argentina y Ecuador, y con otros, cerrando cada vez más la entrada legal de migrantes, como México y en ocasiones Colombia, crearon el caldo de cultivo perfecto para que las redes de contrabandistas ampliaran su negocio.

Rápidamente entraron por las puertas más abiertas para poner un pie en América, y de allí organizaron el paso clandestino a donde fuera más restringido y, por tanto, les dejara más utilidades. Brasil es el país que más migrantes transcontinentales recibe. El Comité Nacional para los Refugiados de Brasil (Conare) mantiene activas 47 124 solicitudes de refugio presentadas desde 2013 por personas de Asia y África. Senegal, Angola y Bangladesh son las tres nacionalidades con más pedidos activos.

Algunos desisten de esperar el resultado de su solicitud de asilo en Brasil y siguen viaje. Por ejemplo, durante un allanamiento en la casa de Mohsen Khademi Manesh, la policía brasileña halló las solicitudes de asilo de dos mujeres paquistaníes, quienes fueron detenidas sin documentos en Estados Unidos en julio de 2019.

Desde Sao Paulo, sobre todo, es de donde se coordina la gran mayoría de las operaciones de tráfico humano por el continente.

“Sí, es legítimo decir que (los traficantes en Brasil) son los grandes controladores de la ruta, porque son los que cobran a los inmigrantes, son los que reciben el pago y, eventualmente, envían dinero a los otros asociados en América Central”, dijo Milton Fornazari Jr., director de Inteligencia de la Policía Federal en São Paulo, la unidad que investiga los delitos de contrabando de inmigrantes y trata de personas, en entrevista con Profissão Repórter de TV Globo, socio de la colaboración periodística que produjo Migrantes de Otro Mundo.

“Son los contrabandistas aquí en São Paulo quienes deciden cuándo pagarán a sus asociados”, explicó.

Pero también operan en otras ciudades brasileñas. A finales de 2015, un pakistaní llamado Sharafat Ali Khan, conocido como ‘doctor Nakib’, recibió en la capital, Brasilia, cinco mil dólares de un paisano quien horas antes había llegado a Brasil desde Arabia Saudita. El migrante le estaba pagando la primera cuota para garantizar su viaje a Estados Unidos. Ali Khan recibió el dinero de su compatriota advirtiéndole que, para llegar, tendría que pagar otros cinco mil a lo largo de la ruta.

El 3 de junio de 2016, Ali Khan fue detenido en el aeropuerto de Doha, Qatar cuando huía hacia Pakistán. Dos días antes la policía brasileña había allanado su casa. Lo tenían fichado como el líder de una banda de tráfico de personas a Brasil. En abril de 2017, preso en Estados Unidos, Ali Khan admitió ser responsable de haber montado “casas de seguridad” para los migrantes, unas viviendas donde los ocultaban durante el viaje. El pakistaní también confesó que había organizado una red de cómplices que pasaban a los migrantes de un país a otro.

Más prohibiciones, más negocio 

Según autoridades nepalíes consultadas por esta alianza, las principales rutas desde Nepal a Brasil fueron descubiertas por personas locales que viajaron a América Latina hace casi dos décadas.

Un jefe de policía de Katmandú, quien pidió proteger su nombre por motivos de seguridad, recordó que un traficante apodado “LB”, originario del distrito de Rukum, al oeste de Nepal, fue uno de los precursores de las rutas a través de Brasil.

“Hace unos 15 o 18 años, este hombre ayudó a cuatro o cinco personas de su pueblo para que obtuvieran visa para México. Él viajó con ellos y les ayudó a cruzar a Estados Unidos. El viaje le mostró cómo funcionaba el tráfico. Él comprendió que si podía aterrizar en un país latinoamericano como Brasil, grupos organizados por bengalíes y pakistaníes podrían encargarse del contrabando”, explicó el oficial.

Al parecer, esa idea dio frutos. El número de ciudadanos nepalíes indocumentados que las autoridades de Estados Unidos arrestaron en sus fronteras pasó de 5 en 2007 a 336 en 2019, con un pico en 2018, cuando hubo 719 detenciones, según datos del US Border Patrol. Otra evidencia del aumento del flujo migratorio asiático lleva el sello de Bangladesh. En 2007, la patrulla fronteriza estadounidense detuvo a 30 bangladesíes cruzando de forma irregular, mientras que el año pasado arrestó a 1 240.

Un cable diplomático de diciembre del 2009, enviado por la entonces embajadora de Estados Unidos en Panamá, Barbara Jean Stephenson, da una mejor idea del ritmo en que ha venido aumentando la inmigración extracontinental por América Latina en la última década.

En el telegrama, publicado por la plataforma WikiLeaks, Stephenson advertía al Departamento de Estado que el número de inmigrantes africanos interceptados en Panamá ese año había aumentado seis veces, llegando a las 96 personas, en su mayoría somalíes que se dirigían a Estados Unidos. “El problema tiene implicaciones para el esfuerzo de asegurar nuestras fronteras extendidas”, anotó la diplomática.

El año pasado, al cumplirse una década desde la advertencia de Stephenson, Panamá registró el paso de casi 10 000 inmigrantes de Africa y Asia.

En años recientes, según fuentes policiales, aumentó el uso de documentos genuinos como visas y pasaportes, que los inmigrantes obtienen de forma fraudulenta, algo que complica la detección de anomalías, hacen más difíciles los operativos y distorsionan los registros migratorios.

Las crecientes restricciones de países como Estados Unidos, que disminuyó su cuota de admisiones para refugiados de 110 mil al año en 2017, a 18 000 para el año fiscal de octubre de 2019 a septiembre de 2020, también fuerzan a la gente a buscar salidas desesperadas y costosas en manos de criminales. Esto se restringió aún más con la pandemia del Covid-19: a fines de abril, el país anunció el cierre total de fronteras, aún para refugiados ya admitidos, con muy pocas excepciones.

El número de personas que se presenta en las fronteras de Estados Unidos para pedir asilo –y que llegaron hasta allá muy probablemente por tratos con los traficantes –ha aumentado por ocho años consecutivos, hasta alcanzar casi los 140 mil de todas las nacionalidades en 2017. Y entre los que pidieron asilo, como medida defensiva, después de que los hubieran detenido sin papeles, más de seis mil provenían de India y de China. En 2018 bajó un poco, a raíz de un discurso cada vez más xenófobo del gobierno Trump y el hecho de que impusiera a sus vecinos del sur políticas muy restringidas para ir hacia el norte.

Entre más migrantes se ven forzados a cruzar América, con la esperanza de obtener asilo una vez en suelo estadounidense, más tienen que valerse de traficantes y coyotes, y estos, a su turno, engordan sus ganancias.

Las utilidades del negocio

La investigación policial de otro caso en Brasil arroja luz sobre la dimensión de las utilidades del tráfico de personas, y los métodos que tienen para mover el dinero y documentos sin problemas, a través de fronteras.

La investigación policial de otro caso en Brasil arroja luz sobre la dimensión de las utilidades del tráfico de personas, y los métodos que tienen para mover el dinero y documentos sin problemas, a través de fronteras.

Saifullah Al Mamun, ciudadano bangladesí residente en São Paulo desde hace seis años, es un gran contrabandista de personas. Uno de los mayores del mundo, según las autoridades brasileñas. Fue arrestado con otros socios el 31 de octubre pasado , acusado de operar una “extensa red de lavado de dinero”, a través de un sistema de testaferros y personas jurídicas. Incluso, utilizaba la identidad de los propios migrantes que movilizaba para falsificar documentos, crear cuentas bancarias y evadir la vigilancia policial.

“Su actividad criminal se inició y desarrolló aquí en São Paulo (…) la ciudad principal en la que estos contrabandistas realizan sus actividades criminales”, dijo el delegado de la Policía Milton Fornazari Jr., en la ya mencionada entrevista a Profissão Reporter.

Al Mamun cobraba US$11 000 por llevar a inmigrantes de Bangladesh hasta Estados Unidos. También cobraba unos US$6 000 solo por traerlos a suelo brasileño con carné de extranjero y otra documentación falsa incluida.

Según documentos judiciales, Al Mamun recibía los pagos por medio de testaferros, en cantidades fraccionadas, a cuentas bancarias a nombre de otros inmigrantes y por transferencias desde agencias bancarias en ciudades fronterizas brasileñas, especialmente Marechal Cândido Rondon, Cruzeiro do Oeste y Cianorte en el estado de Paraná, cerca de Paraguay. También, por medio de terceros, el bangladesí distribuía el dinero hacia otras células de traficantes en diferentes países.

Un documento, al que CLIP tuvo acceso, detalla 222 envíos de dinero de Saifullah Al Mamun a personas en Colombia, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, Honduras, México, Panamá y Perú. Durante una llamada telefónica interceptada por la policía en mayo de 2018, Al Mamún reveló, sin saberlo, que dirigía un equipo de doce personas.

Las autoridades brasileñas bloquearon 42 cuentas bancarias de este grupo de traficantes. “Pero aún no hemos podido identificar todo el patrimonio, dada la extrema profesionalización de la célula de lavado de dinero”, dijo Fornazari.

Ofrecían sus servicios sobre todo a ciudadanos de Afganistán, Nepal, Bangladesh, India y Pakistán. Contaban con la colaboración de un abogado brasileño –también detenido en octubre– para tramitar solicitudes de refugio a nombre de los inmigrantes en forma fraudulenta, incluso sin estar en Brasil.

“Este grupo es extremadamente articulado aquí. Hacía contacto con inmigrantes a través de las más diversas herramientas tecnológicas, vía WhatsApp, una aplicación llamada IMO o vía Skype”, explicó Fornazari.

Entre los documentos que ofrecía Al Mamun para traer inmigrantes a América, hay pasaportes bolivianos y visas y sellos falsos de Ecuador en pasaportes auténticos. Para esto, Al Mamun reclutó a un secretario del consulado de Ecuador en São Paulo, con quien se reunió a inicios del 2019, según registró la policía. Pese a las pesquisas policiales en Brasil, ese funcionario seguía en la planilla del Ministerio de Relaciones Exteriores de Ecuador en diciembre pasado.

CLIP envió varias preguntas sobre las actividades del secretario a la Cancillería ecuatoriana y a su vocera, y aunque insistimos, la entidad no respondió.

Al Mamun también conseguía falsas tarjetas brasileñas de extranjero y con ellas obtenía visas venezolanas, que luego enviaba por correo al sur de Asia. Allí, los traficantes las pegaban en los pasaportes de los inmigrantes, quienes viajaban a Venezuela para luego cruzar a Brasil, pasando por la ciudad de Boa Vista, en el estado de Roraima. Luego, se dirigían a Perú para continuar hacia Estados Unidos.

“(La de Venezuela) es una ruta con mucho menor tráfico (…) diversifican el camino de entrada ilegal a Brasil, para no concentrar la actividad de manera que pueda atraer la atención de la inspección brasileña”, explicó Fornazari.

También reciclaron algunos documentos fraudulentos. En algunos casos la policía pudo comprobar que, una vez que los inmigrantes entraban a Brasil, los traficantes desprendían las visas brasileñas de los pasaportes y las enviaban por correo a África, donde se colocaban en nuevos pasaportes para traer a más personas.

La banda de Al Mamun proporcionaba cartas de tripulante marítimo (seaman’s book) apócrifas, para permitir la entrada de inmigrantes sin la necesidad de una visa brasileña.

Una de las personas que viajó a Brasil con un permiso marítimo es Nabin Gurung, un nepalí originario de Kushma, un pequeño pueblo al oeste del país. Gurung, de 37 años, atravesó el continente americano durante casi tres meses en 2018. Llegó a Estados Unidos sólo para ser detenido y enviado de regreso a Nepal.

De regreso en Kushma, Gurung contó al periodista Deepak Adhikari, quien participó en esta alianza, que pagó USD$44 000 a diversos grupos de traficantes, dinero que pidió prestado y aún debe. Primero viajó a Nueva Delhi, India, a un hotel en el distrito turístico de Paharganj. Luego a Etiopía, donde los nepalíes pueden entrar sin visa. Desde Adis Abeba voló con otros tres compatriotas a São Paulo, donde los recibió un hombre brasileño.

Expertos policiales internacionales consultados por CLIP, quienes hablaron off the record, confirmaron, que, en efecto, una de las principales vías que usan los inmigrantes para entrar a Brasil es el vuelo de Ethiopian Airways, que conecta diariamente a la capital etíope Adis Abeba con São Paulo.

Otro migrante de Bangladesh que entrevistó esta investigación en enero de 2020, en la frontera de Colombia con Panamá, dijo que su hermano había pagado unos US$18 000 dólares por llevarlo a Estados Unidos. Aseguró que salió de su país a Nueva Delhi, y de ahí Adis Abeba en “un vuelo muy largo” y que aterrizó en el aeropuerto de “una gran ciudad”, sin saber cuál era. Del avión lo bajaron y lo subieron directamente a otro, sin entrar al aeropuerto, y de ahí voló a Ecuador.

Nabin Gurung contó que en Brasil la red de tráfico era liderada por bangladesíes, aunque su “agente” en ese país resultó ser de Nepal. “Tuve que gastar como $500 en Brasil, durante los cinco días que estuve ahí. Los contactos, fueran nepalíes o brasileños, estaban determinados a extorsionarnos”, aseguró.

Una buena parte de los inmigrantes que movía la red de Al Mamun volaba a São Paulo y luego a Rio Branco, en el estado fronterizo de Acre, al norte de Brasil. El vuelo hasta Rio Branco tarda unas cuatro horas, aunque otros inmigrantes viajaron por tierra durante varios días, como lo hizo Gurung. Allí, la red enviaba los nombres y fotos de las personas que llegarían a Acre a taxistas contratados para que los llevasen a la frontera con Perú.

En São Paulo, Al Mamun operaba la agencia de viajes BD Tour Ltda, que proveía pasajes aéreos a los inmigrantes para enviarlos a Rio Branco o a otros países. Al Mamun también movió dinero mediante un contrato de cambio de divisas a nombre de su empresa con la entidad financiera OM Distribuidor de Valores y Valores, y ésta le facilitó el envío de dinero a otros asociados a lo largo de la ruta ilegal a Estados Unidos.

La firma financiera rescindió el contrato al descubrir que Al Mamun utilizaba el nombre de terceros para cambiar las divisas, según un documento policial.

Las autoridades estadounidenses, que colaboraron con la Policía Federal brasileña, abrieron una causa contra Al Mamun y otros presuntos traficantes. El caso se tramita en la Corte Federal del Distrito Sur de Texas.

Uno de los acusados es Moktar Hossain, alias Ricky o Carlos, un ciudadano bangladesí a quien le atribuyen ser el contacto de la red en Monterrey, México. Proveía habitaciones de hotel a los inmigrantes y pagaba choferes para llevarlos hasta el Río Grande, donde cruzaban a Estados Unidos. En agosto de 2019, Hossain, quien había sido detenido en Houston, se declaró culpable por el delito de tráfico de personas.

Ali Ibrahim, un migrante somalí detenido en Texas en mayo de 2018 por el Servicio de Inmigración y Aduanas de Estados Unidos (ICE), contó que pagó cerca de US$10 000 a lo largo de su viaje a ese país, de esos pagó US$4 500 a una persona en Etiopía por la compra de un pasaporte somalí falso con una visa brasileña, con la que viajó al aeropuerto Guarulhos de São Paulo. Ibrahim aseguró que Abdifatah Hussein Ahmed, el traficante surafricano que vivía en Brasil, mencionado al comienzo de esta historia, lo recibió en su casa y le retuvo su pasaporte durante siete días. También que fue él quien le hizo puente con otra persona que lo recibió en Perú.

Las autoridades brasileñas tuvieron acceso a los estados de cuenta de Hussein Ahmed y su socio Abdessalem Martani en la compañía de remesas MoneyGram. Encontraron transferencias de dinero a la ciudad fronteriza de Reynosa, México; Apartadó, Colombia, cerca a la frontera con Panamá; y a Ciudad de Panamá, así como envíos a Liberia y Santa Cruz, ciudades fronterizas con Nicaragua al norte de Costa Rica.

CLIP y sus aliados hicieron un cálculo, muy aproximado, sólo para dar una idea de las cifras que mueve el negocio. Se basó en estadísticas oficiales que recabaron los socios de Migrantes de Otro Mundo en varios países y en las múltiples fuentes consultadas. Calculamos que podría estarles produciendo ingresos a los traficantes entre los 176 y los 326 millones de dólares al año. Si estas cifras yerran es por lo bajo, porque no incluyen pagos adicionales que deben hacer a coyotes y otros guías locales. Así sucede, por ejemplo, en Colombia y en Panamá. Tampoco tienen en cuenta pagos obligados a los gobiernos, como en Nicaragua, para obtener los permisos de paso.

Además, el flujo constante de migrantes extra-continentales por América Latina, les dejan ganancias adicionales a hoteles, transportistas, estafadores, comerciantes, asaltantes y funcionarios corruptos, imposibles de calcular.

Las células en cada país

Aunque desde Brasil se coordina buena parte de estas operaciones, cada célula en los países por donde transitan los inmigrantes tiene sus propias estrategias, precios y aliados locales. Y en algunos casos, las ciudades latinoamericanas son el destino final.

Argentina, por ejemplo, desde los años noventa, ha sido destino de inmigrantes primero de Malí y después de Senegal. Los pioneros tuvieron mayor suerte con sus negocios y sus éxitos atrajeron a otros. Hoy siguen llegando y se asientan sobre todo en la capital Buenos Aires, además de La Plata y las ciudades costeras de Bahía Blanca y Monte Hermoso.

En marzo del 2019, la Policía Federal de ese país arrestó a tres senegaleses, acusados de integrar una red de tráfico internacional de migrantes: Ibou Diagne y los hermanos Amar Dieng y Nar Dieng.

Dijo la policía que ellos cobraban unos US$6 000 por el viaje a Argentina y que compraban pasaportes de la República de Gambia con nombres modificados, que los senegaleses utilizan para viajar – vía España o Francia– a Ecuador donde hasta agosto del año pasado los gambianos no necesitaban visa. De Ecuador viajaban a Perú y luego a Rio Branco, Brasil. Aunque algunos se quedan en Brasil, la mayoría viaja por tierra a Paraguay para entrar a Argentina a través de El Dorado (provincia de Misiones) por pasos fronterizos no autorizados.

Una revisión detallada del caso que hizo Anfibia/Cosecha Roja, socio de esta alianza periodística en Argentina, pone en entredicho qué tanto Diagne y de los hermanos Dieng son los peces gordos de este tráfico. Por ejemplo, encontró que la Cámara Federal de Apelaciones excarceló a Ibou Diagne y a Amar Dieng porque cumplían roles muy menores como para perder la libertad y, si bien confirmó la prisión para Nar, puso en duda que se hubiera probado que los senegaleses fueran traídos con la obligación de trabajar en sus comercios.

Puertas abiertas

Ecuador ha sido otro importante punto de entrada a América. El expresidente Rafael Correa instauró en 2008 una política de puertas abiertas, que no les exigía visa a pasajeros de casi ninguna nacionalidad. Sin embargo, como sus vecinos no compartían esa política de libre movilidad a los viajeros, los negociantes en tráfico de personas no sólo pudieron seguir cobrándoles caro a los migrantes para llevarlos a Estados Unidos, sino que usaron a Ecuador como fácil puerta de arribo.

En vista del abuso a su generosidad, Ecuador fue cerrándose. Primero restringió 12 nacionalidades en 2010, y a partir de agosto de 2019, lo extendió a otras 12, entre éstas a personas con pasaportes de Camerún, Angola, Gambia, Ghana y Guinea. Estas nacionalidades están entre las doce que más frecuentemente están tomando hoy la ruta latinoamericana para ir a Estados Unidos o Canadá, según el hallazgo de Migrantes de Otro Mundo.

Entre agosto de 2014 y agosto de 2019, la Fiscalía General de Ecuador recibió 746 denuncias por tráfico de migrantes. En septiembre del año pasado, la policía de ese país desarticuló una célula de traficantes integrada por cuatro ciudadanos de Yemen y dos ecuatorianos, que operaban en Quito y en el cantón de Lago Agrio, en la frontera con Colombia.

Los yemeníes coordinaban el viaje de los inmigrantes, mientras que sus socios locales conseguían visas de trabajo, permisos de residencia y cédulas ecuatorianas fraudulentas, así como falsos certificados laborales o documentos académicos. La policía les decomisó pasaportes de Sri Lanka, Sudán y la India, entre otros.

Fuentes de organismos internacionales de inteligencia consultados por CLIP explicaron que ningún país latinoamericano suele reportar participación en estas bandas criminales de gente con poder o acceso a altas esferas políticas.

Una excepción podría ser Colombia. En 2018, las autoridades de ese país arrestaron en Bogotá al exsenador Félix Salcedo Baldión, a quien acusaron de utilizar empresas de papel y su propio nombre para extender cartas de invitación y referencias ante distintos consulados, con el fin de lograr visas para inmigrantes de la India, a quienes falsamente identificaba como empresarios.

Junto a Salcedo, la policía colombiana investigó a seis personas, entre ellas Yasmín Eliana Serrada Bautista, ex cónsul de Colombia en República Dominicana, a un cantante de apellidos Pavón Lineros y a un ecuatoriano de apellidos Huamán Miranda, considerado el líder del grupo, que tenía contactos con otros traficantes en Perú y Honduras.

Una de las llamadas interceptadas entre Salcedo y Huamán Miranda dejan ver que el exsenador sospechaba que la policía le seguía la pista: “Tengo que comentarle personalmente una cosa, no puedo mandar más cartas, me pasaron un dato de un amigo que tengo allá en el ministerio, yo lo ayudé a meterse ahí. No se qué ha pasado, pero me tienen rechillando por allá, no quiero tener problemas. Lo que sea verbal yo lo hago, lo que tenga que dejar en ese tipo de documentos no puedo dejarlos, eso es una evidencia en contra mía”, dijo Salcedo a Huamán.

Durante la investigación, la policía logró probarle (con audios grabados) 73 giros que Félix Salcedo envió y recibió por 12,087,540 pesos colombianos (unos 4 mil dólares de 2018), por pagos de documentos y visas. Salcedo, quien fue legislador por el departamento del Norte de Santander hace treinta años, la policía lo acusa de utilizar influencias políticas en el Ministerio de Relaciones Exteriores, en sus dependencias de migración y en el consulado colombiano en República Dominicana, donde se emitieron varias visas para ciudadanos de la India.

Esta alianza periodística trató de comunicarse con Salcedo para que diera su versión sobre los hechos, pero no fue posible localizarlo ni contestó los mensajes que se le enviaron por Facebook.

En 2019, el Juzgado 21 Penal del Circuito condenó a Salcedo y a una abogada de apellido Muñoz Parra a 62 meses de prisión por los delitos de tráfico de migrantes, concierto para delinquir y falsedad en documento privado. Baldión está bajó arresto domiciliario mientras se resuelve una apelación de su abogado para que pueda cumplir toda la pena desde su casa, según informó la Fiscalía General de Colombia.

El tráfico de migrantes en Colombia, dijeron las autoridades de migración, dejó de ser tan buen negocio desde que volvieron a legalizar la entrada de quienes vienen de paso, camino al norte. La decisión se tomó en 2019, luego de un naufragio en el que murieron 21 personas, entre ellas diez niños, en el Golfo de Urabá, cerca de la frontera con Panamá. La nueva norma invita a los migrantes a presentarse a las oficinas de Migración en dónde les tomas los datos, huellas e iris del ojo. Se contrasta la información con las bases de datos de la Interpol, y si no tienen antecedentes criminales, se les otorga un salvoconducto para salir del país.

Nueve de cada 10 inmigrantes que entran a Colombia lo hacen por tierra, principalmente por la ciudad de Ipiales, en la frontera con Ecuador. Cuando las autoridades colombianas intensifican los controles en esa zona, los inmigrantes se ven obligados a buscar rutas más complejas pasando a Venezuela desde Brasil, según explicó a CLIP Wilson Patiño, director de Migración de Medellín.

Autobuses que se han especializado en proveerle el servicio a los migrantes, los llevan en buses que no se detienen, salvo para recesos cortos, por 30 o más horas desde la frontera con Ecuador hasta Medellín, o directamente hasta Necoclí, en el Golfo de Urabá, muy cerca a la frontera con Panamá, como nos informaron varios migrantes que entrevistaron Semana y CLIP, socios de esta alianza. El paso que sigue a Panamá es la “completa muerte”, como dijo Samuel Eyong Beyong, un camerunés que entrevistó la Revista Factum, socio de esta alianza, en Choluteca, Honduras en febrero pasado.

“A mí me robaron”, dijo Beyong, quien viajó con su esposa embarazada y dos niños pequeños. “Me quitaron $1 200. Son una mafia de ladrones. Desnudaron a todo el mundo para buscar el dinero. Tuvimos suerte en esa jungla, pues solo tomaron el dinero. En algunos otros grupos violaron a las niñas e incluso le dispararon a alguien”.

Los ataques contra los inmigrantes en esa zona inquietan al “clan del Golfo” (también conocido como “autodefensas gaitanistas” o “clan úsuga”), el mayor grupo narcotraficante en el país, que utiliza el Darién para transportar droga y armas, según coincidieron varias fuentes. Los narcotraficantes saben bien que los robos y las muertes llaman la atención de la prensa, y se les “calienta” la zona. Por eso, han amenazado de muerte a quienes atenten contra los inmigrantes.

“Los grupos que se dedicaban a asaltar, o son más cuidadosos o han reducido esa actividad ilícita”, dijo Leonardo Altamiranda, funcionario de la Defensoría del Pueblo en Urabá, cerca a la frontera. “Este año, las autodefensas gaitanistas repartieron un panfleto en Capurganá (otro pueblo de paso de los migrantes en el Golfo de Urabá), advirtiendo que aquella persona que atentara contra los migrantes, que los robara o violara a las mujeres, la iban a matar”.

En Capurganá, la última población sobre el Golfo de Urabá, desde donde parten los migrantes a pie para atravesar la selva del Darién hacia Panamá, varias fuentes nos dijeron que el clan le dio a una organización comunitaria la responsabilidad de llevar a las personas hasta Panamá, y les autorizó a cobrarles 70 dólares por cabeza. Si hay quejas, no obstante, estos guías pagan con su vida.

“Los llevan hasta cierta parte para que no se pierdan por el tapón del Darién. Anteriormente ellos iban solos. Desde que se organizó ya no se habla de muertes, o de atracos”, dijo a esta alianza periodística un hombre que conoce bien lo que pasa en el lugar y que por seguridad pidió no revelar su nombre.

Centroamérica: grupos bien organizados

La corrupción, sobre todo en mandos medios de agencias policiales y guardias fronterizas, permite que estos grupos movilicen migrantes a través de fronteras y aduanas.

En Costa Rica, a finales de 2018 la policía desarticuló una banda de traficantes, entre ellos a cinco funcionarios de Migración y a un oficial de la Fuerza Pública. Y el año pasado las autoridades costarricenses arrestaron a 38 personas involucradas en una red de tráfico. Fue un operativo conjunto con la policía de Panamá, donde detuvieron a otras 10 personas. A mediados de 2019, seguían investigando a varios funcionarios públicos por su posible participación en el negocio, explicó a CLIP la fiscal costarricense Eugenia Salazar.

Los Centro de Atención Temporal para Migrantes (Catem) en Costa Rica toman los datos de los viajeros y les dan un permiso de tránsito temporal para atravesar el país. Muchos lo hacen por su cuenta, en transporte público. Aunque las autoridades saben que los Catem son blanco de las redes de tráfico, porque tienen garantía de un flujo grande de potenciales clientes. Incluso, han identificado migrantes que buscan reclutar a otros, ofreciéndoles el viaje “gratis” a cambio.

Varios inmigrantes entrevistados en Estados Unidos, como parte de la investigación contra Abdessalem Martani, declararon que en Costa Rica su principal contacto era una mujer apodada como “Mamá África”. En el país centroamericano, así es como conocían a Ana Yancy López Martínez, una mujer de origen nicaragüense que vive en La Cruz, cerca de la frontera con Nicaragua, desde hace 12 años. Ella fue arrestada por la policía local en julio de 2019, junto a otros 37 sospechosos de conformar la célula local de tráfico de personas, entre ellos un funcionario del Ministerio de Salud de ese país.

Según el expediente judicial, López era la líder el grupo y coordinaba el paso de migrantes con coyotes en otros países, además los ocultaba y les proveía de alojamiento, incluso en su casa. La policía también señaló a su esposo, un inmigrante de Ghana, Adnan Abdul Wahab, conocido como ‘Mohamed’, actualmente preso en Estados Unidos, quien presuntamente participaba en el negocio. Entrevistada por La Voz de Guanacaste, a donde cumple arresto domiciliario, López aseguró que no era traficante de personas y que brindaba ayuda a quien se lo pidiera, sin cobrarles.

Según pudimos constatar, ese nombre de “Mamá Africa” se lo dan a contactos locales que ofrecen alojamiento o prestan las cuentas a los viajeros para que sus familias les envíen el dinero que les exigen coyotes a cada tramo. Es un nombre fácil de recordar para cualquiera. Hay otra “Mamá Africa”, arrestada en Colombia, cerca a la frontera por las mismas razones que López. Otras fuentes aseguraron en Colombia, que estas mujeres humildes empiezan dándoles alojamiento y apoyo a los viajeros, y muy pronto las redes criminales les ven su utilidad y las enredan en sus telarañas.

Un informe de inteligencia del 2016 de la policía hondureña, al cuál CLIP tuvo acceso, presenta otro buen retrato de cómo funcionan las células locales en Centroamérica. Pone al descubierto la estructura de una red de traficantes que operaba en Guatemala, con aliados en Honduras, Costa Rica y Nicaragua. Recibían inmigrantes provenientes, en su mayoría, de Brasil.

El grupo lo lideró el peruano Luis Leonardo Mejía Pasapera, actualmente preso en una cárcel guatemalteca. Mejía fue deportado de Estados Unidos a Perú en 2008, imputado por cargos de narcotráfico, pero terminó apareciendo luego en el municipio de San Marcos, al noroeste de Guatemala, con documentos falsos.

Según las autoridades guatemaltecas, Mejía y otros 11 miembros de la banda ingresaron en sus cuentas un total de 30,244,437 quetzales (equivalentes en 2016, cuando sucedieron los hechos, a unos US$4 millones) provenientes del tráfico de personas durante siete años.

Esta alianza periodística intentó conversar sobre estos hechos con Mejía a través de su abogada, Ana Eugenia Ávila, pero dijo que no podía referirse al tema.

Las conversaciones interceptadas a este grupo guatemalteco revelan que cobraba entre 1 750 y 2 200 dólares a cada persona para llevarlas desde Panamá hasta Tapachula, México. A los inmigrantes les asignaban un número, que estos llevaban anotado en un papel, para identificarlos ante los cómplices en cada país.

A los inmigrantes de la India, dice el informe policial, les cobran más, pues los consideran “de buena paga”. Un traficante hondureño, llamado Manuel Antonio Pérez Sánchez, aseguró en una llamada en 2016 que a los indios “no los lleva nadie por menos de US$10 000”, aunque él pidió US$8 000 por llevarlos desde Choluteca, Honduras hasta Houston, Estados Unidos, según una llamada interceptada por la policía.

La investigación reveló que este grupo había reclutado a funcionarios hondureños de Migración en la estación de Choluteca, quienes simulaban detener a los inmigrantes para transportarlos por su cuenta hasta Tegucigalpa. A cambio, los oficiales pedían 1 500 lempiras por persona (unos 66 dólares del momento).

Un integrante de la banda era un inspector de Migración en Tegucigalpa de apellido Sierra Landa, alias ‘teniente Sierra’. Este cobraba para aprobar salvoconductos que permitían a los inmigrantes salir de Honduras sin problema, según los documentos judiciales que revisó CLIP.

Al teniente Sierra le interesaba, sobre todo, agilizar el trámite para inmigrantes de Nepal, Túnez, Pakistán y Somalia. Según el informe, a Sierra se le conocía con el sobrenombre de “veinte por cabeza”, porque supuestamente cobraba US$20 a cada persona por entregar el salvoconducto en un plazo máximo de seis horas. El funcionario fue despedido del Instituto Nacional de Migración de Honduras en marzo del 2016, mientras las autoridades lo estaban investigando.

Según una llamada interceptada en la investigación, la red presuntamente tenía un cómplice en el albergue de la organización La Casa del Migrante, en Guatemala, a quien pagaban $5 por cada persona que alojaba sin anotarla en sus bitácoras. Así, evitaban dejar rastros en los hoteles de la capital guatemalteca.

CLIP preguntó a Carlos López, administrador de la Casa del Migrante si conocía de esa situación. Él aseguro que nadie de esa organización recibió dinero de los traficantes.

“Hace un par de años varias personas se presentaron preguntando si podían pagar por atender inmigrantes, pero les dijimos que no podíamos entrar en negociaciones de ese tipo, porque nos convertiríamos en apoyo de esas redes. Aquí nadie recibió pagos o sobornos”.

López contó que durante unos meses en esa misma época aceptaron inmigrantes que las autoridades de Migración les enviaban, pero dejaron de hacerlo al sospechar que esos movimientos eran parte de una red de tráfico de personas. “Estábamos siendo utilizados por esas redes, que están enquistadas en las autoridades migratorias. Decidimos decirles que ya no”, explicó.

México, tierra de secuestros

México es la última grada antes de llegar a Estados Unidos, pero no por ello la más expedita. Los crecientes esfuerzos del gobierno mexicano –presionado por Donald Trump – para bloquear su paso, les ha cerrado las puertas a la posibilidad de migrar legalmente, y los empuja cada vez más a buscar caminos clandestinos y caer en manos de criminales violentos.

Esto quedó en evidencia en el relato de inmigrante yemení Mohamed Salah Ali Salah, a quien detuvieron en Estados Unidos el año pasado, tras viajar desde Brasil mediante la red de tráfico liderada por Abdifatah Hussein Ahmed. Salah narró a las autoridades estadounidenses que, en marzo de 2019, al llegar a Reynosa, México, la policía lo arrestó junto a otro grupo de personas, los golpeó y les pidió dinero. Luego los entregó a la mafia local, que les exigió US$2 000 por llevarlos a McAllen, Texas, otros US$3 000 para ir a Houston y US$3 000 más a Canadá.

La Policía Federal brasileña sospecha que los líderes de la red en Brasil sabían del secuestro y la extorsión de Salah, pues en esos mismos días los grabaron conversando sobre la necesidad del pago no planificado antes de que un grupo de migrantes pudiese continuar el viaje de Reynosa a McAllen, y de allí a Houston y luego a Canadá.

“El relato y el modus operandi del secuestro encajan perfectamente con el diálogo (entre los traficantes), no hay otra explicación razonable para el requisito de pagar más dinero en la frontera entre México y Estados Unidos, aparte del pago del rescate por secuestro”, escribieron los investigadores.

“Ya hemos visto en otras investigaciones que los traficantes de personas a veces terminan asociándose con los carteles de la droga en México y eventualmente participan de los secuestros”, explicó el jefe policial Milton Fornazari.

El grupo liderado por Hussein Ahmed tenía un contacto en McAllen, Texas, a quien solo identificaron como “Karim”, un ciudadano argelino. Este acompañaba a los inmigrantes en su viaje hasta Houston. Según declaraciones de los propios traficantes, Karim fue capitán en el ejercito de Argelia entre 1991 y 2005.

En México operan tanto coyotes locales como extranjeros. En relatos de inmigrantes y documentos policiales aparecen los nombres de traficantes de India, Nepal, Siria, Pakistán y Líbano, entre otras nacionalidades, domiciliados en suelo mexicano.

Tapachula, cerca de la frontera con Guatemala, es considerado el centro de operaciones de los traficantes locales. Manejan una red de hoteles y contactos con funcionarios del Instituto Nacional de Migración (INM) mexicano, que cobraban por emitir salvoconductos para cruzar el país, una vía legal que el gobierno eliminó en julio del 2019, lo que hizo aún más difícil el tránsito de los migrantes. Muchos quedaron varados en el sur de México, lo que generó tensiones y enfrentamientos con la policía local.

En Tapachula, además, pueden obtenerse tarjetas de residente falsificadas por 500 dólares. Un equipo de Animal Político, que participó en esta investigación, pudo ver uno de estos documentos que fue adquirido por un ciudadano cubano, con quien se entrevistó en un hotel local. Su baja calidad hizo que no le sirviese para atravesar los retenes instalados en el exterior del municipio.

Tonatiuh Guillén, excomisionado del INM, contó que otra forma de ingresar a México es por medio de solicitudes de trabajo realizadas desde los países de origen y que cuentan con el apoyo de empresas fantasma y oficiales públicos coludidos en México.

Guillén reconoció la existencia de funcionarios ligados a redes de corrupción. Aseguró que durante los siete meses que duró su mandato, entre diciembre de 2018 y junio de 2019, fueron despedidos de sus puestos cerca de 500 oficiales del INM.

Josep Pele, un periodista migrante de la República Democrática del Congo, quien colaboró con esta alianza con reportajes en Tapachula, llegó a México en julio de 2019. Él aseguró haber tenido que pagar 100 dólares por cada miembro de su familia para poder quedarse en la estación migratoria Siglo XXI, en Tapachula.

En ese país, algunos coyotes terminan incumpliendo su trato de llevar a los migrantes hasta donde les han prometido, tal como le pasó a Harpreet Singh, cuyo nombre hemos cambiado para proteger su identidad. Es un joven de 23 años oriundo de Behrampur, en el estado de Punyab, al norte de la India. El año pasado pagó cerca de US$30 000 para viajar a Estados Unidos a través de Brasil. Su destino era Nueva York, según contó a un reportero de The Confluence Media, India, colaborador en esta investigación.

Poco después de llegar a México la policía lo detuvo y lo llevó a Tapachula, a donde le prohibió abandonar la ciudad. Allí estuvo durante mes y medio hasta que se cansó de esperar la ayuda del coyote al que había pagado inicialmente, un hombre de ciudadanía india, conocido como “Max”, quien además administraba el hostal Hakeemi, donde Singh se hospedó, cerca del parque central de Tapachula.

Singh decidió buscar a otro coyote, un pakistaní apodado “Ali”, a quien pagó algo más de 2 000 dólares para que lo llevase al norte de México. “Nos enviaron en carro. Nos hicieron cambiar de vehículo como 50 veces”, dijo.

En Veracruz su grupo fue interceptado por las autoridades. Lo llevaron a la Estación Migratoria de Acayucán, donde estuvo mes y medio, hasta que lo deportaron junto a 310 inmigrantes de la India, en octubre de 2019, en una acción inédita del gobierno mexicano que muestra la creciente presión del gobierno estadounidense para que impida el paso de los migrantes a su territorio.

Pisar suelo estadounidense tampoco ofrece garantías, no solo por la probabilidad de ser detenido por la patrulla fronteriza, sino por el peligro físico que corren las personas cuando los coyotes los abandonan en el desierto.

En junio de 2019, una niña de seis años originaria de la India, Gurupreet Kaur, murió por un golpe de calor en el desierto de Arizona después de haber cruzado la frontera. La niña viajaba con su mamá y otras tres personas. Los coyotes los obligaron a bajar del carro en una zona remota al oeste de Lukeville un miércoles en pleno verano, cuando la temperatura superó los 42°C.

Gurupreet, originaria de la villa de Hasanpur, al norte de la India, intentaba reunirse con su padre, quien vivía desde hace algunos años en Nueva York, donde tenía pendiente una petición de asilo para él y su familia. En cambio, murió sin su familia, en el desierto de Sonora, mientras su mamá intentaba encontrar agua.

Así es como miles de inmigrantes, entre ellos niñas como Gurupreet, son exprimidos por los traficantes de personas en América Latina. La falta de coordinación intergubernamental y los constantes cambios de la legislación en distintos países, según la ideología y los gobernantes de turno, y la decisión del actual gobierno estadounidense de cerrar las oportunidades de migración legal a ese país, y obligar a varios países centroamericanos a “frenarle” a los migrantes, fuerzan a más personas a buscar caminos clandestinos de la mano de traficantes y coyotes, cuyos negocios en América Latina han venido prosperando al mismo ritmo que crece la migración transcontinental.

Perseguidos, los inmigrantes no tienen otra opción que pagar miles de dólares para aventurarse en un peligroso y largo viaje clandestino que puede costarles la vida.

“Están pasando por nuestros ojos familias enteras. Cada país tiene leyes que en lugar de favorecer el tránsito de los migrantes, lo entorpecen y ocasiona muertes”, dijo el sacerdote Aurelio Moncada Cardona, cura de la parroquia de Nuestra Señora del Carmen, en Capurganá, Colombia, un pueblo pegado a la selva del Darién por donde los migrantes pasan clandestinamente a Panamá.

A esto se le suma la corrupción en algunas instituciones y el poder de las mafias del narcotráfico en países como Colombia y México, que aprovechan el flujo migratorio para mover drogas, secuestrar y explotar a las personas. Además, la economía de algunos pueblos fronterizos termina girando en torno a los migrantes, que pagan por servicios, transporte, alojamiento y comida.

“La migración es un negocio del que comen muchos, tanto autoridades como grupos armados ilegales y la misma comunidad. En Capurganá hay barrios que se han construido con plata que han pagado los migrantes en ese tránsito”, dijo Leonardo Altamiranda, de la Defensoría del Pueblo en el Darién.

Los expedientes policiales dejan ver la facilidad con la que fluye el dinero proveniente de este negocio a través de canales legítimos como bancos, agencias de viaje y empresas de remesas. Ni siquiera las autoridades pueden contabilizar las ganancias que obtienen las células de trafico. Esto contrasta con las crecientes restricciones para los inmigrantes. Casi podría decirse que es más fácil para un delincuente hacerse rico que para un migrante honesto conseguir una segunda oportunidad en otro país.

“Lo que más nos sorprende fue la avaricia, la irresponsabilidad de estos traficantes, a quienes realmente les importa poco la vida de las personas. Escuchamos llamadas telefónicas de los miembros de la organización criminal, burlándose de las personas que murieron en el camino”, dijo el inspector Fornazari.

Y pese a las barreras y la explotación, cada vez más personas siguen viajando. Los conflictos en sus países, la pobreza y la violencia no cesan.

Tampoco cesa la globalización de la comunicación. Herramientas de comunicación como WhatsApp, Messenger o Skype les facilita a los coyotes coordinar los viajes y brinda a los inmigrantes una línea de contacto instantáneo entre ellos, para advertir a quienes vienen detrás de los peligros que encontrarán en ese pavoroso viaje. Ya no dependen de papel y lápiz para escribir cartas que quizás nadie encuentre, como la que Faiz Ahmed Jewel, un inmigrante bangladesí, le dejó a su hermano hace cinco años en el muro de una vieja escuela en Puente América, un pueblo fronterizo colombiano en la entrada al Tapón del Darién, y que encontró el periodista de Semana tiempo después.

“Cuando tomé esta decisión no sabía que era un viaje riesgoso. No le creas a los coyotes, son tramposos y mentirosos. No te explican la verdadera historia de este viaje. Si supieras la verdad, nunca decidirías ir a Estados Unidos, nunca, nunca”.

*Migrantes de Otro Mundo es una investigación conjunta transfronteriza realizada por el Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP), Occrp, Animal Político (México) y los medios regionales mexicanos Chiapas Paralelo y Voz Alterna de la Red Periodistas de a Pie; Univision Noticias (Estados Unidos), Revista Factum (El Salvador); La Voz de Guanacaste (Costa Rica); Profissão Réporter de TV Globo (Brasil); La Prensa (Panamá); Semana (Colombia); El Universo (Ecuador); Efecto Cocuyo (Venezuela); y Anfibia/Cosecha Roja (Argentina), Bellingcat (Reino Unido), The Confluence Media (India), Record Nepal (Nepal), The Museba Project (Camerún). Nos dieron apoyo especial para este proyecto: La Fundación Avina y la Seattle International Foundation.

Nota explicativa:
Este cálculo surge de la siguiente lógica: los datos oficiales de este grupos de migrantes africanos y asiáticos, que son de las doce nacionalidades que más frecuentemente se registraron por la región en 2019, nos dicen que por lo menos en dos países,  México y Costa Rica, son similares y oscilaron alrededor de los 13 mil. No tenemos forma de saber si son los mismos, por la diversidad de rutas y entradas que tienen estos migrantes transcontinentales que pasan por América Latina rumbo al norte. En México capturaron en total a 13,760 personas en 2019, de todas las nacionalidades asiáticas y afriacanas. (Informe oficial obtenido por Animal Político). Y para septiembre de 2019, las autoridades de Estados Unidos habían capturado ya a casi 14,875 personas provenientes de Asia y Africa.  Además hubo 12,776 nacionales (último dato disponible de 2018) de esos dos contientes que solicitaron y les dieron “asilo afirmativo”. Descontando los chinos que fueron 3,400 y otros de nacionalidades que casi no fueron detectadas pasando por América Latina,  se puede tener una idea de que al menos unas 24 mil personas de nacionalidades asiáticas y africanas intentaron entrar o entraron a Estados Unidos. Eso es dos veces los que en promedio pasan oficialmente por México de las 12 nacionalidades más frecuentes.  Hemos tomado esos dos números el mínimo de 13 mil que son los reportados en al menos dos países, y el máximo de 24 mil que suman los que entraron o intentaron entrar a Estados Unidos.  La proporción en promedio es de 40% africanos y 60% asiáticos (en América Latina los estados registran en promedio mitad africanos, mitad asiáticos, pero en Estados Unidos, es mayor la proporción de asiáticos 80% a 20% de africanos).No todos pagan a traficantes, pero los que lo hacen, entre los que entrevistamos y los que dan cuentas las investigaciones policiales. los asiáticos pagaron en promedio 20,000 dólares por el viaje y los africanos, 4,000. Esto arrojaría una cifra de ingresos para los traficantes entre los 176 y 326 millones de dólares por año. Subrayamos que estos números solo son ilustrativos de cuánto podría valer el negocio visible, pues no tiene en cuenta, como lo muestra esta extensiva investigación, los miles que entran con pasaportes y visas falsas de otros países, los que entran por las islas del Caribe de origen inglés o a Surinam, los que viajan por Cuba opor Venezuela, cuyas cifras desconocemos, y los que viajan totalmente clandestinos e incluso entran a Estados Unidos sin ser detectados.

A Cruel Business

By Ronny Rojas, with reporting from Estevan Muniz, Suchit Chávez, José Guarnizo, Juan Antonio Gómez, Alberto Pradilla, Deepak Adhikari, Ushinor Majumdar, Manno Wangnao, Sebastian Ortega, Noelia Esquivel Solano, Mary Trini Zea, Paul Mena and Giancarlo Fiorella

Darien-Felipe
Selva del Darién where migrants clandestinely pass from Colombia to Panama. Photography: Felipe Reyes / WEEK

On Tuesday, May 10 2016, Brazilian Federal Police intercepted a parcel sent from a DHL office in São Paulo to Johannesburg, South Africa. On opening the package, they found five sheets of passports with false visas under the names of two Kenyans, two Somalis and one Eritrean citizen, apparently stamped by Brazilian consulates in Mozambique, Ethiopia, Zimbabwe, Saudi Arabia and South Africa as well.

Abdifatah Hussein Ahmed, a South African citizen residing in Brazil, was the one who sent the forged documents. He had already sent two similar parcels in late 2015, one to a man in Angola and the other to someone in Johannesburg, as was later discovered by the police, who had him under investigation for leading a human trafficking cell.

Investigators followed Hussein Ahmed’s trail until they discovered he had two partners in the trafficking business: Abdessalem Martani, of Algeria, and Mohsen Khademi Manesh of Iranian origin. Between the three of them, they provided Africans from various countries with fraudulent visas that allowed them to enter Brazil, Bolivia or Venezuela without being arrested. With one foot in the continent, migrants then set out on their 5,000-mile-long journeys to the United Stated or Canada, sometimes longer depending on the starting point, where they started out.

According to the police, Hussein Ahmed and his network transported Abdi Yussuf Wardere, Kenyan, and Mohamed Ibrahim Qoordheer, Somali, two alleged members of the armed Islamic organization al-Shabaab, which commits acts of terror in Somalia and Kenya.
Suspicions that he had helped a terrorist enter the United States, in addition to the trail of evidence he left behind, finally brought down Hussein Ahmed in August 2019, when he was arrested by the Brazilian Federal Police for the crime of human trafficking, after a coordinated investigation with the U.S. Immigration Service (USCIS).

Details of these and other operations came to light thanks to a nine-month cross-border journalistic investigation conducted by the Latin American Center for Investigative Journalism (CLIP), in partnership with the European journalistic organization Occrp, and 18 allied media from Brazil, Argentina, Venezuela, Ecuador, Colombia, Panama, Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, Mexico, the United States, Great Britain, India, Cameroon and Nepal.*

This report, specifically, included the review of numerous judicial files, intelligence reports and interviews with international, national and local authorities, as well as with academics and experts, local coyotes and international traffickers, and with dozens of migrants in the Americas, Africa and Asia.

The collaboration found that between 13,000 and 24,000 people from Asian and African countries cross Latin America annually, to enter the United States or Canada, and produce an income for traffickers that may vary from $212 million to $326 million per year. This estimate, more illustrative than accurate, is based on official migration statistics collected in ten countries, along with documents and interviews obtained by this journalistic alliance. This being a clandestine business, and considering the fact that thousands of people pass without leaving traces or records in any country, these figures are likely to fall short.

The journalistic alliance also found that people smugglers operate through complex networks of front men, small businesses, hotels and money transfer agencies around the world. They also rely on lawyers, suppliers of false documents at embassies and consulates, and corrupt immigration and police officers at airports, borders and customs, dealings which can go for years before being detected.

Brazil, a Traffic Hub

The case of Hussein Ahmed reveals Brazil to be a hub for various criminal networks that coordinate small cells throughout the Americas. They profit economically from the global forces that push Asian and African migrants out of their countries: war, political persecution or economic crisis. It is a cruel business. These merchants of human beings suck every penny from the savings of migrants and their families, promising to open the doors of the “American dream”. They pass them along as if they were merchandise - men, women and children - from one country to another, by plane, boat, bus and often weeks on foot; they cross them through dangerous territory, without the necessary equipment or preparation.

In recent years, gangs of traffickers have seen their business grow as new routes to the Americas emerge, especially from nations such as Nepal, India and Bangladesh. Divergent policies in different Latin American countries, with some governments instituting more open migration, such as Brazil, Argentina and Ecuador, and others increasingly cracking down on the legal entry of migrants, such as Mexico and sometimes Colombia, have created the perfect breeding ground for smuggling networks to expand their business.

Learning rapidly to exploit open policies wherever they exist, they set foot in the Americas. From there, they organize clandestine passage through borders with tighter restrictions, and in this way increase their profits. Brazil is the country that receives the most transcontinental migrants in the Americas. Brazil’s National Committee for Refugees (Conare) has had 47,124 active refugee claims from Asia and Africa since 2013. Senegal, Angola and Bangladesh are the nationalities with the most active requests. Often, migrants grow tired of waiting for the outcome of their asylum application in Brazil and decide to carry on. During a raid of Mohsen Khademi Manesh’s house, for example, Brazilian police found the asylum applications of two Pakistani women who were later detained without documents in the United States, in July 2019.
Sao Paulo in particular is where the vast majority of human trafficking operations across the continent are coordinated.
“Yes, it’s legitimate to say that [traffickers in Brazil] are the big controllers of the route, because they are the ones who charge the immigrants, they are the ones who get paid and eventually send money to the other partners in Central America,” says Milton Fornazari Jr., director of intelligence of the Federal Police in São Paulo, the unit that investigates immigrant smuggling and human trafficking.

“It is the smugglers here in São Paulo who decide when they will pay their associates,” he said.

According to Nepalese authorities consulted by the alliance, the main routes from Nepal to Brazil were discovered by locals who traveled to Latin America nearly two decades ago.

A Kathmandu police chief, who asked us to conceal his name for security reasons, recalled that a trafficker nicknamed “LB”, originally from the Rukum district in western Nepal, was one of the precursors of the routes through Brazil.

“About 15 or 18 years ago, this man helped four or five people from his village to get visas for Mexico. He traveled with them and helped them cross into the United States. The trip showed him how the traffic worked. He understood that, if he could land in a Latin American country like Brazil, groups organized by Bengalis and Pakistanis could take care of the smuggling,” the officer explained.

Apparently, that idea bore fruit. The number of undocumented Nepalese citizens arrested by U.S. authorities at its borders increased between 2007 and 2018, according to the U.S. Border Patrol, going from five arrests to 719.

Business Profits

The police investigation of another case in Brazil shed light on the extent of the profits made from human trafficking, and the methods traffickers use for moving money and documents smoothly across borders.

Saifullah Al Mamun, a Bangladeshi citizen who has lived in São Paulo for six years, is a major human trafficker, one of the biggest in the world, according to Brazilian authorities. He was arrested with other partners on October 31, accused of operating an “extensive money laundering network” through a system of front men and legal entities. He even used the identities of the migrants he mobilized to forge documents, open bank accounts and evade police surveillance.

“Their criminal activity began and developed here in São Paulo (...) the main city where these smugglers carry out their criminal activities,” said police delegate Fornazari.

Al Mamun charged US$11,000 for bringing immigrants from Bangladesh to the United States. He also charged about US$6,000 just for bringing them to Brazilian soil, with a foreigner resident card and other false documentation included.

According to court documents, Al Mamun received payments through front men, in fractionated amounts, to bank accounts under the names of other immigrants and through transfers from banks in Brazilian border cities, especially Marechal Cândido Rondon, Cruzeiro do Oeste and Cianorte in the state of Paraná, near Paraguay. Also through third parties, the Bangladeshi distributed the money to other trafficking cells in different countries.

One document, to which CLIP had access, details 222 money transfers from Saifullah Al Mamun to people in Colombia, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, Honduras, Mexico, Panama and Peru. During a phone call intercepted by police in May 2018, Al Mamun revealed, without knowing it, that he was leading a team of twelve people.

Brazilian authorities blocked 42 bank accounts belonging to this group of traffickers, “but we still haven’t been able to identify all the assets, given the extreme professionalism of the money-laundering cell,” Fornazari said.

They offered their services mainly to citizens from Afghanistan, Nepal, Bangladesh, India and Pakistan. They collaborated with a Brazilian lawyer - also arrested in October - for processing fraudulent refugee applications, often in the name of immigrants who were not in Brazil.

“This group is extremely well articulated here. It made contact with immigrants through diverse technological tools, via WhatsApp, an application called IMO or via Skype,” explained Fornazari.

Among the documents used by Al Mamun to bring immigrants into the Americas were Bolivian passports and visas, and false Ecuadorian stamps on authentic passports. For this purpose, Al Mamun recruited a secretary from the Ecuadoran consulate in São Paulo, with whom he met in early 2019, according to police records. Despite being under police investigation in Brazil, the official was still on the payroll of Ecuador’s Ministry of Foreign Relations last December.

Journalists from this alliance sent several questions to the Ecuadoran Foreign Ministry and its spokesperson regarding the secretary’s activities, but despite our insistence the entity did not respond.

Al Mamun also obtained false Brazilian foreign resident cards and used them to get Venezuelan visas, which he then mailed to South Asia. There, other traffickers would stick them on the passports of immigrants who would travel to Venezuela and then cross over to Brazil, passing through the city of Boa Vista, in the state of Roraima. Once there, they would cross to Peru to continue to the United States. They also recycled the fraudulent documents. In some cases, the police were able to verify that, once the immigrants entered Brazil, traffickers removed the Brazilian visas from their passports and mail them to Africa, where they would be placed on new passports to bring in new people. The Al Mamun gang also provided false seaman’s books so that immigrants could enter without the need for a Brazilian visa.
Among the people who traveled to Brazil with a seaman’s book was Nabin Gurung, a Nepali from Kushma, a small town in the west of the country. Gurung, 37, crossed the American continent for almost three months in 2018. He arrived in the United States only to be arrested and sent back to Nepal. Back in Kushma, Gurung told a journalist from this project that he paid US$44,000 to various trafficking groups, money he borrowed and still owes. First he traveled to New Delhi, India, to a hotel in the tourist district of Paharganj, and then to Ethiopia, where Nepalese can enter without a visa. From Addis Ababa he flew with three other compatriots to São Paulo, where they were met by a Brazilian man.

International police experts consulted by CLIP, who spoke off the record, confirmed that, in fact, one of the main routes used by immigrants to enter Brazil is the Ethiopian Airways flight, which connects daily the Ethiopian capital Addis Ababa with São Paulo.
Another Bangladeshi migrant interviewed by this team in January 2020, on Colombia’s border with Panama, said his brother had paid about US$18,000 to be taken to the United States. He said he left his country for New Delhi, and then from Addis Ababa left on “a very long flight” and landed at the airport of “a big city”, the name of which he ignored. They took him off the plane and put him directly on another one, without entering the airport, and he was flown to Ecuador.
Nabin Gurung said that in Brazil the traffic network was led by Bangladeshis, although his “agent” in that country turned out to be from Nepal. “I had to spend about $500 in Brazil, during the five days I was there. The contacts, whether Nepalese or Brazilian, were determined to extort us,” he said. A large number of the migrants moved by the Al Mamun network flew to São Paulo and then to Rio Branco, in the northern border state of Acre, a flight that takes about four hours. Other migrants, however, traveled by land for several days, as Gurung did. At Acre, taxi drivers hired to take the migrants to the border with Peru and provided with the names and pictures of the travelers, awaited them.

In São Paulo, Al Mamun operated the travel agency BD Tour Ltda, which provided migrants with plane tickets to travel to Rio Branco or to other countries. Al Mamun also moved money by way of a currency exchange contract in his company’s name with the financial institution OM Distribuidora de Títulos e Valores, which facilitated the wiring of money to other partners along the illegal route to the United States.
The financial firm terminated the contract when it discovered that Al Mamun was using the name of a third party to exchange the currency, according to a police document. U.S. authorities, working with the Brazilian Federal Police, opened a case against Al Mamun and other suspected traffickers. The case is being heard in the Federal Court of Texas’ Southern District.

One of the defendants is Moktar Hossain, alias Ricky or Carlos, a Bangladeshi national who is believed to be the network’s contact in Monterrey, Mexico. He provided hotel rooms to migrants and paid for drivers to take them to the Rio Grande, where they crossed into the United States. In August 2019, Hossain, who had been arrested in Houston, pleaded guiltyto the crime of human trafficking.

Ali Ibrahim, a Somali immigrant detained in Texas in May 2018 by the U.S. Immigration and Customs Enforcement (ICE), said he paid about US$10,000 during his trip to the country, including US$4,500 to a person in Ethiopia for the purchase of a false Somali passport with a Brazilian visa, which he used to travel to Guarulhos airport in São Paulo. Ibrahim said Abdifatah Hussein Ahmed, the South African trafficker living in Brazil mentioned at the beginning of this story, welcomed him in his home and held onto his passport for seven days. He also said Hussein Ahmed was the one who put him in contact with the person that welcomed him in Peru.

Brazilian authorities had access to the account statements of Hussein Ahmed and his partner Abdessalem Martani at the MoneyGram remittance company. They found money transfers to the border city of Reynosa, Mexico, Apartadó in Colombia, near the Panama border, and Panama City, as well as parcels sent to Liberia and Santa Cruz, Costa Rican cities on the border with Nicaragua.

CLIP and its allies made an approximated calculation of the figures that move the business that provides at least a general idea of its magnitude. It was based on official statistics gathered by the partners of Migrants from Another World in several countries and the multiple sources consulted. We estimated that trafficking could be producing income in a range between $212 million and $326 million per year. If these figures are too low, it is because they do not include additional payments to coyotes and other local guides. This is often the case, for example, in Colombia and Panama. Nor do they take into account payments to governments, as is required in Nicaragua in order to obtain permits.

Moreover, the constant flow of extra-continental migrants through Latin America leaves additional profits for hotels, transporters, swindlers, traders, robbers and corrupt officials that are impossible to calculate.

Open Doors

Former President Rafael Correa introduced an open-door policy in 2008 which did not require visas for travelers of almost any nationality. However, because his neighbors did not implement similar policies, human trafficking businesses were able not only to continue charging migrants to take them to the United States, but also to use Ecuador as an easy port of arrival.

In view of the abuse of its generosity, Ecuador gradually closed down. It first restricted 12 nationalities in 2010, and from August 2019 extended it to 12 more, including India, Cameroon, Angola, Gambia, Ghana and Guinea. Citizens of these nationalities are among the ones that take the Latin American route to the United States or Canada more frequently, as Migrants from Another World was able to ascertain.

Between August 2014 and August 2019, Ecuador’s attorney general’s office received 746 reports of migrant trafficking. In September last year, Ecuadorian police dismantled a trafficking cell comprised of four Yemenis and two Ecuadorians operating in Quito and the canton of Lago Agrio on the border with Colombia.

The Yemenis coordinated the traveling, while their local partners obtained fraudulent work visas, residence permits and Ecuadorian identity cards, as well as false work certificates or academic documents. Police confiscated passports from Sri Lanka, Sudan and India among others in their possession.

Sources from international intelligence agencies consulted by CLIP explained that Latin American countries don’t usually report the participation of people with power or access to high political office in these criminal gangs.

One exception could be Colombia. In 2018, authorities arrested former Senator Felix Salcedo Baldión in Bogotá, accused of using front companies as well as his own name to issue invitation letters and references to different consulates so that migrants from India, whom he falsely identified as businessmen, could get visas.

Along with Salcedo, Colombian police investigated six other people including Eliana Serrada Bautista, former Colombian consul in the Dominican Republic, singer Pavón Lineros and Ecuadorian citizen Huamán Miranda, considered the leader of the group and who had contact with other traffickers in Peru and Honduras.

One of the calls intercepted between Salcedo and Huamán Miranda shows that the former senator suspected that the police were on his tail: “I have to tell you something personally, I can’t send any more letters, they passed me a tip from a friend I have there in the ministry, I helped him get there. I don’t know what happened but my name is squeaking around there, I don’t want to have any problems. If it’s verbal I’ll do it, whatever I have to leave in that kind of documents I cannot leave, that is evidence against me,” Salcedo said to Huamán.
During the investigation, police were able to document with audio recordings a total of 73 money transfers that Salcedo, who was a legislator for the department of Norte de Santander thirty years ago, sent and received for a value of 12,087,540 Colombian pesos (about US$4,000 in 2018), for paying documents and visas. The amount is insignificant, but the crime he was accused of is not: using political influence in the Ministry of Foreign Affairs, in its migration offices and in the Colombian consulate in the Dominican Republic, where several visas were issued to Indian citizens. This journalistic alliance tried to communicate with Salcedo so that he could give his version of the events, but it was not possible to locate him nor he answered the messages that were sent to him by Facebook.

In 2019, the 21st Circuit Criminal Court sentenced Salcedo and an accomplice to 62 months in prison for the crimes of migrant trafficking, conspiracy to commit a crime and forgery of a private document. Baldión is under house arrest while an appeal by his lawyer is being processed so that he can serve his full sentence from his home, according to Colombia’s Attorney General’s Office.
The trafficking of migrants in Colombia, immigration officials said, stopped being such a good business since they re-legalized the entry of those passing through on their way north. The decision was made in 2019, following a shipwreck that killed 21 people, including 10 children, in the Gulf of Urabá near the Panamanian border. The new normative invites migrants to report to Immigration offices, where their their data, fingerprints and iris will be registered. The information is checked against Interpol databases, and if they do not have a criminal record, they are given safe passage to leave the country in five days.

Nine out of every ten immigrants who enter Colombia do so by land, mainly through the city of Ipiales, on the border with Ecuador. When Colombian authorities tighten controls in the area, immigrants are forced to seek more complex routes through Brazil to Venezuela, as Wilson Patiño, director of Immigration in Medellín, told CLIP.

As several migrants informed Semana and CLIP, there are buses specialized in providing transportation for migrants through routes of their own that may go on for 700 miles without stopping except for short breaks in 30 hour drive from the border with Ecuador to Medellín, or directly to Necoclí, in the Gulf of Urabá, very close to the border with Panama. The following stretch to Panama, as Samuel Eyong Beyong put it - a Cameroonian we interviewed in Choluteca, Honduras last February -, is “complete death.”

“I was robbed,” said Beyong, who travelled with his pregnant wife and two small children. “They took $1,200 from me. They are a mafia of thieves. They stripped everyone naked to find the money. We were lucky in that jungle because they only took the money. In some other groups they raped the girls and even shot someone”.

This alliance has established that at least 110 migrants of various nationalities have died on the border between Colombia and Panama, where there is no road, forcing them to cross the jungle by foot or to take immense risks on fragile boats. Among those killed in the Darien were the three children of Mifi Mulasa, from the Democratic Republic of Congo, in January 2019. In the middle of the night, traffickers put her and her family on a boat driven by drunken pilots, with no life jackets. The boat’s hull broke and Mrs. Mulasa lost her husband, Vita Mbengo, and her children Desimi, 7, Exauce, 5, and Emanuel, 2. The only survivor was Sonjisa Mbengo La Joie, a girl whose mother used to call Alegría.

“The groups dedicated to assaulting people are either more careful now or have reduced this illegal activity,” said Leonardo Altamiranda, an officer of the Ombudsman’s Office in the Colombian Darién area to one of the members of this alliance. “This year, the Autodefensas Gaitanistas clan distributed a pamphlet in Capurganá (another town on the Gulf of Urabá were migrants stop), warning that anyone who attempts to attack migrants, steals from them or rapes their women, will be killed”.

In Capurganá, the last town on the Gulf of Urabá from where migrants depart on foot to cross the Darien jungle into Panama, several sources told Semana and CLIP that the Autofensas Gaitanistas clan gave a community association the responsibility of taking the people to Panama, and authorized them to charge them 70 dollars per head. If there are complaints, however, these guides pay with their lives.

Central America: Well-Organized Groups

Corruption, especially in the middle management of police agencies and border guards, allows these groups to mobilize migrants across borders and customs. In Costa Rica, in late 2018, the police broke up a gang of traffickers, including five immigration officials and one law enforcement officer. Last year, Costa Rican authorities arrested 38 people involved in a trafficking ring. It was a joint operation with Panamanian police, where they arrested 10 more people. By mid-2019, several public servants were still being investigated for their possible involvement in the business, as Costa Rican prosecutor Eugenia Salazar told CLIP.

In Costa Rica, the Centro de Atención Temporal para Migrantes (Catem), takes data from travelers and gives them a temporary transit permit to cross the country. Many do this on their own, using public transportation. However, authorities know that the Catem are targeted by the traffic networks, because they guarantee a large flow of potential customers. They have even offered “free” rides to migrants in exchange for recruiting others.

Several migrants interviewed in the United States as part of the investigation against Abdessalem Martani, stated that in Costa Rica their main contact was a woman nicknamed “Mama Africa”. This is how they knew Ana Yancy López Martínez, a woman of Nicaraguan origin who has lived in La Cruz, Costa Rica, near the Nicaraguan border, for 12 years. She was arrested by local police in June 2019, along with 37 other suspected members of the local human trafficking cell, including an official from the country’s health ministry.

We found that “Mama Africa” is a name generally given to local contacts that offer accommodation to travelers or lend their bank accounts so that their families can send them the money required by coyotes for each leg of trip. It’s an easy name for anyone to remember. Another “Mama Africa,” was arrested for the same reasons as López in Colombia, near the border. Other sources in Colombia said that these are poor women that sart out by providing accommodation and support to travelers, and soon end up entangled in the webs of criminals, who see their usefulness.

A 2016 report by Honduran police intelligence to which CLIP had access, provides another good insight into how local cells function in Central America. It exposes the structure of a trafficking network operating in Guatemala, with allies in Honduras, Costa Rica and Nicaragua. They received immigrants mostly from Brazil.

The group was led by Peruvian Luis Leonardo Mejía Pasapera, currently imprisoned in Guatemala. Mejía and 11 other gang members deposited in their accounts a total of 30,244,437 quetzals (equivalent to about US$4 million in 2016) that came from trafficking migrants during seven years, officials said.

CLIP tried to talk to Pasapera about these events through his lawyer, but he said he could not discuss the matter.

The conversations intercepted from this Guatemalan group reveal that he charged between US$1,750 and US$2,200 per person to take them from Panama to Tapachula, Mexico. Migrants were assigned a number which was written down on a piece of paper so that accomplices in each country could identify them.

Migrants from India, the police report says, are charged more, as they are considered “to pay well”. A Honduran trafficker named Manuel Antonio Pérez Sánchez said in a call in 2016 that Indians “are not taken by anyone for less than US$10,000”.

The investigation revealed that this group had recruited Honduran immigration officials at the Choluteca station who pretended to detain the immigrants and then transported them on their own to Tegucigalpa. In exchange, the officials asked for 1,500 lempiras per person (about $66 at the time).

One member of the gang was an immigration inspector in Tegucigalpa named Sierra Landa, aka Lieutenant Sierra. He was paid to approve safe-passage permits that allowed immigrants to leave Honduras without problems, according to the judicial documents reviewed by CLIP.
Lieutenant Sierra was particularly interested in expediting the processing of migrants from Nepal, Tunisia, Pakistan and Somalia. According to the report, Sierra was known by the nickname “twenty per head” because he allegedly charged each person US$20 to deliver the permit within six hours. The official was dismissed from the Honduran National Institute of Migration in March 2016, while authorities were investigating him.

According to an intercepted call made during the investigation, the network allegedly had an accomplice at the hostel of the organization La Casa del Migrante in Guatemala, to whom they paid $5 for each person they housed without recording them in their logs. In this way they avoided leaving traces in the hotels of the Guatemalan capital.

We asked Carlos López, administrator of La Casa del Migrante, if he knew of this situation. He assured that no one from that organization received money from the traffickers.

"A couple of years ago, several people showed up asking if they could pay us to take care of immigrants, but we told them that we could not enter into negotiations of that kind, because we would become supporters of those networks. Nobody here was paid or bribed.

Lopez said that for a few months they accepted immigrants sent to them by immigration authorities, but stopped doing so because they suspected that these movements were part of a human trafficking network. "We were being used by those networks, which are entrenched in the immigration authorities. We decided to tell them we could not do it anymore" he said.

Mexico, Land of Kidnapping

Mexico is the last stop before reaching the United States, but it is surely not the easiest. The growing efforts of the Mexican government to block their passage – encouraged by Donal Trump -, has closed the doors to the possibility of migrating legally, and growingly pushes migrants to seek clandestine paths and thus fall into the hands of violent criminals.

This was evident in the story of Yemeni immigrant Mohamed Salah Ali Salah, who was arrested in the United States last year after traveling from Brazil with a trafficking network led by Abdifatah Hussein Ahmed. Salah told U.S. authorities that, in March 2019, when he arrived in Reynosa, Mexico, he was arrested along with another group of people, beaten by police and asked for money. Then they were turned over to the local mafia, which demanded US$2,000 to take them to McAllen, Texas, another US$3,000 to go to Houston and US$3,000 more to Canada.

Brazilian Federal Police suspect that the network’s leaders in Brazil knew about Salah’s kidnapping and extortion practices, as these were recorded around that same time discussing the need for unplanned payments before a group of migrants could continue their journey from Reynosa to McAllen, and from there on to Houston and Canada.

“The testimonies and modus operandi of the kidnapping fit perfectly with the dialogue (between the traffickers), there is no reasonable explanation for requiring more money at the U.S.-Mexico border, other than the payment of a ransom,” the investigators wrote.

“We have already seen in other investigations that human traffickers sometimes end up associating with drug cartels in Mexico, and eventually participate in kidnappings,” explained Police Chief Milton Fornazari.

The group led by Hussein Ahmed had a contact in McAllen, Texas, who was identified only as “Karim,” an Algerian citizen. He accompanied the immigrants on their journey to Houston. According to the traffickers’ own statements, Karim had been a captain in the Algerian army between 1991 and 2005.

Both local and foreign coyotes operate in Mexico. Immigrant stories and police documents contain the names of traffickers from India, Nepal, Syria, Pakistan and Lebanon, among other nationalities, that reside on Mexican soil.

Tapachula, near the border with Guatemala, is considered the center of operations for local traffickers. There, counterfeit resident cards can be obtained for $500. One of the teams that participated in this investigation was able to see one of such documents, acquired by a Cuban citizen who was interviewed at a local hotel. Its low quality made it unsuitable for passing through the checkpoints installed outside the municipality.

Tonatiuh Guillén, former INM commissioner, said that another way to enter Mexico is by requesting work permits from the countries of origin. These are supported by ghost companies in collusion with public officials in Mexico.
Guillén acknowledged the existence of officials linked to corruption networks. He said that during the seven months of his mandate, between December 2018 and June 2019, nearly 500 INM officials were dismissed from their posts.
Josep Pele, a migrant journalist from the Democratic Republic of Congo who collaborated with this alliance with reports in Tapachula, arrived in Mexico in July 2019. He said he had to pay $100 for each member of his family to stay at Siglo XXI migrant station in Tapachula.
In this country, coyotes often go back on their word and don’t take migrants as far as they promised, as happened to Harpreet Singh, whose name we have changed to protect his identity. He is a 23-year-old man from Behrampur in northern India’s state of Punjab. Last year, he paid about US$30,000 to travel to the United States through Brazil. His destination was New York, he told a reporter in India who is collaborating with this investigation.

Shortly after arriving in Mexico, police arrested him and took him to Tapachula, where he was forbidden to leave the city. He stayed there for a month and a half until he got tired of waiting for help from the coyote he had initially paid, a man with Indian citizenship known as “Max,” who also ran the Hakeemi Hostel, where Singh stayed, near Tapachula’s central park.

Singh decided to look for another coyote, a Pakistani named “Ali,” whom he paid just over $2,000 to take him to northern Mexico. “We were sent by car. They made us change vehicles about 50 times,” he said.

In Veracruz, his group was intercepted by the authorities. They took him to the Acayucán Migratory Station, where he stayed for a month and a half, until he was deported along with 310 immigrants from India in October 2019, in an unprecedented action by the Mexican government that revealed the growing pressure by the U.S. government to prevent migrants from entering its territory.

Stepping on U.S. soil also offers no guarantees, not only because of the likelihood of being stopped by border patrol, but also because of the physical danger people face when abandoned by coyotes in the desert.

In June 2019, a six-year-old girl from India, Gurupreet Kaur, died of heat stroke in the Arizona desert after crossing the border. The girl was travelling with her mother and three other people. The coyotes forced them out of the car in a remote area west of Lukeville on a Wednesday in the middle of summer, when the temperature exceeded 42°C.

Gurupreet, originally from the village of Hasanpur in northern India, was trying to reunite with her father, who had lived in New York for some years and had an asylum claim pending for him and his family. Instead, she died away from her family, in the Sonoran desert, while her mother was trying to find water.

This is how thousands of migrants, including girls like Gurupreet, are being squeezed by human traffickers in Latin America. The lack of intergovernmental coordination and the constant changes in legislation in different countries, that vary with the ideologies and the people in charge at a given moment, force more people to seek clandestine paths at the hands of traffickers and coyotes.

The decision of the current U.S. government to shut down opportunities for legal migration and to force several Central American countries to “stop” migrants, have fueled the business of traffickers in Latin America, as transcontinental migration, on the other hand, does and will not stop.

Escaping persecution, migrants have no choice but to pay thousands of dollars and to venture on dangerous and long clandestine journeys that may cost them their lives.

“Entire families are passing before our eyes. Every country has laws that, instead of encouraging the transit of migrants, hinder it and cause death,” said Father Aurelio Moncada Cardona, priest of Nuestra Señora del Carmen parish in Capurganá, Colombia, a town near the Darien jungle through which migrants pass clandestinely into Panama.

The journey is only made harder by the corruption in some institutions and the power of drug trafficking mafias in countries such as Colombia and Mexico, which take advantage of the flow of migrants to move drugs, kidnap and exploit people. In addition, the economy of some border towns ends up revolving around migrants paying for services, transportation, accommodation and food.

Police records show how easily money from this business flows through legitimate channels such as banks, travel agencies and remittance companies. Even the authorities are unable account for the profits made by the trafficking cells.

This sets a stark contrast with the increasing restrictions on migrants. Indeed, it is easier for a criminal to get rich exploiting migrants than for a migrant to find a second chance in another country.

“What surprised us most was the greed, the irresponsibility of these traffickers, who really care little about people’s lives. We heard phone calls from members of the criminal organization making fun of the people who died on the way,” said Inspector Fornazari.

And as more and more people continue to travel, despite the barriers and exploitation, because in their countries, poverty and violence do not stop, also globalized instant communication continues to work. Through tools such as WhatsApp, Messenger or Skype, coyotes are able to coordinate trips and migrants have a direct line of contact with each other so that they can warn those who come after them of the dangers they are about to encounter. They no longer depend on paper and pencil to write letters that perhaps no one will get, like the one Faiz Ahmed Jewel, a Bangladeshi migrant, left for his brother five years ago on the wall of an old school in Puente América, a Colombian border town at the entrance of the Darién jungle, and which one of the journalists of this alliance found some time later.

“When I made this decision I didn’t know it was a risky trip. Don’t believe the coyotes, they are cheats and liars. They don’t tell you the real story of this trip. If you knew the truth, you would never decide to go to America, never, never.”

*Migrantes de Otro Mundo is a joint cross-border investigation by the Latin American Center for Investigative Journalism (CLIP) , Occrp , Animal Político(Mexico) and the Mexican regional media Chiapas Paralelo and Voz Alterna of the Red Periodistas de a Pie; Univisión Noticias (United States), Revista Factum (El Salvador); La Voz de Guanacaste (Costa Rica); Profissão Réporter de TV Globo (Brazil); La Prensa (Panama); Semana (Colombia); El Universo (Ecuador); Efecto Cocuyo (Venezuela); and Anfibia/Cosecha Roja (Argentina), Bellingcat (United Kingdom), The Confluence Media (India), Record Nepal (Nepal), The Museba ProjectCameroon). We were given special support for this project by the Avina Foundation and the Seattle International Foundation